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Con el tiempo voy constatando con
cierta preocupación la falta de valentía de los católicos (me permito la
generalización) ante lo que llamaré la “cuestión económica”. Conforme se
adentra uno en la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, en aquellos valientes
que la han aterrizado al mundo de las propuestas concretas (pienso por ejemplo
en Thibon, Lovinfosse, Belloc o Chesterton) uno se va indignando de verdad,
agravándose la perplejidad por la ausencia de respuesta contundente ante los
graves problemas sociales que la actual crisis nos está dejando.
Vivimos en una cárcel intelectual
que si en el terreno político ha hecho estragos con ese desgarro imposible que
la maniquea y falsa brecha entre derecha e izquierda ha producido, en el
terreno económico las conciencias andan en coma. Y sobre todo pecamos de
pereza, cobardía y tibieza, cuando no de ceguera.
Entre los (mal llamados)
cristianos por el socialismo (preocupados justamente por la cuestión social) y
los cristianos liberales o capitalistas (preocupados justamente por la libertad
y la espontaneidad de la vida económica) se encuentran los barrotes de una
prisión de la que es urgente salir.
Porque no es lo mismo libertad de
mercado que capitalismo. No es lo mismo justicia social que redistribución de
la riqueza. No es lo mismo bien común que conjunto de bienes individuales. No
es lo mismo caridad que solidaridad. No es lo mismo preocupación por los pobres
que paternalismo de estado. No es lo mismo responsabilidad social de los ricos
que lucha de clases. No es lo mismo propiedad privada que liberalismo. No es lo
mismo iniciativa privada que individualismo. No es lo mismo salario justo que
intervencionismo. No es lo mismo sistema social justo que socialismo. Como no
lo es sociedalismo que socialismo o distributismo que comunismo.
Por
eso es tan errado compaginar capitalismo con catolicismo, como mezclar
catolicismo y socialismo. La civilización cristiana ha desaparecido pero
no se
nos ha ido el cerebro. No podemos tampoco intentar equilibrios
imposibles entre
liberalismo y socialismo, entre derecha e izquierda, cayendo en un
centro
todavía más deplorable. Hemos de estrujarnos el cerebro. La Verdad le
queda
grande a las teorías económicas nacidas de filosofías erradas, ya sea el
individualismo o el materialismo. La Doctrina de la Iglesia sobre los
gobernantes y las responsabilidades sociales del poder y los pudientes, o
sobre
los más desfavorecidos huyen de simplismos, de etiquetas o de
banalidades. La
Doctrina Social de la Iglesia no se ha empequeñecido, se ha
empequeñecido
nuestro intelecto. El mundo se ha secularizado, se ha agnostizado, pero
nuestra
Doctrina luce esperando concreción. No la guardemos bajo un celemín.
Seamos sal
y dejémonos de falsos realismos cobardes y perezosos. No hay que optar
entre
capitalismo o comunismo. No hay centro posible entre dos errores. Hay
una
Verdad misericordiosa que ha renovado todas las cosas, también las
sociales.
Así que, católicos, seamos valientes. Pensemos. Propongamos, intentemos,
probemos y recemos.
Leamos primero el
Magisterio perenne de los papas. Leamos el jugo que le sacaron los autores
antes citados. Y trabajemos por su Reino. No hay excusas.