02 septiembre 2020

13 junio 2020

Aunque sople el viento



Aún resuenan, como el primer día y cada vez con mayor fuerza, aquellas benditas palabras de Charles Péguy:

"Dichosos los que han muerto por dos palmos de tierra".

El poema entero es un canto, una oración "por nosotros los carnales", una oda de bienaventuranza a la carne, pero no como materia desligada de la trascendencia sino (como él mismo señala en otro de sus poemas) a la carne que sabe que "hondas son las raíces del árbol de la gracia". "Lo sobrenatural es, en verdad, carnal", comienza sus versos titulados "doble raíz", donde proclama que "la eternidad misma está en lo temporal":

"Y el árbol de la gracia y el de la naturaleza
han unido sus troncos de modo tan solemne,
han confundido tantos sus destinos fraternos,
que ya es la misma esencia y la misma estatura."

Carne, tierra y eternidad son tres realidades cuya separación no puede hacerse sin cierta violencia. Como el cuerpo y el alma. No hay verdadera carnalidad sin una vocación a la trascendencia, de la que procede y a la que está llamada; pero no puede haber trascendencia sin hundir las raíces en la tierra, que es como decir en la virtud. Todo el misterio de la Encarnación parece también una revelación sobre dónde se encuentra nuestra propia felicidad. Dios se hace carne, y muere en un árbol, el árbol de la Cruz, de donde se hunden las raíces de la Salvación. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo" (Jn 12, 24). 

Por eso hay quien huye como de la peste (así debiéramos todos), de maniqueísmos varios, tanto materialistas como espiritualistas. 

"Dichosos los que han muerto por ciudades carnales,
pues ellas son el cuerpo de la ciudad de Dios."

El mundo moderno es el mundo de la separación (más aún, contraposición) entre lo material y lo espiritual. Por eso es muy dudoso que produzca frutos buenos. Por eso la política hodierna es el lugar de las ideas, de las ideologías, que odian la realidad circundante para moldearla a espiritualismos varios; es el lugar del hombre abstracto, desencarnado, individuo aislado, de los "valores", de las emociones y, al mismo tiempo, de un hedonismo desenfrenado como medida de todas las cosas. La política se ha desprovisto de lo carnal, es decir, de lo trascendente, para abrazar lo abstracto: la representación de una idea sin contexto, sin padre ni madre, sin raíz...


Sólo entonces podemos entender que la nueva censura neopuritana se las haya vuelto a ver, estos días, con la película "Lo que el viento se llevó". Podría pensarse que la censura se vuelca, con maternal cuidado (risum teneatis), sobre lo que es un alegato nostálgico de un régimen esclavista; contra el "blanqueamiento" (risum teneatis, bis) de la esclavitud. Pero no me interesa demasiado perder el tiempo desmintiendo que la película tenga algo de eso, o que el objetivo bondadoso sea el expresado. Ni entrar en otros aspectos puramente cinematográficos. Cuando leí esta semana lo que HBO quería hacer con ella, lo primero que me vino a la mente es "¡Tara!", y de nuevo los versos de Péguy:

"Dichosos los que han muerto por su hogar y su fuego
y los pobres honores de las casas paternas"

Porque lo que pasó como un rodillo por el Sur tras la guerra civil norteamericana no fue la liberación de los negros o el fin de las injusticias raciales; algo que habría hecho innecesario un Martin Luther King, celebrado su día hoy como fiesta nacional en los Estados Unidos de Norteamérica. La historia está para demostrar que donde la semilla de Lutero fue plantada, el individualismo, el comunitarismo modular que más bien desestructura las sociedades, están siempre presentes y la discordia latente. Lo que el viento se llevó fue los restos de una civilización; quizá una civilización imperfecta, que había olvidado su verdadero origen. Un origen inacabado, incompleto, por los Cabeza de Vaca o Vázquez Ayllón, que bien podrían haber sembrado Norteamérica de los mismos principios que llevaron a los Tlaxcaltecas en México a combatir junto a Cortés, bajo los auspicios de unos reyes que a todos consideraban hijos de Dios.

Lo que el viento se llevó fue, precisamente, el camino del Sur, y lo volvió del Norte. Y ese horizonte es, precisamente, lo que no se soporta hoy, como no se soporta el dedo de Colón señalando a todo un continente.

Lo que no se perdona, en suma, es la civilización; lo carnal, que hunde las raíces en el amor a la tierra. Porque, como decía Chesterton, "No están dispuestos a darle [al hombre] una casa, ni una mujer, ni un hijo, ni un perro, ni una vaca, ni un pedazo de tierra, porque esas cosas sí le otorgan poder". Y este poder es el que no soportan los vientos modernos.



Y acabo con Péguy, que entonaba esta alabanza hacia nosotros, los hombres tranquilos y carnales, imperfectos, que por eso precisamente aún queremos tener los pies en tierra, en la casa, en la "ciudad", en lo concreto y en lo que eleva a Dios porque tiene sus raíces en el barro:

"Dichosos los que han muerto porque ya han regresado
en esa pingüe arcilla de que Dios los formó,
y desde ese depósito del que Dios los llamó.
Dichosos los vencidos, los reyes sin corona.

Que Dios ponga con ellos en la justa balanza
lo que tanto han amado, unos gramos de tierra,
un poco de esta viña, un poco de este monte,
un poco de este pobre barranco solitario". 


07 junio 2020

Vamos al meollo de los acontecimientos

Hablábamos en la anterior entrada de la "sociedad líquida" y la "posverdad"; y de que, en definitiva, hoy se niega la naturaleza (o esencia) de las cosas. Por supuesto, que se niegue algo no significa que no exista, y esto es motivo de cierta esperanza. No en primer lugar, porque la naturaleza siempre se rebela y las acciones en su contra acaban por producir efectos no previstos por el buenismo; pero sí en el sentido de que la voluntad del mal siempre se va a topar con la realidad (y en última instancia con el Bien). Esto no será sin trauma o sin sufrimiento. En cualquier caso, sabemos que la realidad está de nuestro lado.

De momento, sin embargo, el panorama no es halagüeño. Los acontecimientos se aceleran. El caos se apodera últimamente de las calles de Estados Unidos, pero lo "sorprendente" es que alguien en Zaragoza o Londres se sienta interpelado por la muerte de alguien en Minnesota. Más aún, que el presunto problema subyacente (el racismo) levante protestas allá donde este problema es inexistente. O, en el colmo de la ingenuidad, que se piense que una manifestación en Berlín tiene como objetivo conseguir que la Policía de Nueva York se comporte de una u otra forma. No tiene mucho sentido, en suma, ni movidos por un natural sentido de la compasión hacia George Floyd. Porque de ser sinceros, en estos días se habría levantado también otra ola de protestas, aún mayor, contra la muerte de varios policías negros en las protestas. No es el racismo (como no son las mujeres el objetivo del feminismo). Es fácil colegir que algo adicional y más sustantivo mueva realmente las protestas. Algo que no tiene por qué ser oculto. Algo que sea nexo común y que busque pretendidamente el caos con un fin. Y ese algo puede que sea, lo apunto simplemente, ideológico, más allá de la realidad concreta o de la causa -una injusticia- contra la que luchar. Y en tanto que ideológico, el motivo es espúreo. 

Tampoco es halagüeño observar cómo se han comportado los distintos gobiernos antes, durante y después (si es que la hemos superado) de la llamada "pandemia del Coronavirus" o Covid-19. En primer lugar, ha habido un patrón común en determinados países muy sorprendente. 

Dos ejemplos, únicamente: 

1. En Italia ya estaban confinados en sus casas cuando en España se presentaba un fin de semana repleto de aglomeraciones: partidos de fútbol, congresos de partidos políticos y... una gran manifestación feminista en Madrid. No sólo no se suspendió ningún acto (si el Gobierno hubiese suspendido todos los actos, se habría visto obligado a suspender también el acto del 8M). Por ello, se permitió un fin de semana "normal" e incluso se alentó a acudir a la marcha feminista, como si de un evento religioso -de religión civil, se entiende- se tratase. Luego hemos sabido que ya se había decretado el distanciamiento de personas entre sí en departamentos dependientes del Gobierno por riesgo de contagio y que existían informes que ya describían la situación como desbordada.

