08 octubre 2013

Tradicionalismo político ¿y religioso?

A raíz de una publicación de Javier Garísoain en Facebook se produjeron en su muro una serie de comentarios sobre el tradicionalismo político y el religioso. La idea expuesta inicialmente por Javier es que ser tradicionalista político no implica ni conlleva ser católico tradicionalista. Cosa que básicamente comparto, aun con algún matiz que quise añadir. El caso es que he aportado mi modesto grano de arena pero no me he quedado satisfecho con el resultado de la síntesis que he intentado realizar, así que intentaré ahora exponerlo aquí de un modo algo más sosegado.

1.- El tradicionalismo y la tradición

Creo que es imposible entendernos si antes no sabemos de qué hablamos ni lo que entendemos cada uno por las palabras que empleamos. Así, por tradicionalismo entiendo el movimiento que propugna la tradición como presupuesto para el progreso, siendo su vehículo la fidelidad a unos mismos principios y coherencia en su defensa a lo largo del tiempo y el espacio. Dejando de lado expresamente el tradicionalismo filosófico, expresamente condenado por la Iglesia, me debo centrar en el tradicionalismo político y el religioso.

Tradición, en su acepción originaria, es aquello que se entrega (del latín “traditio”: entrega). Y para que se entregue debe existir un receptor. Siendo esto algo obvio, no es infrecuente que se pierda de vista. La tradición puede morir, bien porque lo que se entrega no es lo recibido, o bien porque directamente no existe receptor legítimo.

2.- La Tradición en la Iglesia y la imposibilidad de un catolicismo tradicionalista

En el caso de la fe es la Iglesia quien recibe legítimamente la revelación de manos del propio Dios. Aquello que se entrega no es ni más ni menos que el depósito de la fe, recibido en su totalidad pero que la Iglesia va entendiendo a lo largo del tiempo bajo la inspiración del Espíritu Santo que nos enseña “todas las cosas” (Juan 14, 26), y lo recoge en el Magisterio perenne. Es por ese motivo que se dice que la Tradición está “viva”: porque “crece” según la Iglesia militante camina y avanza en el camino de la santidad. Así, solo la Iglesia es y puede ser sujeto receptor de la revelación por medio de la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica,  que la transmitió bajo la autoridad de Pedro hasta el Papa Francisco y los Obispos en comunión con él. Tradición, ministerio Petrino y autoridad, van intrínsecamente unidas. Por esto mismo, y siendo que el “fenómeno” tradicionalista suele surgir allí donde la tradición ha sufrido una discontinuidad (lo que implica que su “receptor” no la reciba en su totalidad), este fenómeno, propiamente dicho (aunque sí hay una manera impropia que luego mencionaré), es imposible que exista en materia de fe, entre otras cosas porque nadie tiene autoridad suficiente como para usurpar las palabras del mismo Cristo, que a Pedro dio las llaves para atar y desatar y que además nos prometió que las puertas del infierno no prevalecerán. Un fenómeno tradicionalista en este plano implicaría no solo la pérdida de la fe sino una ideologización de la tradición, de modo que ya no sería algo concreto que un mismo receptor legítimo recibe y hace crecer, sino que lo convierte en algo estático cuyo receptor es un ente abstracto en contraposición a la cabeza visible (de ahí que se hable, a veces despectivamente, de “Iglesia de Roma” en contraposición a la “Iglesia Eterna”) y sobre todo vinculado a unas formas y modos específicos inadaptados.

3.- Tradición política y necesidad del tradicionalismo

Sin embargo, en el plano político, el resultado de la tradición es la Patria, surgida de forma natural sobre unas instituciones y los principios que las informan. La tradición siempre es algo concreto y real, lo opuesto a la ideología, que es ideal y abstracta. La Patria es una realidad sagrada pero temporal y como tal no goza de la infalibilidad ni eternidad de esa otra sociedad espiritual que es la Iglesia. Es factible, pues, que esa Patria se diluya, desaparezca o, por decirlo más propiamente, muera de inanición (separación de la tradición). Es por eso que el tradicionalismo no solo es posible sino que solo en él se puede continuar hablando, propiamente, de Patria. Son, pues, aquellas familias que siguen conservando, aun siglos después, esa tradición y organización patria, en la medida en que luchan por su reconstrucción y renovación, los que forman el grupo social y político del tradicionalismo, organizado o no. En el caso de España, está claro que desde 1833 la España que se negó a morir defendiendo la Patria en su integridad, con sus instituciones, su fe, su rey y sus libertades ha continuado ininterrumpida pero cada vez de forma más menguada luchando bajo el nombre de carlismo, por Don Carlos, que fue el primer rey que, usurpado el trono, lo disputó legítimamente.

