08 noviembre 2012

Sobre la tentación dualista o maniquea (I)

Huir del maniqueísmo exige juzgar con fundamentos
de Verdad y no de "partido"
Lo que sigue son extractos del artículo publicado en agosto de 1971 por D. Francisco Canals Vidal en la revista Cristiandad, y cuyo contenido enlazo directamente con mi anterior entrada "Guardemos las formas (sí, la formas)". No obstante, la profundización sobre este tema, tan trascendental para no caminar ciegos o cojos por el mundo de la política o vida social, requiere también una lectura atenta al magistral artículo "MONISMO Y PLURALISMO EN LA VIDA SOCIAL", que enlazo en esta entrada. 


LA TENTACIÓN DE LAS ANTÍTESIS MANIQUEAS

"Algunas sectas pitagóricas del siglo IV (a. De J.C.) afirmaban como fundamento del Cosmos, pares de principios opuestos:

   BIEN y MAL
                LUZ y TINIEBLAS
     DERECHA e IZQUIERDA
            UNIDAD y PLURALIDAD
ESTABILIDAD y MOVILIDAD
   CLAUSURA y APERTURA

Era un “dualismo” del tipo del que profesaron después los maniqueos. El MAL es concebido como esencial, consistente y originario. En consecuencia se afirma que en la realidad se dan elementos y dimensiones que son en sí mismos, por su propia esencia, tenebrosos y malos.

Aquellos pitagóricos eran tal vez “maniqueos” derechistas. Ya que ponían, en serie con la derecha el bien y la luz, lo unitario, lo inmóvil y lo cerrado. Con lo que merecerían las acusaciones que se dirigen hoy a los aborrecidos conservadores y reaccionarios.

O tal vez eran izquierdistas tan consecuentes y radicales que encontraban aburridos a los bienpensantes y se gozaban ya en las flores del mal. Tal vez hallaban en lo tenebroso la plenitud de posibilidades de un izquierdismo móvil, pluralístico y abierto.

La mentalidad maniquea es blasfema y desintegradora, ciega para la verdad. Según la verdad es bueno lo que es, en razón de la perfección de su ser, y el mal se da como desorden y carencia privativa. (…)

El sofisma maniqueo pretende enfrentar lo ABIERTO y lo CERRADO al modo del BIEN y del MAL. Si el maniqueísmo izquierdista opta por lo abierto, hasta preferir, por aperturismo, lo malo en caso de aceptar que lo cerrado es lo bueno, un derechismo contagiado de mentalidad maniquea puede tender a sospechar el mal en lo abierto.

Pero lo bueno es lo que es, en la perfección de su ser. Malo es lo desordenado y privado de perfección. De acuerdo con la filosofía perenne de la fe cristiana.

Y así como en el bien está el tiempo de morir y el tiempo de matar –y no el tiempo para el suicidio y el homicidio-; y el tiempo de sembrar y el tiempo de cosechar –pero no el de sembrar cizaña en el campo de trigo, ni el de meter la hoz en mies ajena-; está también en el bien el tiempo para el movimiento y la quietud –pero no para la agitación inútil ni para la pereza-; en el bien está el cerrar y el abrir –aunque es indecoroso abrir lo que tiene que estar cerrado, e injusto cerrar lo que tiene que estar abierto. (…)
Cuando el pensamiento tradicional defiende las libertades de expresión; la autarquía de las instituciones docentes y la libertad de enseñanza; la vida espontánea de los cuerpos intermedios y el respeto a las libertades de asociación fundadas en el orden natural; la autarquía de los municipios y corporaciones locales; nunca falta quien crea ver en estas actitudes como una concesión del tipo “nosotros también defendemos la libertad”.

Sería disparatado responder a esto con aquello de que “hay que reconocer las razones de la revolución”, o recordando que “hay que hacer lo justo porque es justo”, y no porque lo porque lo propugne la revolución y para anticiparse a ella, según se expresó el presidente Kennedy.

(…) La apertura de todo lo que ha de ser abierto para que la vida social despliegue su dinamismo al orden natural de Dios [Nota de SLH: o el cierre de lo que debe permanecer cerrado…], lo propugna el pensamiento tradicional, no como ofreciendo su alianza al progresismo izquierdista [N: o al conservadurismo derechista], o como si mediase a modo de TERCERA FUERZA, sino como una PRIMERA FUERZA política orientada hacia el orden integral de la sociedad.