2. En México, cuando ya estábamos en España confinados, los países europeos habían tomado medidas drásticas, y en Hispanoamérica los casos de coronavirus se estaban extendiendo, el presidente López Obrador animó expresamente a salir a la calle, con un enigmático "yo les voy a decir cuándo no salgan". Como si fuera cuestión de alcanzar necesariamente un nivel de contagio que, antes o después, debía producirse. 

Pero no es este patrón en donde quería poner el acento, sino en otro mucho más relevante. Y aquí sólo voy a hablar de Italia y de España (que son los que conozco), aunque me da la sensación de que se ha dado en otros lugares. Y es un fenómeno (anti-) jurídico muy llamativo, donde la declaración del estado de alarma ha producido dos efectos: a) la suspensión de determinadas libertades según el sistema constitucional vigente, en contravención de la propia literalidad del texto constitucional en cada país; y b) la atipicidad en la actuación de las fuerzas del orden y los gobiernos, seguramente derivada de una pésima técnica jurídica, pero que no ha parecido preocupar a nadie.

Centrándonos en España:

a) En cuanto a la suspensión de libertades: ni la vigente Constitución de 1978 (la "CE") ni la Ley Orgánica 4/1981 que regula la declaración de los estados de alarma, excepción y de sitio (la "LO 4/81"), prevén la suspensión, por ejemplo, de la libertad que tiene la Iglesia de celebrar sus actos de culto (artículo 16 de la CE). En efecto, el artículo 55 de la CE prevé que algunos derechos sean suspendidos bajo un estado de excepción, entre los que no se encuentra el del artículo 16 CE. Mucho menos bajo un estado de alarma. Tampoco la LO 4/81 prevé que el estado de alarma pueda suspender ni el artículo 16 ni la libertad deambulatoria, más allá de poder restringir el acceso a determinados espacios públicos. La realidad es que hemos visto cómo la Policía ha entrado en catedrales o intervenido Misas que cumplían la legalidad vigente, y nos hemos visto todos encerrados en casa por orden del Gobierno. No sé cómo usar las palabras precisas para ilustrar suficientemente la cuestión y que un lego en derecho pueda entender la gravedad de todo ello: parece que ante cualquier pánico generalizado, ante cualquier miedo o peligro (real o imaginario) se ha dado al Gobierno (al presente y a los futuros) la capacidad de coartar todas las libertades indiscriminadamente. 

b) En cuanto a la atipicidad: Consiste básicamente en que una norma dice A y, con base en A, las fuerzas del orden aplican A y B. Esto es lo que ha ocurrido con la profusión ingente de medidas concretas, a partir del real decreto 463/2020, de 14 de marzo y siguientes, en virtud de las cuales un policía multaba a alguien por ir a trabajar en bicicleta y otro no, incoando ambos la misma norma. O peor aún, la proliferación de multas por conductas no tipificadas expresamente por la norma. Para que esta injusticia no se produzca, existe en derecho el principio de tipicidad, en virtud del cual toda sanción ha de venir expresamente indicada en la norma. Nulla poena sine lege, dice el latinajo. También Santo Tomás, en su Summa Theologica, señala como elemento esencial de toda ley la promulgación por la potestad a cuyo cargo está la comunidad.

A este tipo de previsiones se las conoce como garantías constitucionales o principio de seguridad jurídica, necesarios para la buena convivencia de la comunidad política. Son el obstáculo frente a la arbitrariedad de los poderes públicos y su ausencia se asocia, indefectiblemente, con la arbitrariedad del poder político. 

Nadie en la izquierda parece preocuparse por esto. Y pocos en la derecha. Sólo se me ocurren dos posible explicaciones: 1) en que se tiene una fe cuasi religiosa, diría que irracional, en el "buen hacer" del poder (como nunca antes en la historia), y especialmente si es de la propia cuerda ideológica, y 2) por un fenómeno bastante "curioso", y es que, bajando al terreno de los lugares comunes, es posición compartida en todas las posturas políticas autodenominadas "democráticas" que el poder absoluto (la dictadura que restringe arbitrariamente libertades), es el "enemigo a batir", como "rémora del pasado". Sin embargo, se ha abandonado de súbito esta concepción, para concluir que, mientras haya libertad sexual y el Gobierno no permita la pobreza (aun a costa de las libertades), todo, absolutamente todo, está permitido. Buen negocio hemos hecho.

Concluyo, resumiendo. El panorama es este: Movimientos en todo el mundo con el objetivo de producir un alineamiento ideológico global en torno a unas posturas políticas muy concretas, junto con una destrucción de las barreras convencionales que el derecho brinda para que los gobiernos no sean arbitrarios.

Y todo esto, queridos lectores, ya había sido profetizado (y no augura nada bueno). 

06 junio 2020

¡Que venga un Sócrates!

Si algo caracteriza a los tiempos modernos son los conceptos, acuñados dentro del sistema, de "deconstrucción" (Derrida) y "liquidez" al hablar de "sociedad líquida" (Bauman). El problema es que deconstruir un edificio no se puede hacer sin voladuras, ni deconstruir un cuerpo animal (o social) sin sangre. Tampoco parece muy claro que tras deconstruir se pueda producir algo vivo o con forma reconocible. Pero no les importa a sus adalides, porque la idea subyacente es la completa autodeterminación: "sé lo que en cada momento decidas ser", y eso aplicable a todo: al sexo, a las relaciones personales, al poder e incluso al derecho. Tan es así, que el propio pensamiento, la metafísica, hace años que entró en una fase de bloqueo por el cual cualquier razonamiento queda supeditado a la función apriorística que se le atribuya. Me explico mejor: lo que prima es la voluntad, una voluntad autodeterminada absolutamente, que se apoya en el razonamiento como medio, no ya de legitimación, sino de mera expresión en palabras de lo que se pretende. Por eso, en política, se es capaz de utilizar argumentos contradictorios ("no dormiría tranquilo formando gobierno con Pablo Iglesias" versus "con Pablo Iglesias formamos un gobierno de progreso"), en función de lo que se pretende en cada momento. Nadie se escandaliza de verdad ya (ejemplos en contrario también podríamos encontrar en la bancada contraria del Congreso de los Diputados), porque se entiende que primero es la voluntad, y después el razonamiento. 

Para algunos, lo que acabo de describir es la era de la "posverdad", lo cual me parece un eufemismo de mentira. Evidentemente, si lo que se pretende decir es que el binomio verdad-mentira ha quedado superado, y no hay verdad sino "verdades" ("mi verdad") que pueden oscilar en cada momento, lo que se está negando es la propia capacidad de la razón para reconocer una esencia en las cosas. De nada sirve muchas veces, pues, en esta época histórica, o con personas totalmente ideologizadas, discutir con categorías (perdonad el palabro) tomistas o aristotélicas, que si bien son necesarias son inoperantes, si antes no se habla en términos socráticos. En definitiva: que debemos defender que es posible comprender la verdad. Si antes no llegamos a este convencimiento con quien quiera que discutamos, todo será en balde. Avisados quedan.


14 mayo 2020

Desescalada (con perdón)

Tantas veces he pensado en retomar este blog. Me lo han impedido la falta de tiempo y la sensación de que hoy no escribiría algunas de las cosas que aquí están escritas. Lógico, si tenemos en cuenta que lo empecé hace más de diez años. Así que tenía una de dos: (a) o borrar entradas y dejar aquellas que no tuvieran errores para retomarlo, casi seis años después, de forma que el blog tuviera más coherencia interna o (b) dejarlo como está. El tiempo que requería la primera opción lo fue retrasando y, a decir verdad, no me convencía del todo.

Entonces llegó el Covid-19 y con él, el confinamiento (o encarcelamiento); y con el confinamiento, mayor reflexión: Twitter se queda pequeño para expresar determinadas cuestiones. Como le decían a la Srta. Prim en la novela de Natalia Sanmartín, vamos a buscar la belleza en la calma. Y qué mejor que un texto que no lo sepulta la inmediatez de la piada que se lleva el viento (o la actualización). 

