12 octubre 2012

El pilar que asienta la Hispanidad [corregido]


Ante todo, no debemos perder de vista que la Hispanidad comenzó cuando, sobre un pilar, la Madre de Dios se apareció a Santiago Apóstol, abatido en medio del camino, y le dijo: ¡Evangeliza!

Bajo esta perspectiva se levanta con coherencia toda nuestra historia y la del 12 de octubre. Los seis siglos que siguieron a aquel ¡evangeliza! sirvieron de simiente para que en Toledo el rey Recaredo confesara la fe católica, y la monarquía visigoda unificó a todos los hispanos por vez primera bajo esta voz: ¡Evangelicemos!

Y desde el 711, perdido el suelo patrio y perdida España una vez, don Pelayo engrandeció lo que posiblemente fue una escaramuza pero trascendental, que permitió la cabalgada póstuma del Cid sobre Valencia, las Navas de Tolosa, el santo rey Fernando III, el sabio Alfonso X, el conquistador Jaime I y finalmente el pueblo de Granada que se rinde a sus reyes. Isabel y Fernando, recibidas las llaves entre las lágrimas de Boabdil, pronunciarían humildes, tras 1492 años de espera: ¡Hemos evangelizado las Españas!

Y en la Pinta, la Niña y la Santa María zarparon con el beneplácito e impulso reales, Colón y un puñado de valientes que, en este y otros viajes, proseguían la marcha civilizadora que comenzara en Covadonga. La reina Isabel oraba en un rincón de Extremadura y la Madre de Dios la escuchó: estaban en Guadalupe, y de aquellas tierras Dios bendijo a la Corona con hombres de extraordinaria entrega que por el rey don Carlos libraron del tormento a Tlaxcaltecas y Aztecas. Hernán Cortés, Alvarado, Pizarro, Pedro de Valdivia, entre tantos más, fueron adalides de una bandera que, con las aspas de San Andrés, proclamaban a sus hombres: ¡Evangelizad!

Y como en la madurez de todo hombre, la Hispanidad fue la vocación cumplida de los españoles: vascos, castellanos, catalanes o extremeños se unieron a mexicanos, peruanos, chilenos o argentinos para que las Españas que todos formamos bajo el nombre de hispanos fuesen una llamada al orbe entero que admiraba cómo la fe en Dios, la confianza en su Madre, la lealtad a sus reyes y fidelidad a su tradición, creaban un gran pueblo, el mayor que nunca jamás se vio en la historia. Y en el sentimiento de todos, una enseñanza de Amor: el ¡Evangelio!

Es hoy, cuando obstruidos los entendimientos por la miseria humana, la Hispanidad se yergue quizás más resplandeciente ante nuestros ojos que, acostumbrados a la oscuridad hodierna, tal vez retiren la mirada. Pero no por ello ha de dejar de lucir porque es su Luz la que nos permite caminar y, aunque abatidos como Santiago en medio del camino, cansados y desanimados, en algún pilar, en algún recodo, o en el interior de nuestra alma española e hispana, la Virgen del Pilar, Nuestra Señora de Guadalupe, en Cáceres o en el Tepeyac, nos vuelve a interpelar: ¡Reevangeliza!