23 marzo 2010

Lo que recuerdo de don Álvaro del Portillo (indirectamente)


No es habitual que dedique alguna entrada (y llevo dos seguidas) al Opus Dei, del cual no soy miembro aunque me considero hijo y heredero espiritual de San Josemaría y de la Obra. De ella recibí gran parte de mi formación y mi fe (gracias a mis padres, por supuesto), por lo que estoy tremenda y eternamente agradecido. Hoy se cumple el 16º aniversario del dies natalis de don Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría y primer Prelado de la Obra. De él, Juan Pablo II dijo que fue “servidor bueno y fiel”. Son innumerables las anécdotas de su fidelidad filial y servicio al Fundador, cumpliendo todos los encargos aunque tuviera 40 de fiebre. En mi caso particular, los recuerdos que tengo de él en vida los vinculo con mi abuela materna, a la sazón supernumeraria e hija fiel del Opus Dei. En concreto, dos recuerdos.

Uno de ellos se remonta, precisamente, a un 23 de marzo de 1994, día de su fallecimiento. Nos lo comunicaron en clase y, a pesar de que no pasaba de los 10 años, conocía quién era, por lo que me impresionó bastante. Esa misma mañana, D. Álvaro había celebrado la Santa Misa en el Cenáculo de la Última Cena, en Jerusalén, lo que sin duda fue un último regalo de Dios. No recuerdo el por qué, mis abuelos se encontraban pasando unos días en nuestra casa. Cuando llegué, mi abuela nos recogió en la ruta y le comenté lo del fallecimiento del Padre, del que ya estaba enterada. Nos fuimos esa tarde a la Misa-funeral que se celebró en la Catedral de Valencia, presidida por el Arzobispo. De aquella Misa recuerdo poco, salvo que estaba llenísima y tuvimos que estar toda la ceremonia de pie. Para mí no supuso mucho, pero para mi abuela supongo que sería un fastidio, ya que el cáncer contra el que luchaba desde hacía años la tenía débil, a pesar de lo fuerte que era. Como siempre, ni se quejó ni pidió que le dejaran sentarse. A la hora de comulgar yo sólo tenía una obsesión de crío: comulgar de manos del Arzobispo. No fue fácil, pero lo conseguí y volví triunfante a donde estaba mi abuela, que comulgó de uno de los sacerdotes que se acercaron por los pasillos.

El otro, más que recuerdo es una carta que, con motivo de la enfermedad de mi abuela, el Padre le dirigió a través de la Asesoría Regional de la Obra, en la que la bendecía y le animaba a seguir luchando y ofreciendo sus sufrimientos por la Iglesia y por la Obra. Pocos años después, mi abuela moría, consumida por el cáncer y pidiéndonos que no lloráramos por ella, pues había sido una persona muy feliz “acompañada por la fe y andando de la mano de Dios” (así lo escribió). Guardo dicha carta como un tesoro de correspondencia entre dos santos (aunque no canonizados): don Álvaro del Portillo y mi abuela y aunque el día de hoy es el de don Álvaro, por estas cosas de la vida, no puedo evitar unir su recuerdo (¡con alegría!) al de mi abuela, que en el Cielo seguro que está.

21 marzo 2010

San José

El pasado viernes fue San José y, aunque viene con dos días de retraso, os invito a que veáis este vídeo de San Josemaría sobre la devoción al padre putativo de Jesús.


18 marzo 2010

¡Vuelve, Esquilache!

¡Vuelve Esquilache! Vuelve, y proclama el contraste de los tiempos que te tocaron vivir. Asómbrate de la docilidad de un pueblo indómito que antaño se alzaba contra su ministro de hacienda y hogaño besa el zapato de quien le hurga los rincones más recónditos de su impúdica intimidad. Tus sucesores aprendieron del Conde de Aranda que, comprendiendo el natural carácter del español, asumieron que nada podía el más poderoso déspota si ante él se erguía el orgullo de una nación como la española. Sin que tú nos lo impusieras, colgamos el sombrero de ala ancha, pero no consentimos que nos tocaran el bolsillo so pretexto de un paternalismo que nadie os había pedido. Pero te tengo compasión. Dentro de unas semanas, el domingo de Ramos, te acordarás de cómo el español se rebeló contra el expolio y exigió del rey la bajada del precio de los bienes de primera necesidad. Nace la compasión, de imaginar el desconcierto que debe de suscitar en alguien como tú –después de “aquello”, te tutearé- observar que quienes ocupan tu lugar son atribuidos de mucho más poder y que les funciona el paternalismo falso como máximo argumento justificador de las mayores tropelías. Debes de pensar que España no es España, aunque bien podrías concluir que sin sangre no hay ser vivo, y cuando la horchata es lo que corre por las venas de un pueblo, ese pueblo no está vivo.