En definitiva, que me he decidido a retomarlo exactamente donde lo dejé, hace seis años, con todas las entradas tal cual fueron escritas. También hay algo de bello en ver la evolución de uno mismo con el pasar de los años. Hoy en día se suelen airear exabruptos u opiniones antiguas de los políticos o de los opinadores modernos como pieza de caza en la que se acusa como un grave pecado, no haber abrazado la "pureza" de la modernidad desde la más tierna infancia. Este blog es católico y cree en la redención, en el avance si este avance es hacia un Fin, en la ascesis y en la mejora. Este blog, por tanto, cree que las miserias pasadas, con perdón y humildad, son semilla de glorias futuras. Así que aquí dejo mis reflexiones de los últimos diez años, y las retomo. Nada fundamental ha cambiado, me parece a mí, pero espero haber pulido con el tiempo y la Gracia de Dios, mis miserias pasadas (y lo que te rondaré morena).

Empezamos la "desescalada" (perdón y perdón).

17 marzo 2014

Historia: Los carlistas en coaliciones electorales

Después de muchos intentos y años de trabajo (y algún fracaso por el camino), se ha constituido una coalición electoral sobre la base de cuatro principios imprescindibles para toda sociedad, y no negociables para ningún católico: la vida (desde su concepción a su fin natural), la familia (fundada sobre el matrimonio monógamo e indisoluble entre hombre y mujer), la libertad educativa de los padres (sin totalitarismos de estado) y el Bien Común (frente al individualismo o libertades abstractas). Principios, todo sea dicho, que fueron apuntados como "no negociables" por el papa Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis. 

La enunciación de cuatro principios responde a una necesidad por una situación que no es sino consecuencia de la concepción liberal de la política, que tantos estragos ha producido en los católicos. ¿Cómo no fijar una raya roja que sirva de llamada a tantos católicos que en un ejercicio de esquizofrenia imprudente pretenden que la decisión sobre el voto se independice de todo criterio moral? ¿Cómo no llamar la atención de cuantos transigen en lo más básico? Por eso cuando el matrimonio -fundamento del orden social- se encuentra en grave crisis por la plaga del divorcio, cuando millones de niños son asesinados en el vientre de sus madres y el estado adoctrina a nuestros hijos ¿no resulta esto una llamada urgente de responsabilidad a colaborar por un fin que es conditio sine qua non de nuestros objetivos políticos y sociales últimos?

En tiempos de necesidad, el carlismo siempre ha respondido a la llamada -también participando en elecciones, por más que algún doctrinario haga estéril todo tradicionalismo (corruptio optimi, pessima). No lo digo yo, lo dice Melchor Ferrer, del que extraigo las siguientes oportunidades históricas donde el carlismo ha participado en elecciones y/o en coaliciones electorales:

"El Gobierno provisional de la Revolución convocó Cortes Constituyentes en el mismo año 1868 y, aunque los carlistas no tenían organización política, pues era reciente su libertad de actuación, consiguieron presentar varias candidaturas junto con antiguos neocatólicos y reaccionarios isabelinos".

"Elegido rey don Amadeo de Saboya el carlismo formó parte de la coalición electoral, compuesta por republicanos y alfonsinos, consiguiendo una minoría de 57 diputados y 27 senadores (...). Disueltas aquellas Cortes, fueron convocadas otras en 1872, formándose una nueva coalición entre carlistas, republicanos, alfonsinos y radicales amadeístas"
"[En 1907] se formó en Cataluña la Solidaridad Catalana, compuesta por carlistas, integristas, Lliga Regionalista, republicanos federales, Partido Nacionalista Republicano Catalán y Unión Republicana, que emprendió una activa campaña en la que intervinieron representantes del carlismo.
Hubo sin embargo, carlistas, que no veían con buenos ojos aquella coalición con republicanos y catalanistas que formaron un sector muy reducido de "antisolidarios". 
Era quizá el mayor de los oponentes por su categoría, don Enrique Gil Robles. Pero habiéndose acudido a Carlos VII, éste autorizó la actitud tomada por el Jefe Regional de Cataluña, Duque de Solferino, en pro de la Solidaridad Catalana, aunque sin imponerlo como norma. Es de advertir que del grupo antisolidario se desprendió otro que luego actuó en comités de defensa social, unido a alfonsinos y católicos mestizos".
El carlismo estuvo presente en elecciones como las de 1891, las de 1893 (donde resultó elegido, por ejemplo, el Marqués de Cerralbo), en 1897 (Vázquez de Mella), 1903 (entre otros, el Conde de Rodezno), en 1916, 1919 (Baleztena)...

El tradicionalismo (o una parte de él), ha decidido en 2014, acertadamente, asumir la necesidad social que supone el aborto y el ataque a la familia, la pérdida de soberanía a favor de una inoperante para lo que debe y operante para el mal (políticas de "género", intereses económicos alemanes), Unión Europea. La Comunión Tradicionalista Carlista asume su compromiso histórico sin renunciar un ápice a nuestro cuatrilema, pero generosamente uniendo fuerzas con quien quiera colaborar con el bien. No hay excusas. Habrá quien ni así esté dispuesto a participar en la maquinaria electoralista, y no le culpo. Pero nadie podrá decir que no tiene la oportunidad de participar en el definitivo Impulso Social. Es cuestión de responsabilidad. Yo votaré la Coalición. Sin dudar.

02 febrero 2014

Somos libres y defendemos la libertad


La libertad moderna
En la segunda lectura de la Misa (forma ordinaria) de hoy se lee que Jesús, muriendo, “liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos”. Al escucharlo, más allá del sentido puramente teológico de la Gracia como fuente de Salvación, y al igual que en aquel pasaje donde se nos dice que la verdad nos hace libres (cfr. Jn 8, 32), se hace uno consciente del carácter tremendamente liberador de la fe. Este carácter es precisamente lo que no tuvieron claro aquellos pseudoteólogos, marxistas, de la “liberación”. Lo mismo que los liberales, los liberacionistas, al rechazar el dogma rechazan la libertad. Por eso mismo no debemos, como católicos, minorar ni un ápice nuestra defensa, hasta apasionada, de la libertad. “La libertad es cristiana, la cosa nos pertenece, reivindiquemos, pues, el nombre” dice Aparisi y Guijarro.
Y se me ocurren dos formas en las que alegrarnos, explicar y reivindicar la libertad. La primera se la tomo a Chesterton, que en un punto del último capítulo de “Ortodoxia” señala cómo los países católicos son aquellos donde “todavía se canta, se baila, se lleva ropa de colores alegres y hay arte al aire libre. La doctrina católica y la disciplina pueden ser un muro, pero es el muro del patio de recreo.” En efecto, la vida es un camino que va ascendiendo una montaña. Los dogmas y la doctrina son los muros que se yerguen para darnos la seguridad de no caernos en el acantilado. Sin muro los niños no juegan, no caminamos ligeros ni podemos cantar y dar palmas mientras avanzamos en grupo. No, nos podemos caer por el precipicio, por eso sin muro los caminantes o se caen o se apilan en fila india, estáticos, con miedo a la caída. Nuestras carreteras están plagadas de barreras, que por algo se llaman “quitamiedos”. Chestertoniano debió de ser quien las bautizó así. Con muros (dogmas), no hay miedo dentro, por lo que somos más libres y más alegres.
La segunda forma es simplemente doctrina católica y tomista. Doy por sentado que entendemos que la persona, como ser racional, posee la facultad de pensar y elegir mediante la participación de su inteligencia y su voluntad. La libertad, por tanto, es propia de la persona, no de los animales, y consiste en optar voluntariamente. Sin opción y sin la acción de elegir no hay libertad. Si acaso, de un modo abstracto o potencial. Crece o se hace real mediante su ejercicio. Es razonable por tanto pensar que la persona que elige libremente es más libre que quien no elige nada, porque se equipara a quien no puede elegir. Ahora bien ¿qué ocurre después con nuestras elecciones? Es hoy lugar común que los compromisos y ataduras coartan la libertad, pero no es coherente con lo que hemos dicho. Una elección que no tiene consecuencias reales y duraderas se equipara a una no-elección y por tanto con la falta de libertad. La libertad, por tanto, consiste en la asunción de compromisos irrevocables. Cuantos más compromisos irrevocables asume voluntariamente una persona, más libre es.
Como los modernos todo lo entienden con el lenguaje del dinero, lo explicaré diciendo que la libertad es un medio de pago. El que lo acumula bajo la almohada sin tocar y vive como un pobre, aunque se engañe pensando en lo que tiene escondido, es un pobre. Y lo será hasta que empiece a gastarlo. Ahora bien, cuando lo gaste, bien puede adquirir bienes muebles u objetos perecederos que luego tira por la calle, o bien adquiere tierras y bienes inmuebles que, en lenguaje contable, son los activos fijos de todo balance. El primero es quien confunde la libertad con libertinaje y malgasta la libertad en bienes que luego tira. Es el divorcio, o la ausencia de compromisos vitales. El segundo es quien acumula un patrimonio que le da solvencia. Me da pena tener que recurrir al lenguaje pecuniario, pero así se entiende, ¿no?