Llegados a este punto, cabe una pequeña conclusión previa: el tradicionalismo político es necesario cuando se da la espalda a la tradición en la Patria. En la fe, como quiera que el presupuesto de hecho es imposible, no cabe el tradicionalismo si no es como ideología y, por tanto, como falsa defensa de la tradición, por muy acompañado de elementos buenos. Sabemos, por el mysterium iniquitatis, que en esta vida el mal y el bien se encuentran misteriosamente entremezclados, pudiendo existir elementos de verdad y bien en lo que es malo, y viceversa. Por decirlo en lenguaje bíblico: junto al trigo siempre habrá una cizaña, que sólo será segada en el Juicio Final.

4.- Posibilidad de una imprecisión terminológica: tradicionalismo “impropio”

Dicho todo lo cual, a nadie se le escapa que en una coyuntura como la actual de apostasía generalizada, de disolución social, desnortamiento y confusión generalizados, aquellos que mantenemos una militancia tradicionalista en el plano político, al ver cómo la cizaña envuelve al trigo en la Iglesia, corremos el riesgo de perder la fe y desobedecer al Señor: “dejad que crezcan ambas hasta la siega” (Mt 13, 29), desesperándonos sin recordar el “non praevalebunt” que vino junto con el “Tu est Petrus”. Y con ello, refugiándonos en la seguridad de una tradición que han segado previamente de raíz, se corre el riesgo de pensar que la tradición (i.e. trigo) está en el “granero” y no en el “campo”. Es decir, han desobedecido al Señor y han segado antes de tiempo.

Pero esta actitud última no se justifica por lo desolado de un entorno ensoberbecido, secularizado y empecatado. Los que descubren en la tradición un tesoro que, desempolvado, brilla por encima de la mediocridad y maldad reinantes, descubren también el reinado absoluto de Cristo en la historia de su Iglesia y la primacía de su Misericordia. Por eso entienden los pronunciamientos magisteriales de las últimas décadas en consonancia y a la luz de la tradición revelada, agradecen profundamente al papa Benedicto XVI que diera a conocer el criterio de la Hermenéutica de la Continuidad y reciben humildemente aquellas verdades que el Espíritu Santo sigue iluminando hoy en día, con sus carismas propios y realidades nuevas, para que profundicemos en la Verdad dando respuestas a todos los hombres de cada tiempo. En el campo litúrgico, por ejemplo, son devotos de la forma extraordinaria del rito romano y ansían su vivencia de nuevo por toda la Iglesia pues son conocedores de que su belleza, su solemnidad y la acentuación del misterio de la Cruz están destinadas a enriquecer la forma ordinaria. A su vez, entienden que la forma extraordinaria puede enriquecerse en sencillez por la forma ordinaria, y que ambas son formas válidas de un mismo rito y que, por tanto, han de tender a una armonización entre sí en continuidad con toda una historia de desarrollo orgánico, siendo la liturgia un don divino y no creación humana. Este acento en la tradición, este buscar en ella para entender mejor y más profundamente la Iglesia actual, en perfecta comunión con el papa, podría hacernos hablar de cierto “tradicionalismo”. Como defensores y propulsores de la tradición (en contraposición a los revolucionarios o los obsesionados con una Iglesia novedosa y acomodada al mundo) no pocos han hablado de verdadero tradicionalismo, y ciertamente lo considero más “verdadero” por estar en la Verdad de la comunión eclesial pero no en cuanto a la precisión del término, por las razones ya expresadas. Son por tanto, si se quiere, tradicionalistas en sentido muy impropio, aunque hasta un gran Santo Padre como San Pío X haya usado este término. Son, como considero más apropiado, católicos o católicos tradicionales, y entre estos, fieles al papa, sí, nos encontramos muchos que, en lo político y con todas las consecuencias, somos tradicionalistas. En español: carlistas y, como tales, simplemente católicos, apostólicos y romanos (¡muy romanos!). Vamos, en definitiva, Omnes cum Petro, ad Iesum per Mariam.