15 abril 2012

Manifiesto Monárquico al Rey por venir

Hace doscientos años España vivía una decadencia institucional, política y moral que hizo patente la necesidad de una renovación a prácticamente todos los niveles. No hace falta extenderme demasiado en el recuerdo de los sucesos de Bayona, la ocupación francesa de nuestro suelo y un 'rey' impuesto y extranjero. Pero eso no eran sino las consecuencias visibles. Los reyes de España hacía un tiempo que venían horadando los pilares de nuestra fortaleza jurídica y política, ya desde la abolición de los fueros de los reinos de la Corona de Aragón, el regalismo, el Despotismo o largos periodos sin convocar Cortes y una interminable sucesión de reformas fallidas que, sin embargo, nos permiten seguir pensando en aquéllos como nuestros Reyes.

Y es que catalanes, vascos, valencianos o castellanos, como todos sus ancestros, aún vitoreaban a su Rey, porque España era la Monarquía, y se adherían al Monarca como primer Pater Familias del conjunto de familias que formaba la Patria; y mantenían, con diversas leyes, costumbres e idiomas, una unidad inquebrantable fraguada por la Comunión de Fe en Cristo, lo que dotaba a pueblo y monarquía de un horizonte eterno y trascendente bajo cuya Egregia protección brotó fructuosamente la vida de una civilización que deslumbró al mundo durante siglos.

Y por esa salud que le quedaba al pueblo, como en otras muchas ocasiones en nuestra historia, cuando la abominación de la desolación ponía un pie en nuestro suelo, España entera se alzó contra el extranjero a grito de "¡Viva el Rey, la Patria y la Religión!", y deseó hasta apodarle en tal deseo la vuelta de su Rey. 

Pero el deseado resultó felón, y marchó, el primero, por la senda que nos conducía al abismo. Su Hija ocupó un lugar que, no por tamaño, le resultó grande, y fue protestada y expulsada. Ya entonces la salud de España volvía a mirar al Monarca y reclamó para él su Trono, poniendo en Carlos María Isidro sus esperanzas, como siempre, en que Carlos V fuese el regio Pater Familias que España anhelaba recuperar, al ver sentado de nuevo, en lo más alto de la dignidad patria, el magno espíritu de  San Fernando III, de Jaime I el conqueridor, Alfonso X el sabio, de la gran Reina Católica o de Felipe II. 

D. Alfonso Carlos I,
como Fernando III, un
verdadero Rey Santo
Pero la historia ha sido la que es y el daño estaba hecho. La dinastía de la Década Ominosa, la misma que desciende de la de los Tristes Destinos se asentó y se expulsó, se reinstaló, huyó sin desear volver, y volvió nombrado a dedo. Lo de ahora es, simplemente, un esperpento que muestra la cara más bochornosa de un régimen en que los resortes morales más básicos brillan por su ausencia: como consecuencia, la república borbónica (dos-sicilianas) hace aguas.

Hoy Domingo (y termino) he visitado el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, y no he podido sino preguntarme qué tendrá que ver el Jefe de Estado que hoy se denomina rey con sus Gloriosos ancestros. ¿Qué ha quedado de nuestra Monarquía Hispánica? Y al ver reposar en el mismo panteón a Carlos I y a don Juan de Borbón y Battenberg, en vez de llorar sólo he podido rezar dos padrenuestros: uno en acción de gracias por los grandes Reyes que sí tuvimos y ya no quedan; y otro, por que algún día se vea cumplida, en la persona que Dios tenga a bien concedernos, la promesa de aquel Rey gallardo de las Españas* que fue Carlos VII, cuando, al pisar por última vez la Patria a la que amaba exclamó a las generaciones futuras para que nunca perdamos la esperanza: ¡Volveré!

Hoy, más que nunca: ¡Viva España! y ¡Viva el Rey Legítimo!

"La Unión de la santidad de la fuerza, el triunfo total del espíritu
sobre los afectos domeñados, la perfección moral convertida en norma de
república y buen gobierno, la vida de Gracia rigiendo la vida política,
sólo en nuestro Santo Rey pueden encontrarse"
(Menéndez Pelayo, sobre Fernando III)
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* Si bien sus sucesores merecieron el entusiasmo y fervor de sus fieles, e incluso alguno como D. Javier I llegaron a jurar fueros (famosa es su foto en Guernica), D. Carlos VII fue el último que gobernó de facto en parte del territorio español. 

04 abril 2012

Aprendiendo de Aparisi y Guijarro

"No se leen ya en el mundo obras voluminosas; el espíritu humano, cansado de sí mismo, y arrebatado a la vez por diferentes objetos, lleva impreso el carácter de un siglo en que todo se precipita con increíble rapidez, sin que sea dado fijar su atención, ni un solo momento, en ninguna cuestión, por importante que sea. Empero hay cuestiones que no pueden explicarse ni comprenderse tan apresuradamente y, sin embargo, son las más importantes al hombre. Esta precipitación, en la que nada se detiene, nada se medita, bastaría por sí sola a debilitar, y con el tiempo a destruir de todo punto la razón humana."

Me gusta leer a Aparisi y Guijarro. Cada vez más. Y tal vez sea porque leerle es un aprendizaje continuo de la sencillez del sentido común, que por nada malvende la Verdad sino que nos la ofrece de un modo sutil, pero clara e inequívoca, también ruda, claro que sí. Leyéndole me siento más discípulo aún del Maestro. Encuentro en sus discursos la expresión perfecta de lo que uno quizás ya conoce, tal vez sin que hubiese reparado en ello. Y cuando más veo que nos reprende, que nos hace ver el error dejando relucir en sus palabras la Verdad, más resuenan en mí las palabras del Apóstol: "no es propio de uno que sirve al Señor pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, paciente, que corrija con mansedumbre a los rebeldes por si Dios les da un arrepentimiento que les lleve a reconocer la Verdad (2 Tim II, 24-25)".

La cita que reproduzco es toda una llamada a detectar uno de los grandes obstáculos que encontramos en el mundo de hoy para reconocer la Verdad: hemos perdido la paciencia, la mansedumbre (quizás por la falta de paz interior que todo lo agita), el valor del silencio, la oración personal, tú a Tú con Dios, solos, sin ruido... y así nos va.