25 enero 2014

Hablemos de economía y catolicismo

¿Mi próxima lectura? Tal vez...
Con el tiempo voy constatando con cierta preocupación la falta de valentía de los católicos (me permito la generalización) ante lo que llamaré la “cuestión económica”. Conforme se adentra uno en la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, en aquellos valientes que la han aterrizado al mundo de las propuestas concretas (pienso por ejemplo en Thibon, Lovinfosse, Belloc o Chesterton) uno se va indignando de verdad, agravándose la perplejidad por la ausencia de respuesta contundente ante los graves problemas sociales que la actual crisis nos está dejando.

Vivimos en una cárcel intelectual que si en el terreno político ha hecho estragos con ese desgarro imposible que la maniquea y falsa brecha entre derecha e izquierda ha producido, en el terreno económico las conciencias andan en coma. Y sobre todo pecamos de pereza, cobardía y tibieza, cuando no de ceguera.

Entre los (mal llamados) cristianos por el socialismo (preocupados justamente por la cuestión social) y los cristianos liberales o capitalistas (preocupados justamente por la libertad y la espontaneidad de la vida económica) se encuentran los barrotes de una prisión de la que es urgente salir.

Porque no es lo mismo libertad de mercado que capitalismo. No es lo mismo justicia social que redistribución de la riqueza. No es lo mismo bien común que conjunto de bienes individuales. No es lo mismo caridad que solidaridad. No es lo mismo preocupación por los pobres que paternalismo de estado. No es lo mismo responsabilidad social de los ricos que lucha de clases. No es lo mismo propiedad privada que liberalismo. No es lo mismo iniciativa privada que individualismo. No es lo mismo salario justo que intervencionismo. No es lo mismo sistema social justo que socialismo. Como no lo es sociedalismo que socialismo o distributismo que comunismo.

Por eso es tan errado compaginar capitalismo con catolicismo, como mezclar catolicismo y socialismo. La civilización cristiana ha desaparecido pero no se nos ha ido el cerebro. No podemos tampoco intentar equilibrios imposibles entre liberalismo y socialismo, entre derecha e izquierda, cayendo en un centro todavía más deplorable. Hemos de estrujarnos el cerebro. La Verdad le queda grande a las teorías económicas nacidas de filosofías erradas, ya sea el individualismo o el materialismo. La Doctrina de la Iglesia sobre los gobernantes y las responsabilidades sociales del poder y los pudientes, o sobre los más desfavorecidos huyen de simplismos, de etiquetas o de banalidades. La Doctrina Social de la Iglesia no se ha empequeñecido, se ha empequeñecido nuestro intelecto. El mundo se ha secularizado, se ha agnostizado, pero nuestra Doctrina luce esperando concreción. No la guardemos bajo un celemín. Seamos sal y dejémonos de falsos realismos cobardes y perezosos. No hay que optar entre capitalismo o comunismo. No hay centro posible entre dos errores. Hay una Verdad misericordiosa que ha renovado todas las cosas, también las sociales. Así que, católicos, seamos valientes. Pensemos. Propongamos, intentemos, probemos y recemos.

Leamos primero el Magisterio perenne de los papas. Leamos el jugo que le sacaron los autores antes citados. Y trabajemos por su Reino. No hay excusas.

19 enero 2014

La idiotez de derechas e izquierdas (y del centro)

A Chesterton leía cuando pensé en esta entrada...
Cada día me convenzo más de la idiotez que supone la existencia de derechas e izquierdas, así como de su complemento, el centro político. Subyace aunque no lo parezca, en todos ellos, un aburguesamiento rancio y anquilosado que consiste en la actitud del que se siente seguro de sus convicciones y plantea los problemas en forma de mera confrontación dialectica contra el adversario. Es un juego facilón y por tanto causa de cierto raquitismo intelectual.

Tiene de divertido que deja en evidencia a unos y a otros: a) deja en ridículo a unos, los progresistas, por caer en una actitud, como decía, profundamente conservadora, de seguridades y poltronas, aunque ese aburguesamiento consista en ideas -tres o cuatro- revolucionarias. Freud, por ejemplo, dio con una tecla pansexualista, sólo una, y de ahí todas las causas de todos los problemas psicológicos. b) Y a los otros, los conservadores, los que caen en el juego dualista, que por ir aceptando continuamente las síntesis que ayer fueron antítesis opuestas a sus tesis derechistas, siguen fielmente un programa evolutivo que es, contra todo pronóstico, marxista. c) Y finalmente a los del centro, sintetizadores profesionales, los más abyectos de todos ellos, por tibios y vergonzantes, nexo de unión de derechas e izquierdas, que trituran -moderan- las ideas revolucionarias para que la derecha, en un estadio posterior, las asuma sin reparos. Son, en fin, los transitorios portadores de las síntesis revolucionarias para que la derecha las asuma como nuevas tesis. 
Hoy en día lo hemos visto extraordinariamente nítido con la ley del aborto de Gallardón y la aparición del nuevo partido a la derecha del PP, "VOX": 

Alianza Popular se opuso (tesis) a la ley del aborto socialista que en 1985 despenalizó el feticidio en España (antítesis). La derecha, casi diez años después, gobernó haciendo de la ley del 85 su "síntesis" (o sea, el "consenso"), no solo aceptándolo sino aprobando una píldora del aborto libre (RU-486). Así, el aborto por supuestos se convirtió en la tesis, hasta que ZP propuso la ley de plazos (antítesis) y como resultado, el PP hace suya una ley, cuyo resultado parlamentario será, a buen seguro una nueva síntesis, acercándonos progresivamente a un aborto libre y sin cortapisas y quién sabe si no complementado con una ley de eutanasia infantil. Tiempo al tiempo, si Dios no lo remedia.

Con VOX ocurre un poco lo mismo. Ante la asunción rápida por el PP de las antiguas antítesis socialistas (nada se ha hecho contra el divorcio exprés, contra las uniones gays, contra la subida de impuestos, a favor de la excarcelación de presos etarras, etc.) surge ahora un partido a la derecha del PP (y ojo, a la derecha del PP actual y a la izquierda de la extinta Alianza Popular), y ahora resulta que sus síntesis son vistas como tesis auténticas y "fetén". Pues a otro perro con ese collar, oiga.
Y es que el maniqueismo ya fracasó, y lo venció el cristianismo en San Agustín y Santo Tomás. El pensamiento moderno ha consistido, en última instancia, en recuperar e implantar el dualismo maniqueo de derecha e izquierda a la vida social, provocando el raquistismo mental que no permite más que posicionarse sectariamente en lo contrario de lo propuesto por el adversario, aunque lo que defienda tal adversario redunde en beneficio de todos. Lleva a la anorexia intelectual, pues no se alimenta de complicarse la vida, que es el cristianismo, tan antiburgués como antirevolucionario.