06 noviembre 2012

Guardemos las formas (sí, las formas)

Hace unos meses salí de Misa un tanto indignado con la homilía que acababa de escuchar. Lo que prometía ser una buena predicación contra la hipocresía se convirtió en un alegato contra el "formalismo" que derivó hacia un desprecio a la "forma" frente a lo "auténtico", que sería la intención o la disposición interior. Mis ojos se tornaron como platos al escuchar la burla hacia la antigua costumbre del luto, que incluso llevaba a muchachas jóvenes que debían contraer nupcias vestidas de negro si tenían la mala suerte de que, al tiempo de casarse, habían sufrido en su familia la muerte de un pariente cercano.

Como en los meses siguientes he puesto atención a argumentos de este tipo, que invocaban lo "auténtico" que sería la disposición interior frente a lo "falso" que es la forma exterior, he ido reparando en lo extenso de este errado pensamiento, mucho más arraigado de lo que creía.

El error de fondo y profundo tiene su raíz, por ir al meollo del asunto, en un olvido total de Santo Tomás de Aquino, que rescató el realismo aristotélico al pensamiento cristiano para superar el anquilosado platonismo -incluso si tamizado por el pensamiento agustiniano- que no lleva sino al dualismo, y en ocasiones dualismo maniqueo. 

En efecto, en el hombre no existen como realidades separadas o independientes alma y cuerpo, como no lo están las ideas y la realidad, al modo que pretendía Platón. Por tanto, la verdad no está en la "idea" cuyo reflejo es el objeto. De igual modo, la abstracción de materia y forma como realidades independientes supone una ruptura de lo real en favor de lo idealista, o de lo que no se corresponde con la unicidad natural de las cosas. O mejor dicho: las cosas son reales y aunque se componen de "materia" y "forma", ambas forman una unidad necesaria que, al menos tienden a unirse. Anteponer la materia a la forma equivale a la traumática ruptura de la realidad que ya realizaban algunas sectas pitagóricas y se encuentra presente en toda forma de dualismo, como el maniqueismo de derechas e izquierdas.

En resumen, la forma ha de obedecer a la materia, igual que toda materia tiene una forma determinada.

Este neodualismo se ha infiltrado en tantas esferas del pensamiento cristiano actual, que el "guardar las formas" se ha convertido en sinónimo de hipocresía, como si el amor y el afecto a una persona fuesen compatibles con arrearle todos los días golpes en la sesera

Se ha aplicado, por otra parte, a promover la falta del decoro en el vestir, a la desacralización de la liturgia en aras de una "sencillez" muy mal entendida, a la pérdida de los sacramentos, a la manera de hablar, de comportarse, a la devaluación del arte, el olvido de la belleza, la incapacidad para objetivizar lo bello, a la pérdida de la llamada "urbanidad de la piedad" y así un largo etcétera que, aniquilando la forma, va cercenando la materia porque, recordemos, las cosas son reales y existen como tales. Se da la paradoja de que, buscando la "sinceridad" se acaban desfigurando las cosas. Me recuerdan a aquellos que, proclamando ese "yo es que soy muy sincero y no me callo las cosas" lo que hacen es, una y otra vez, herir, importunar, cuando no blasfemar o, simplemente, alzar la voz por encima de quien tiene razón -unos cretinos, vaya.

Errores son -no está de más decirlo- tanto el formalismo hipócrita que bajo la máscara de la forma se oculta la suciedad, como el espiritualismo idealista que aspira a un mundo de "intenciones" alejado de las "formas". En ambos casos se da un desorden contra el que todo cristiano debe luchar.

Por último y por acabar, una pequeña reflexión en defensa de las "formas". ¡Cuantas veces la estructura es protectora de lo que contiene o debería contener! Las formas, en sociedad, crean costumbre, norma y constituyen un "educador", incluso de la moral. Hasta en el huevo, la cáscara que de poco vale, es imprescindible. Las virtudes, por su parte, nacen de "forzar" a realizar actos externos o formales contrarios a nuestra inclinación íntima, hasta que la inclinación o impulso interior se adecúa a lo bueno creando hábito: así la importancia de las formas contribuye a la mejora interior. Cuando falta la referencia externa, se hace más complicado la mejora porque lo interior adquiere valor en sí mismo. Se dice que el amor crece con los actos de amor, y no al revés. Recuerdo la historia de aquel marido harto de su esposa por la rutina y los años de matrimonio, que decide el divorcio justo en el momento en el que a ella le diagnostican un cáncer terminal. Decide entonces, por compasión y por "guardar las formas", comportarse como un marido enamorado, y acto tras acto, acaba por enamorarse de nuevo.

Hagamos que las cosas sean lo que son, parezcan lo que son y que sean lo que parezcan. Eso es lo cristiano.