¡Vuelve Esquilache! Vuelve, y recuérdale a España que antes que expoliada, le exigía al rey la expulsión de sus ministros.

* Y esto podría venir a cuento de la subida del IVA que, como sombrero de tres picos, y punta de un iceberg mucho más grande y profundo, debería servir para resucitar el alma de la sociedad española.

06 marzo 2010

¡Mar afuera!

En esta entrada voy a ceder la palabra. No me resisto, sin embargo, a escribir una pequeña introducción. "Mar afuera" es cómo Mari Mar se llama a sí misma, "porque es lo contrario a Mar adentro", dice. El mensaje está tan claro que es ocioso explayarse más. Hace un par de años TVE hizo un documental sobre ella que os recomiendo a la de ya que veáis. "Mar afuera" se puede ver, pinchando aquí (web de RTVE), en este enlace que os dejo. Ella es un regalo, fuente de vitalidad y lección para nosotros, quejicas empedernidos por los pocos baches que podemos encontrar en el caminar. María del Mar García Garrido es una chica de 24 años con una cruz en forma de enfermedad degenerativa, la mayor de seis hermanos, estudiante de periodismo y apasionada por Dios y la Vida. La conocí gracias a mi novia, que la conoce desde hace muchos años. Hace un par de semanas fui de acompañante privilegiado de ellas dos (junto a la madre de Mari Mar y otra chica que la asiste), al Vía Crucis presidido por la Cruz y el icono de la Jornada Mundial de la Juventud (que se celebrará en Madrid en 2011). Su testimonio iba a leerse en la segunda estación del Vía Crucis y, para facilitar la labor, mi novia leyó buena parte del texto que preparó Mari Mar. Le pedí que me dejara publicarlo en el blog, y aquí está, para mis contados lectores, de regalo de Cuaresma:

El Amor y la alegría son base en nuestra vida

Hola a todos, me llamo María del Mar, tengo 24 años, soy la mayor de seis hermanos, estoy en silla de ruedas por una enfermedad degenerativa sin diagnóstico desde los seis años pero eso no quita que tenga ganas de vivir, la prueba de ello es que estudio cuarto de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.

Pues bien, esta es mi cruz. “La alegría tiene sus raíces en forma de cruz”: cuando tienes a tu alrededor gente que te quiere esa cruz pasa a un segundo plano y le quitas importancia. Pienso que para llevar una cruz, hace falta creer en Dios, ayudar a los demás, dar tu amor y dejarte ayudar.

Los que estáis hoy aquí podéis ver o pensar que en mis circunstancias una persona no puede ser feliz. Yo pienso que la felicidad procede de estar cerca de Dios, eso no significa que en el día a día las cosas no cuesten, ni sienta mis limitaciones….

En la vida nos encontramos obstáculos; Tenemos dos opciones: dejarnos caer o seguir adelante. Yo he optado por seguir adelante y cada obstáculo me hace cada vez más fuerte.

Es más, como sabemos que Dios es nuestro Padre, todo lo que recibimos de Él es bueno, no nos va a mandar algo que no podamos llevar, sino que siempre nos da la fuerza para continuar, pase lo que pase.

Como habréis podido ver, en esta sociedad no se valora el gran regalo que tenemos, que es la vida. Les parecemos inútiles tanto física como psicológicamente. Ellos no se dan cuenta; pero los enfermos somos el tesoro de la Iglesia y la presencia viva de Cristo en la Tierra.

El camino a la Santidad es muy misterioso y en mi caso yo he descubierto que mi enfermedad es el camino para estar unida a Jesús, mi verdadero apoyo. Gracias, Señor, porque Tú eres la verdadera Vida, y Tú le das sentido a nuestra vida y a nuestro dolor.

