25 agosto 2010

Reflexión sobre los dogmas de la Iglesia

¡Qué aversión existe hoy a la palabra "dogma"! Nadie querría que se le llamase dogmático, y ante cualquier afirmación cabe el antídoto mágico de este apelativo, que contrarresta, a los ojos de muchos -¿la mayoría?-, cualquier afirmación mínimamente categórica, por muy fundamentada, coherente y lógica que ésta sea.

En la Iglesia misma, antaño Barco Majestuoso que recogía el soplo de Dios con el despliegue de los dogmas, es hogaño muchas veces reacia a pronunciar la palabra casi maldita.

¡Caridad! -exclaman-. Me asombra la capacidad de nuestro tiempo de vaciar las palabras y los conceptos hasta hacer de ellas parte de un juego de trileros. Dogma y Caridad, dos conceptos inseparablemente unidos, han sido convertidos hoy en figuras antagónicas que se enfrentan, de modo que para algunos -demasiados- la Caridad exige la ausencia de dogmas o, en el mejor de los casos, su "revisión" constante al albur de los tiempos -¿conveniencias?-. "Corregir al que yerra" es, por tanto, por mor de la modernidad absoluta, la opresión más insufrible para la hipersensibilidad buenista del nuevo hombre y mujer cristianos.

Y digo yo, ¿qué habríamos hecho tantos, sin aquellas indicaciones del profesor de turno que subrayaba las partes más importantes del temario, y que luego caían en el examen? ¡Cuánto tiempo ganado! ¡Qué bien salían aquellas preguntas! ¡Qué fácil aquel aprobado (la "nota" había que ganarla con mayor esfuerzo)! Por el contrario, qué arduo aquel otro temario, de imposible "quiniela" ni posibilidad de discernir entre importante y accesorio!

Pues a mí, que me enseñaron a ser agradecido (así de reaccionario soy), le doy eternas gracias a aquellos profesores que supieron ser maestros. Y doy gracias a la Iglesia -Mater et Magistra, Madre y Maestra, no sólo en la cuestión social- por señalarme claramente qué parte del temario de la Verdad y la Salvación es imprescindible y caerá en el examen.

¡Gracias!

Pd.: la imagen que ilustra la entrada es un detalle de "El triunfo de la Iglesia", pintado en Bruselas por Rubens, cuyo tapiz se encuentra en el Monasterio de las Descalzas Reales (Madrid), y que recomiendo encarecidamente visitar.

12 agosto 2010

Las estrellas (no) son para el verano

Sobre las faldas de la sierra de Gredos está el lugar que desde hace más de veinte años me recarga en época estival las pilas gastadas en el funcionamiento a lo largo del año académico. Paradógicamente, antaño pasaba tres largos meses reparadores (de no sé qué) en pandilla, piscina, fútbol y carreras en bici emulando a Induráin. Tres meses de felicidad que han ido paulatinamente descendiendo hasta los tres o cuatro días (y sin la forma suficiente para emular a Contador). En cualquier caso, cuanto menos son, más los valoro. En este verano, segundo de mi vida laboral, los tres días de rigor me han devuelto un instante concreto de aquella niñez. Es curioso cómo nuestra vista y nuestro horizonte, conforme vamos andando por la vida, van perdiendo altura, en una dirección cada vez más terrenal y menos celestial. Y fue en una velada de las de entonces, de sobremesa después cenar, cuando como en aquel tiempo (no tan lejano, al fin y al cabo), nos pusimos a ver las estrellas. Mi abuelo, tan dado a recordar, recordó el tiempo en que localizábamos la Osa Mayor, Marte, la Estrella Polar... y tuve la sensación de recuperar algo sagrado ya olvidado por los ajetreos del día a día y la ciudad. ¿Cuándo algo tan ocioso como mirar las estrellas se convirtió en algo tan preciado? Como con tantas otras cosas, al "enrarecerse" se ha revalorizado.

Ayer, cuando ya en Madrid, leí que era la "lluvia de estrellas" que hace años me quedaba también a observar, y ya no pude repetir por estar en casa de nuevo.

Al final, determinados instantes como ésos, no son sino voces del Cielo con mayúscula que nos recuerda lo importante de la Vida. Este verano, además, ha venido en varias formas, pues en estas estaba cuando me encontré con esta reflexión con la que concluyo, mientras leía "La historia de España" de don Marcelino Menéndez Pelayo:
"No hay medio tan seguro de caminar por la tierra como llevar los ojos puestos en el Cielo (...). Quitad del mundo a los que rezan y habréis quitado a los que piensan, y a los que pelean por causa justa, y a los que saben morir." 

01 agosto 2010

Razones para defender los toros #1

Confieso que no le tengo ningún respeto a aquellos que dicen estar en contra de los toros y a "favor de los animales" (sic). No. Me niego a respetar a quien espeta esta barbaridad y mentira sin pestañear. Y menos aún a quienes han privado, una vez más, a Cataluña de un tesoro tan catalán como la sardana, els castellers o les calçotades. Los que son ignorantes de profesión no merecen perdón del resto.

Este año, la revista 6 toros, 6, distribuyó gratuitamente el librillo "50 razones para defender la corrida de los toros" del filósofo francés Francis Wolff. Es la aportación personal suya que me parece interesantísima y que deja muy en evidencia la mentira de los totalitarios antitaurinos. Así que, en sucesivas entradas pondré algunos de esos argumentos:
[4] ¡Si un toro fuera torturado huiría!

La lidia no pretende torturar a un animal indefenso, sino más bien al contrario consiste en hacer pelear a un animal naturalmente predispuesto para la lucha (de ahí el nombre de toro de lidia, ver argumento [7]). Tenemos dos comprobaciones empíricas evidentes: si se hiciera la prueba del puyazo a cualquier otro animal (un buey o un lobo), huiría inmediatamente, puesto que la fuga es la reacción de cualquier mamífero ante una agresión. Sin embargo, el toro de lidia, lejos de huir, redobla sus acometidas. Segunda comprobación: cuando se le hace sufrir a un toro de lidia una verdadera "tortura" (por ejemplo, una descarga eléctrica como es el caso de algunas vallas electrificadas), se escapa y huye. Este comportamiento es justamente el contrario al de su reacción normal durante la pelea en el ruedo.