Por eso soy premoderno, porque lo moderno, en tanto maniqueo, es muy antiguo y nos conduce a la muerte cerebral. Prefiero pensar. Prefiero vivir, y vivir eternamente.

30 diciembre 2013

Un lugar de La Mancha: Santa María la Mayor (Alcázar de San Juan)

Cerro de San Antón, ¿los molinos del Quijote?
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre bien me acuerdo, nacieron muchos de mis ancestros. Este lugar es Alcázar de San Juan. Y en él, antes que mis ancestros, vivieron íberos y romanos, luego visigodos y musulmanes, hasta que tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) pasó a ser definitivamente cristiana. Haber nacido en tierras valencianas y vivido gran parte de mi vida posterior en Madrid no me ha acercado lo suficiente a este enclave manchego donde vieron la luz (y se apagaron) tantos antepasados míos. Pero nunca es tarde para dejarse sorprender por unas tierras tan ricas en historia como olvidadas y estereotipadas. Las tierras de la Mancha son las tierras de Don Quijote, pero también tierras de las antiguas órdenes militares. Alcázar en particular, pertenece al denominado “Campo de San Juan” por haberse encargado esta Orden Hospitalaria (Orden de Malta) de su repoblación tras la reconquista.

Santa María la Mayor (s. XIII)
Anduve estos días navideños en familia por Alcázar, cuando acudí con mi mujer a Santa Misa a la parroquia más antigua de la villa (que lo es por privilegio del rey Sancho IV de Castilla) y de toda la actual provincia de Ciudad Real: la Iglesia parroquial de Santa María la Mayor. Y de este pequeño enclave es de lo que quiero hablar, pues ella sola basta y sobra para toda una entrada de blog (larga) y para visitar Alcázar. Aunque haya quien piensa que la antigua mezquita (y templo visigodo con anterioridad) que se asentaba fue antes un templo romano dedicado a Hércules (a juzgar por los yacimientos encontrados) e incluso un templo íbero dedicado a la diosa Ana, lo cierto es que reconquistado el antiguo Al-Kasar, dicho templo fue reconstruido siguiendo el gusto románico de la época, en planta basilical de tres naves, y erigida en parroquia en 1226 por decisión del Arzobispo de Toledo Fray Rodrigo Jimenez de Rada. Su actual arquitectura es, sin embargo, un interesante producto de las vicisitudes de España y de La Mancha. En Santa María han dejado huella los visigodos, los almohades, el arte medieval (románico y gótico), la Orden de San Juan, la batalla de Lepanto, el supuesto bautismo de Don Miguel de Cervantes, la guerra de la Independencia, la guerra civil y la reforma litúrgica postconciliar tras el Vaticano II. Intentaré resumir toda esta amalgama histórica.

El entorno de la iglesia de Santa María: el torreón del Gran Prior

El entorno en el que se encuentra es el centro histórico de Alcázar, a la sombra de la llamada Torre del Gran Prior (del Priorato de Castilla y León de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, que fuera torreón de la antigua fortaleza almohade y luego palacio de la Orden). Como curiosidad, esta torre (que se puede visitar) hace las veces de campanario pese a no formar parte de la construcción de la Iglesia, dado que el campanario acabó derruyéndose tras las secuelas del terremoto de Lisboa de 1755 que se dejó sentir en la zona y que la dañó irreparablemente. Rodeando la iglesia, todavía se puede apreciar el antiguo ábside románico que se deja ver detrás de construcciones más recientes.
 
Torreón del Gran Prior (D. Juan José de Austria)


El interior de Santa María: románico y adiciones posteriores


Dentro de la Iglesia podemos encontrar columnas y frisos visigodos o yeserías almohades. La capilla del Santísimo fue originariamente dos capillas independientes, una gótica y otra renacentista, de la que dan testimonio tanto los dos arcos de entrada como las bóvedas que les ponen techo (crucería gótica que, por cierto, encontramos en todo su esplendor en la otra iglesia antigua de Alcázar: San Francisco, pero que dejaremos para otra ocasión su comentario). Como anécdota del paso de la historia, la capilla renacentista, dedicada a la Virgen del Pilar, fue antiguamente un mausoleo de don Antonio de Zúñiga y Guzmán (Prior de la Orden en el siglo XVI), que los franceses saquearon y destrozaron en su funesto paso por suelo patrio. En los diferentes laterales y en el altar mayor, veremos arte barroco y rococó de diferentes matices y evolución artística. El retablo es obra de los hermanos Barroso: Pablo (escultor) y Miguel (pintor de cámara de Felipe II en el Escorial), pudiendo encontrar también pinturas del discípulo de Murillo en 1756, Guzmán de Vicente (o de
Frisos Visigodos encontrados en Santa María
Bicente, como está firmado el cuadro, esquina inferior izquierda). Finalmente, en el Baptisterio y coro podremos ver la reja de madera que se salvó de la quema por los pacíficos milicianos que se llevaron, sobre todo, el antiguo coro, sillería y facistol situados unos metros más adelante y donde los canónigos del cabildo de San Pedro y San Pablo se situaban durante el rezo de los oficios litúrgicos. Por cierto, y a este respecto, como algún avezado lector se habrá percatado, Santa María fue colegiata, por bula del Papa Paulo III en 1537. Como decía, en la guerra civil del 36 desapareció, salvándose solo la reja que actualmente da entrada al Baptisterio donde se guardan unos frisos visigodos y donde todavía queda testimonio de la antigua puerta por la que se accedía al campanario.

La Batalla de Lepanto y la Orden de San Juan

Dejo para más adelante el asunto cervantino, tan interesante y asombroso, porque hablar de una iglesia que se llame Santa María y no hablar de la Virgen valdría para tacharme toda esta entrada, y es que la Madre de Dios preside la parroquia bajo la advocación del Rosario, a la sazón alcaldesa perpetua de Alcázar de San Juan. Tras la figura de la Virgen se vislumbra y se puede acceder a un precioso camarín de estilo rococó de fuertes reminiscencias andaluzas (seguramente mucho tiene que ver la presencia de los Hospitalarios de San Juan en tierras sevillanas, como en San Juan de Aznalfarache y otros pueblos de la zona) y azulejos que de modo prácticamente cierto son de Talavera, aunque no falta quien sitúe su origen en Portugal. Pues bien, a más de uno le podrá sorprender que la Virgen, siendo del Rosario, no tenga en sus brazos a su Divino Niño y sin embargo esté con las manos juntas en oración. Y es que la primera advocación en esta iglesia fue la de la Asunción, tan abundante en La Mancha. Aquí es donde la historia universal vuelve a dejar su huella en Alcázar a través de la Orden de San Juan. Y es que en Lepanto, la galera Santa Cruz, bajo el estandarte de Nuestra Señora y comandado por los hospitalarios sanjuanistas, terminó la batalla ilesa. Como es sabido, el Papa Pío V pidió a toda la Cristiandad el rezo del Rosario y, tras la victoria el 7 de octubre de 1571, se instituyó la fiesta de nuestra Señora del Rosario el primer domingo de octubre, siendo que en los territorios controlados por la Orden de San Juan, y Alcázar obviamente lo era, por decisión de sus priores se pasó a venerar a la Madre de Dios bajo esta advocación a partir de tan gran momento de la historia de España y del mundo.