******
¡Gracias, Mari Mar!

Os dejo el vídeo del Vía Crucis:



Con la opinión hemos topado

Cada vez me voy convenciendo más de que en el debate sobre los toros hay más enjundia de la que superficialmente se nos antoja. Ya tuvimos ocasión de comentar en este blog el paralelismo entre la cuestión del aborto y el argumentario antitaurino. La reducción del patrón de pensamiento al sentimiento como verdad, es la causa de que muchos de aquellos que se sienten “heridos en su sensibilidad” por la fiesta de los toros, no mueven una ceja al contemplar impávidos la matanza indiscriminada y mucho más sangrienta y atroz de millones y millones de niños que no ven la luz por mor de la sacrosanta y canonizada liberación (sic) femenina. Y ello es “causa” porque mientras la sangre del feto es cuidadosamente limpiada en la pulcritud del negocio abortista, no pasa nada; y mientras la sangre del toro es derramada con bravura y valentía en el ruedo ante los ojos de unos cientos de desalmados, el espectáculo escandaliza a los nuevos meapilas del progreso. Vivimos en una sociedad moderna y libre (o “liberada”, más bien) en el que las rositas de pitiminí nos adornan el pensamiento sobre una existencia cada vez más borreguil y enemiga de cualquier atisbo de dolor, sangre o lucha. Por eso, si la voluntad suprema de la madre se ve en algún modo violentada por la asunción de su propia responsabilidad ¡acabemos con la responsabilidad!, es decir, matemos al niño. Eso sí, en la clínica, con todas las comodidades y la sangre bien limpiada. Nada de dolor, nada de lucha, nada de niños ni de toros en la plaza.

Pero bien, decía al principio que tiene más enjundia lo de los toros porque sirve de muestra de otra característica más de la sociedad moderna: la voracidad por el posicionamiento cerril y atrincherado. En efecto, desde que “nosotros mismos con nosotros” nos dimos el sistema que tenemos, “nosotros” somos la fuente y origen de las verdades más contundentes, porque la soberanía soberana del pueblo nos ha convertido en dioses de la voluntad popular. Y ¿quién le va a exigir a un dios que piense o justifique su pensar, si es dueño de su ser, su destino y hasta de su pasado? Por eso, la cada vez menos exigencia de la argumentación fundada, del buscar la verdad o del “estudio” de los temas para alcanzar un criterio ponderado. Del mismo modo, nada de humildad y de reconocimiento de la incapacidad de uno para opinar sobre tal o cual cuestión que se le escapa o que requiere cierto (o mucho) estudio. No, aquí estamos para regir los destinos del conjunto. Vivimos la fiebre de la opinión. Cada tema o cuestión social despierta una obsesión enfermiza por opinar. Ahí tenemos cientos de encuestas cada día sobre los temas más dispares, o las tertulias en radio o TV en que lo mismo se habla sobre los problemas personales de alguien, que de las causas de un accidente de avión. Unos desafían las verdades más profundas de la fe católica sin haber abierto nunca un libro de teología o de moral, o se quedan con el primero que cayó en sus manos. Otros, se adhieren con ardor a la primera causa que satisface sus arrebatos emocionales o gustos personales. Al coronar la opinión (plural por definición), en detrimento de la verdad (única por definición) es lógico que aquélla impregne todos y cada uno de los aspectos de la existencia. Como cuando se abre un dique tras las lluvias torrenciales, así una sociedad que proclama el “pluralismo político” como valor superior de su ordenamiento (art. 1.1 de la Constitución) deja que fluya la opinión por doquier y sin control. Se da carta de naturaleza a la opinión por el mero hecho de ser opinión, por lo cual, deja de tener sentido fundamentar los argumentos, por innecesario. Lo dicho sobre una cuestión, al tener un cimiento tan endeble de su fundamento en sí mismo (en imitación burda de Dios), debe echar mano del cerrilismo para imponerse, o bien adopta la pasividad o indiferentismo respecto de los demás. No hay alternativa posible.

Todo lo cual, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y puestos a hacer derivadas, me venía a la mente cuando he leído el reciente libro (muy pequeño: 82 páginas) del filósofo francés Francis Wolff “50 razones para defender la corrida de toros”. No es el libro impecable, pero sí la batería de razones de mayor sentido común y datos elocuentes que deja en flagrante evidencia (permítaseme la redundancia) a quienes se empeñan en no pensar y atacar la fiesta del toro.