D. Miguel de Cervantes ¿alcazareño o alcalaíno?
...Y la polémica partida de bautismo de Miguel de Cervantes Saavedra

Mucho más se podría contar y se alargaría demasiado esta entrada, pero imperdonable sería no hablar de la partida de bautismo que Blas Nasarre, eminente cervantista, descubriera en 1748. En ella se recogía el bautismo de un Miguel de Cervantes y Saavedra y al margen de los folios correspondientes Nasarre anotara: “este es el autor de la Historia de Don Quixote de la Mancha”, lo que ha sido sostenido secularmente por los alcazareños, frente a la teoría oficial comúnmente aceptada que sitúa su nacimiento y bautismo en Alcalá de Henares. El hecho es que cuando la Corona de España se propuso arrojar luz sobre el tema, en aquellos tiempos en que el asunto estaba en lid y diversas localidades manchegas y castellanas se lo disputaban, tras un estudio minucioso dos fueron las “finalistas”: Alcázar de San Juan y la ciudad complutense. Los que sostienen la teoría alcazareña aluden a numerosos puntos de conexión de Cervantes con Alcázar de San Juan. No es únicamente que su partida de bautismo encontrada, a diferencia de la de Alcalá, recoja los dos apellidos de nuestro ilustre escritor y que, incluso en el día de hoy, se encuentren los apellidos Cervantes y Saavedra entre los habitantes de esta villa manchega; tampoco es solo que muchos de los personajes del Quijote se correspondieran, en el nombre y en los apellidos, con personas concretas y documentadas de Alcázar; tampoco es solo el profuso conocimiento de la comarca demostrado en el Quijote; es el conjunto de todos estos detalles lo que apoyan la teoría alcazareña. Existen conexiones adicionales como que la fundadora del convento de las Trinitarias Descalzas en Madrid, donde actualmente reposan los restos de Don Miguel de Cervantes, dona Francisca Romero Gaytán, fuera de familia alcazareña. Canónigos y vicarios eclesiásticos de principios del siglo XIX situaban la villa oriunda de Cervantes aquí, dando detalle de su linaje, condición y aposento. Por mi parte, no tengo ningún tipo de dato que me haga por mi mismo reconocer esta teoría ni contradecir, ni mucho menos, la versión alcalaína que todos conocemos. En cualquier caso, son asombrosas las numerosas coincidencias que la enlazan con Cervantes. Habrá quien no quiera dedicarle ni un segundo. A mi me parece apasionante, por más que nunca se llegue más que a elucubraciones sin prueba definitiva.

En conclusión, espectacular enclave donde historia, arte, cultura y tradición se concentran para deleite de quienes quieran visitarlo.

Pd.: os dejo algunas fotos más, que hice con mi móvil. Gracias desde aquí a Paco, quien amablemente nos dio una visita-guía personalizada por Santa María.

Ábside de Santa María, con adiciones posteriores
Azulejos de Talavera - Camarín de la Virgen
Mártires por Dios y por España
Lema eterno de España

Crucería Gótica - Capilla del Carmen
Ntra. Sra. del Rosario, alcaldesa perpetua de Alcázar

08 octubre 2013

Tradicionalismo político ¿y religioso?

A raíz de una publicación de Javier Garísoain en Facebook se produjeron en su muro una serie de comentarios sobre el tradicionalismo político y el religioso. La idea expuesta inicialmente por Javier es que ser tradicionalista político no implica ni conlleva ser católico tradicionalista. Cosa que básicamente comparto, aun con algún matiz que quise añadir. El caso es que he aportado mi modesto grano de arena pero no me he quedado satisfecho con el resultado de la síntesis que he intentado realizar, así que intentaré ahora exponerlo aquí de un modo algo más sosegado.

1.- El tradicionalismo y la tradición

Creo que es imposible entendernos si antes no sabemos de qué hablamos ni lo que entendemos cada uno por las palabras que empleamos. Así, por tradicionalismo entiendo el movimiento que propugna la tradición como presupuesto para el progreso, siendo su vehículo la fidelidad a unos mismos principios y coherencia en su defensa a lo largo del tiempo y el espacio. Dejando de lado expresamente el tradicionalismo filosófico, expresamente condenado por la Iglesia, me debo centrar en el tradicionalismo político y el religioso.

Tradición, en su acepción originaria, es aquello que se entrega (del latín “traditio”: entrega). Y para que se entregue debe existir un receptor. Siendo esto algo obvio, no es infrecuente que se pierda de vista. La tradición puede morir, bien porque lo que se entrega no es lo recibido, o bien porque directamente no existe receptor legítimo.

2.- La Tradición en la Iglesia y la imposibilidad de un catolicismo tradicionalista

En el caso de la fe es la Iglesia quien recibe legítimamente la revelación de manos del propio Dios. Aquello que se entrega no es ni más ni menos que el depósito de la fe, recibido en su totalidad pero que la Iglesia va entendiendo a lo largo del tiempo bajo la inspiración del Espíritu Santo que nos enseña “todas las cosas” (Juan 14, 26), y lo recoge en el Magisterio perenne. Es por ese motivo que se dice que la Tradición está “viva”: porque “crece” según la Iglesia militante camina y avanza en el camino de la santidad. Así, solo la Iglesia es y puede ser sujeto receptor de la revelación por medio de la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica,  que la transmitió bajo la autoridad de Pedro hasta el Papa Francisco y los Obispos en comunión con él. Tradición, ministerio Petrino y autoridad, van intrínsecamente unidas. Por esto mismo, y siendo que el “fenómeno” tradicionalista suele surgir allí donde la tradición ha sufrido una discontinuidad (lo que implica que su “receptor” no la reciba en su totalidad), este fenómeno, propiamente dicho (aunque sí hay una manera impropia que luego mencionaré), es imposible que exista en materia de fe, entre otras cosas porque nadie tiene autoridad suficiente como para usurpar las palabras del mismo Cristo, que a Pedro dio las llaves para atar y desatar y que además nos prometió que las puertas del infierno no prevalecerán. Un fenómeno tradicionalista en este plano implicaría no solo la pérdida de la fe sino una ideologización de la tradición, de modo que ya no sería algo concreto que un mismo receptor legítimo recibe y hace crecer, sino que lo convierte en algo estático cuyo receptor es un ente abstracto en contraposición a la cabeza visible (de ahí que se hable, a veces despectivamente, de “Iglesia de Roma” en contraposición a la “Iglesia Eterna”) y sobre todo vinculado a unas formas y modos específicos inadaptados.

3.- Tradición política y necesidad del tradicionalismo

Sin embargo, en el plano político, el resultado de la tradición es la Patria, surgida de forma natural sobre unas instituciones y los principios que las informan. La tradición siempre es algo concreto y real, lo opuesto a la ideología, que es ideal y abstracta. La Patria es una realidad sagrada pero temporal y como tal no goza de la infalibilidad ni eternidad de esa otra sociedad espiritual que es la Iglesia. Es factible, pues, que esa Patria se diluya, desaparezca o, por decirlo más propiamente, muera de inanición (separación de la tradición). Es por eso que el tradicionalismo no solo es posible sino que solo en él se puede continuar hablando, propiamente, de Patria. Son, pues, aquellas familias que siguen conservando, aun siglos después, esa tradición y organización patria, en la medida en que luchan por su reconstrucción y renovación, los que forman el grupo social y político del tradicionalismo, organizado o no. En el caso de España, está claro que desde 1833 la España que se negó a morir defendiendo la Patria en su integridad, con sus instituciones, su fe, su rey y sus libertades ha continuado ininterrumpida pero cada vez de forma más menguada luchando bajo el nombre de carlismo, por Don Carlos, que fue el primer rey que, usurpado el trono, lo disputó legítimamente.

Llegados a este punto, cabe una pequeña conclusión previa: el tradicionalismo político es necesario cuando se da la espalda a la tradición en la Patria. En la fe, como quiera que el presupuesto de hecho es imposible, no cabe el tradicionalismo si no es como ideología y, por tanto, como falsa defensa de la tradición, por muy acompañado de elementos buenos. Sabemos, por el mysterium iniquitatis, que en esta vida el mal y el bien se encuentran misteriosamente entremezclados, pudiendo existir elementos de verdad y bien en lo que es malo, y viceversa. Por decirlo en lenguaje bíblico: junto al trigo siempre habrá una cizaña, que sólo será segada en el Juicio Final.

4.- Posibilidad de una imprecisión terminológica: tradicionalismo “impropio”

Dicho todo lo cual, a nadie se le escapa que en una coyuntura como la actual de apostasía generalizada, de disolución social, desnortamiento y confusión generalizados, aquellos que mantenemos una militancia tradicionalista en el plano político, al ver cómo la cizaña envuelve al trigo en la Iglesia, corremos el riesgo de perder la fe y desobedecer al Señor: “dejad que crezcan ambas hasta la siega” (Mt 13, 29), desesperándonos sin recordar el “non praevalebunt” que vino junto con el “Tu est Petrus”. Y con ello, refugiándonos en la seguridad de una tradición que han segado previamente de raíz, se corre el riesgo de pensar que la tradición (i.e. trigo) está en el “granero” y no en el “campo”. Es decir, han desobedecido al Señor y han segado antes de tiempo.

Pero esta actitud última no se justifica por lo desolado de un entorno ensoberbecido, secularizado y empecatado. Los que descubren en la tradición un tesoro que, desempolvado, brilla por encima de la mediocridad y maldad reinantes, descubren también el reinado absoluto de Cristo en la historia de su Iglesia y la primacía de su Misericordia. Por eso entienden los pronunciamientos magisteriales de las últimas décadas en consonancia y a la luz de la tradición revelada, agradecen profundamente al papa Benedicto XVI que diera a conocer el criterio de la Hermenéutica de la Continuidad y reciben humildemente aquellas verdades que el Espíritu Santo sigue iluminando hoy en día, con sus carismas propios y realidades nuevas, para que profundicemos en la Verdad dando respuestas a todos los hombres de cada tiempo. En el campo litúrgico, por ejemplo, son devotos de la forma extraordinaria del rito romano y ansían su vivencia de nuevo por toda la Iglesia pues son conocedores de que su belleza, su solemnidad y la acentuación del misterio de la Cruz están destinadas a enriquecer la forma ordinaria. A su vez, entienden que la forma extraordinaria puede enriquecerse en sencillez por la forma ordinaria, y que ambas son formas válidas de un mismo rito y que, por tanto, han de tender a una armonización entre sí en continuidad con toda una historia de desarrollo orgánico, siendo la liturgia un don divino y no creación humana. Este acento en la tradición, este buscar en ella para entender mejor y más profundamente la Iglesia actual, en perfecta comunión con el papa, podría hacernos hablar de cierto “tradicionalismo”. Como defensores y propulsores de la tradición (en contraposición a los revolucionarios o los obsesionados con una Iglesia novedosa y acomodada al mundo) no pocos han hablado de verdadero tradicionalismo, y ciertamente lo considero más “verdadero” por estar en la Verdad de la comunión eclesial pero no en cuanto a la precisión del término, por las razones ya expresadas. Son por tanto, si se quiere, tradicionalistas en sentido muy impropio, aunque hasta un gran Santo Padre como San Pío X haya usado este término. Son, como considero más apropiado, católicos o católicos tradicionales, y entre estos, fieles al papa, sí, nos encontramos muchos que, en lo político y con todas las consecuencias, somos tradicionalistas. En español: carlistas y, como tales, simplemente católicos, apostólicos y romanos (¡muy romanos!). Vamos, en definitiva, Omnes cum Petro, ad Iesum per Mariam.

26 junio 2013

Radiografía de una sociedad (por Aparisi y Guijarro)

 
En esta sociedad reina una hipocresía escandalosa; todos llaman al pueblo soberano, y todos se apresuran a robar uno por uno a este rey miserable los miserables harapos con que apenas puede cubrirse.

En esta sociedad todas las verdades se adulteran, y se falsean todas las instituciones.
Lo que hay de singular en esta sociedad es el usarse en ella una lengua nueva: pensaréis que es la misma que hablaban nuestros abuelos, os equivocáis; las voces tienen igual sonido, pero distinta acepción. A lo bueno se le llama malo, a la Religión fanatismo, libertad a la servidumbre, independencia nacional tanto quiere decir como "dejar de ser criados de una nación para constituirse esclavos de otra". Representación nacional es representación, sí, pero de las pasiones de un partido, que o por leyes viciosas, o por corrupción, o por violencia ha hecho enmudecer a una grande nación.
Voz del pueblo, se reduce a la voluntad de ciento o doscientos, a quienes habéis de creer sobre su palabra que son buenos patricios, los cuales en una populosa ciudad que calla porque teme, y teme porque no hay justicia, vocean y braman, y si es necesario asesinan.
En esta sociedad, cuanto más leyes, habrá más corrupción; cuanto más ensanche en las formas políticas más desenfreno; cuanto más publicidad menos vergüenza.
En esta sociedad, por fin, es todo una mentira, una farsa indigna, que no puede subsistir, que va a caer, que caerá en breve. 

Don Antonio Aparisi y Guijarro "En Defensa de la Libertad" (Rialp, 1957)
Y esto lo decía certera y proféticamente el señor Aparisi en 1872. A lo que se ve, más de 140 años después, la podredumbre permanece y se reinventa a sí misma. Entonces había esperanza en Don Carlos VII. Años después, en nuestros valerosos Requetés. Hoy depositamos nuestra esperanza en el mismo Cristo, que es Rey de todo lo creado, y siendo fieles, un día la gloriosa Comunión de los carlistas, inaccesibles al desaliento, seremos instrumentos de la regeneración social de España, bien ahora, bien cuando caiga. Tiempo al tiempo.

17 junio 2013

El Dogma del Cambio Necesario

El relativismo cansa al hombre común (es decir, al hombre que aún conserva algo de sentido común). Antes o después, a alguien, algo le parece tan obviamente cierto que, al ponerse en duda, no puede sino indignarse. Además, desde el relativismo como formulación teórica, en toda su absurdidad, uno puede aferrarse al axioma más irracional, bajo el supuesto de que, si todo es relativo, algo puede ser relativo a uno mismo, por lo que si para uno algo es "verdad" le da igual o no que lo sea para otros.

Casi me atrevería a decir que la "post-podernidad" o el "estamos en el siglo XXI" va dejando poco a poco de tener la fuerza de antaño (¡oh paradoja!) en el sentido de que si todo es relativo, aggiornar tecnológicamente lo pasado puede verse hasta chic. Ahí está la moda vintage, la vuelta a los 80 en ropa o música o incluso las ferias medievales que se desarrollan en numerosas localidades españolas. En el fondo, el nacionalismo tiene mucho de esto: un mélange de costra tradicional relleno de modernismo. Por eso, lo del "estamos en el siglo XXI" no suele funcionar como argumento frente a los eructos nacionalistas como el de "los derechos históricos" (eructos porque sólo remota y hediondamente puede hacernos recordar a un buen cocido manchego... ya me entienden ustedes, si identifican derechos históricos con el eructo y los fueros con el cocido antes de digerirse).

Lo que constituye hoy, pues, la punta de lanza contra la Verdad es una evolución, nunca mejor dicho, de lo que Gambra denominaba "vientos de la Historia": es la consecuencia del "todo es cambio". Así, con este Heráclito revisited, todo se envuelve en una provisionalidad paralizante para construir pero enormemente atomizante en tanto que vuelve a las personas sobre sí mismas en busca irrefrenable de un placer que pretende suplir la seguridad y estabilidad del Hogar (i.e. la Tradición, la Patria, las costumbres) ya desmoronado y desdeñado. Basta, pues, extender la idea inevitable de que todo cambia para que todo valga. En la era tecnológica, además, esta idea adquiere la apariencia de un axioma sin necesidad de demostración. La ideología post post-modernista es la del "cambio necesario": no solo todo cambia sino que debe cambiar para que las cosas sean "normales".

Todo debe cambiar, y la fuerza de esta idea es tal que no necesita más disquisiciones sobre la verdad relativa o el significado de la Modernidad. Relativismo 2.0

Para nosotros, en fin, es una nueva ocasión para ser "reaccionarios". Pero no reaccionarios asumiendo el "Cambio Necesario Pero al Revés" sino en el sentido contrarrevolucionario de fundarlo todo en construir sobre una herencia, sobre una tradición, sobre la Familia, la Sociedad, la Patria, y todo ordenado a Dios.

13 junio 2013

A cuento de lo de los Jóvenes de San José

No sé si todos los lectores de este blog conocen ya la noticia de que el Ayuntamiento de Barcelona ha prohibido a la asociación "Jóvenes de San José" continuar su labor de repartición de comida a personas necesitadas y atención a indigentes porque, al parecer "da mala imagen" (a lo que cabría preguntarse si la mala imagen es la que da un sistema económico inmoral e injusto que permite que existan personas sin las necesidades más básicas cubiertas o la de unos políticos con vocación de casta). 

Sí, sí. Como lo oyen.

¿Que quiénes son los Jóvenes de San José? Pues, como ellos mismos dicen, unos bautizados que buscan "dar de comer al hambriento". Según parece, el problema está en que lo hacen por Amor a Dios y, por Dios, a los demás. El flagrante pecado civil cometido no es otro que no poner al "otro" por encima de Dios, aunque no reconozca el ayuntamiento que ésta, y no otra, es la razón de su decisión. 

Desde luego que la noticia es para quedarse sin palabras, eso sí, después de proferir todo tipo de calificativos nada amables. Por mi parte os animo a que suscribáis la alerta que Cruz de San Andrés ha preparado.

Yo ya he firmado, y he añadido un mensaje personal que se me ha olvidado copiar pero que venía a poner sobre la mesa la gran farsa de la libertad abstracta que nos quieren hacer pasar por auténtica libertad. Y claro, la Libertad, cuando es libertad y no son libertades (es decir, variadas, múltiples como la realidad misma, concretas y reales) pues sucede que es más pretexto que derecho. Y en este caso la administración elegida "democráticamente" se siente, por un mero formalismo procedimental de elección (y a esto anudan la esencia de esa "libertad" abstracta) con la autoridad suficiente como para prohibir a unos chicos paliar en algo el sufrimiento material de muchas personas que sufren las consecuencias del sistema económico que se desarrolla en esa "libertad". 

Creo que tenemos que hacer, entre otras luchas, una clara cruzada de concreción de las ideas a todos los niveles. Dejar de hablar de libertad sino de libertades (y hablar de subsidiariedad, de mandato imperativo, juicio de residencia o representación orgánica); dejar de hablar de valores sino de virtudes (humildad, pobreza, templanza, justicia, etc.); dejar de hablar de individuos sino de personas; hablar de sociedad pero sobre todo de organizaciones, de asociaciones naturales, de colaboración y caridad; dejarnos, en fin, de ampararnos en -ismos sino en principios que se realizan -y esto es lo difícil- en políticas concretas y decir alto y firme, muy alto y firme que lo que ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona es otra muestra más, pero igualmente flagrante, de to-ta-li-ta-ris-mo.

07 junio 2013

Chesterton se hace hueco en mis lecturas

No hay manera de volver a darle ritmo de nuevo al blog, ruego me disculpen. Además de la falta de ideas y tiempo, la inercia de la inactividad bloguera hace estragos. No cejo en mi empeño. Lo que sí ha mejorado últimamente es mi ritmo de lectura, gracias a Dios y a que, con motivo de mi último cambio de domicilio, he aparcado definitivamente el coche, brindándome el Cercanías una gran oportunidad de ir cumpliendo con mi interminable lista de lecturas pendientes mientras me acerco al trabajo. Así que, entre lo uno y otro, reanudo el blog con eso: mis lecturas.

El caso es que la susodicha lista va alcanzando una longitud amenazante. Y los libros comprados, si bien en menor proporción, también, por lo que se hacía perentorio escoger un criterio de selección u orden de prelación de lecturas. Hacía tiempo que me había adentrado, y este blog es testigo en alguna medida, en la lectura de algunos de los pensadores del tradicionalismo hispánico. Vázquez de Mella, pero también Aparisi y Guijarro, Rafael Gambra o Francisco Canals. Y algo más de Álvaro d’Ors. Debía leer algo de Santo Tomás de Aquino, y leí “De Regimine Principum” (o del gobierno monárquico). Incluso pude leer algo de Castellani y Menéndez Pelayo (en ambos casos, selección de textos). Sin embargo, no he tenido ocasión todavía de adentrarme en Balmes; de Donoso Cortés había comenzado (y dejado a medias, a la espera de volverlo a empezar) su "Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo" y tengo comprado “Defensa de la Hispanidad” de Ramiro de Maeztu. En esas estábamos cuando una y otra vez se me ha recomendado la lectura del gran (física e intelectualmente) G.K. Chesterton. Su agudeza en las citas que leo y “retuiteo”, su lúcida apologética y socarronería inglesa, y muy especialmente el asunto del Distributismo me cautivaban, pero algo me retenía, y es un cierto remordimiento por no conocer a fondo los clásicos hispánicos. Dice Santo Tomás de Aquino que la Caridad tiene un orden: quien no ama a su próximo no puede amar al lejano. Quien no ama a sus padres terrenales difícilmente puede amar a Dios o le amará mal: por ello, no podía darse que hubiera leído a Chesterton o Shakespeare y no a Lope, a Cervantes o Garcilaso de la Vega. Pero el influjo del gran príncipe de las paradojas me llamaba y su amor por España, siendo inglés, de manera particular. El caso es que me propuse construir la casa por el cimiento: leí algo de Lope de Vega (Fuenteovejuna y el Caballero de Olmedo) o una antología poética de Manuel Machado, pero cuando me adentré en el aquinate me rendí y decidí por fin leer el ensayo-biografía “Santo Tomás de Aquino” de Chesterton, a pesar de las recomendaciones de mi amigo “Don Quijote” de comenzar a leerle con otros libros más representativos. Lo cierto es que lo devoré y me propuse finalmente adentrarme en el universo chestertoniano. Me compré Ortodoxia, El Hombre Eterno y Lo que está mal en el mundo, pero antes, siguiendo mi inicial propósito, me leí y disfruté enormemente la Primera Parte del Quijote –sobre lo cual habrá ocasión de volver-. [NOTA: Sí, en efecto, es un gran pecado, siendo español, pero especialmente por ser hijo, nieto, bisnieto y así para arriba, de manchegos, no haberme adentrado en él mucho antes]. Por fin, la historia de la humanidad, penetrada en su auténtico sentido y viajado por las entrañas de su más profundo motor, tamizado por el agudísimo ingenio y finísima inteligencia, El Hombre Eterno se fue deslizando por mis dedos y las hojas volaron una tras otra dejando tras de sí su impronta imborrable en mi entendimiento, y de un modo particular al mostrar el sentido común en toda su crudeza y lustre. Hasta ahora ha sido mi última lectura terminada y sigo bajo su influjo. Intuyo que continuaré un tiempo pensando en la habilidad de un hombre como Don Gilbert en llevarnos sutilmente a través de paradojas, como de la mano, y aun a saltos, por un camino que descubrimos nuevo pero que llevaba delante de nuestras narices mucho tiempo. En Chesterton uno se cae del guindo. O mejor, hacemos el salto inverso del abismo a tierra. En el tradicionalismo tenemos autores así. Bueno, en realidad el tradicionalismo es eso: un baño de realidad y sentido común. Lo particular de Chesterton es que te conduce sin que lo notes y desde el otro lado, mientras piensas que juegas, cuando en realidad estás concluyendo un negocio muy serio. Chesterton no ha viajado a la modernidad, vive en ella por circunstancia coetánea y geográfica. La Inglaterra del siglo XX ya es una sociedad a las puertas de la postmodernidad, al menos en las ideas que los “intelectuales” de la época van delineando. En El Hombre Eterno se niega la mayor sin necesidad de grandes volúmenes enciclopédicos a toda una cosmovisión del hombre y su historia que aún hoy pervive. Chesterton responde en 1925 a las ideas “fuerza” (como diría un cursi) en las que se mueve el hombre de hoy. Es interesante porque el español medio (el que todavía piensa o quiere pensar) puede encontrar un camino entretenido pero revelador de vuelta a la cordura y el sentido común.


Mientras, y antes de volver a la Segunda Parte del Quijote, tras lo cual me espera quizá algo más de Aparisi o Mella (últimas adquisiciones en la feria del libro viejo de Madrid), he hecho un alto en el camino para leer a Tolkien. Lo que sí es seguro, es que me esperan “Ortodoxia”, “Lo que está mal en el mundo” y “san Francisco de Asís”. Quién sabe si, quizás, alguno se cuele, como el Chavo del 8, “sin querer queriendo”. Lo contaré aquí, D.m.