28 agosto 2012

Libro: Solución social (Thibon y Lovinfosse)


En un entorno de crisis de civilización como el actual, las propuestas sensatas, factibles y morales son más que bien recibidas. Es el caso de las medidas económicas que el filósofo francés Gustave Thibon y el empresario belga Henri Lovinfosse pusieron sobre la mesa a mediados del siglo XX en su obra “Solución Social”, que ahora edita la Fundación Fenareta.

Quizás sorprenda del libro su actualidad y vigencia, más de medio siglo después, ya que al leerlo uno piensa que se está hablando al hombre moderno, angustiado por la desesperanza del fracaso de las ideologías imperantes, y trata de darle salida mediante una solución digna de una sociedad libre. Es cierto que la obra viene condicionada por la coyuntura del momento, dominada por la amenaza comunista, pero no es menos cierto que, igualmente, señala las amenazas e inmoralidades de la ideología que trata de usurpar la libertad de mercado endiosando su caricatura. Pero la mayor sorpresa y virtud sea que las propuestas que se plantean, partiendo de un análisis certero de los errores de la economía y la estructura social, están listas para ser aplicadas inmediatamente. Es decir, no son elucubraciones teóricas alejadas de la realidad sino medidas concretas que (lo más importante) nacen de la formulación de principios claros y acordes con una visión integral de la persona como ser familiar y social.

La obra, que consta de dos partes, analiza en la primera mitad, con increíble lucidez, las contrariedades existentes en la sociedad y economía de nuestro tiempo, anunciando los principios sobre los que viran las medidas salariales, fiscales y aduaneras que a continuación ponen sobre la mesa. Frente al maniqueísmo que impregna la dinámica política y económica actuales (y en este pecado se cae tanto por el “lado” izquierdo como por el derecho) Thibon y Lovinfosse propugnan la natural convergencia de intereses en un entorno de libertad y responsabilidad. Las propuestas son concretas, factibles e inmediatamente aplicables: adaptación de los salarios a la productividad, especialmente por incremento de la misma; creación de organismos independientes con tribunales de apelación, que juzguen su aplicación; economía basada en el consumidor (y no en el consumo); redimensionamiento del estado, por un lado reduciendo su estructura y por otro fortaleciendo su papel como árbitro y mediador; la vuelta a un patrón monetario de valor fijo y universal; potenciación de pequeñas y medianas empresas donde se potencia la responsabilidad de empresarios y trabajadores; una política aduanera audaz en apostar por la justicia y el interés del consumidor; una reforma fiscal coherente y estable respecto de la renta nacional (con una presión fiscal mucho menor que la actual); la sustitución de los subsidios del paro por pequeños trabajos públicos y la obligatoriedad del pago de salarios íntegros durante los primeros días de paro en caso de despido, etc.

Por supuesto, estas reformas no se agotan con su enunciación pues, a juicio de los autores no se pretende "construir una ciudad ideal" y "no exige la destrucción de la ciudad actual como condición previa para la edificación futura. No pretendemos alterar bruscamente nada, no pretendemos quemar los puentes después de haber pasado". Pero, añado yo, es una apuesta valiente e inteligente por salvar a la sociedad actual de su destrucción por la vía de la esclavitud materialista.

Es, a mi juicio, una propuesta merecedora de prestar atención, sujeta a matices, reformas o adaptaciones, pero que constituye un interesante paso adelante. Por ello animo a su lectura, a su valoración y a su examen, y concluyo con una arenga y advertencia de sus autores, cuyo contenido comparto sin reservas:

"Nada es más contrario a los espiritual -y a sus exigencias de salvación total- que ese espiritualismo etéreo, tan frecuente sin embargo en los medios intelectuales y religiosos, que rehúye ponerse a prueba en el firme y áspero terreno de las realidades materiales. Es la tara -denunciada por Péguy- de esos idealistas que, prendados de una pureza imposible, no se contaminan las manos, porque no tienen manos."

22 agosto 2012

Decadencia


Hoy ya no se juzga la validez o no de las ideas. Ni mucho menos la veracidad de las mismas, porque la verdad en sí ha dejado de ser una meta. Así, no se debate ni se somete a auténtica revisión las propuestas políticas o económicas, y no digamos las filosóficas que aparezcan. Lo que es hoy medida de todas las cosas, lo que determina la "validez" o aceptación de unas ideas -que no son tales- es su novedad respecto a lo ya existente. O, en el caso de España, simplemente, las novedades que otros países ya han adoptado antes que ella. Y a esto llaman "progreso"... como si avanzar hacia un despeñadero fuera el fin de una carrera*.

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Hice esta reflexión mientras terminaba el libro "Solución social" de Gustave Thibon, tal vez preguntándome cómo es que una soluciones tan de sentido común para el marasmo económico han tenido, hasta hoy, tan poco eco. Del libro, Dios mediante, escribiré próximamente.

09 agosto 2012

Españoles e italianos (y IV)

Santa María la Mayor (Roma),
muy vinculada históricamente con España
Hemos establecido en las tres entregas los nexos de unión entre españoles e italianos, sin que ninguno sea de mayor peso que el de la catolicidad de ambas naciones añadida al hecho fundamental de Roma como Sede de Pedro, que se encuentra en suelo italiano, como italianos fueron los estados pontificios. Ello, añadido a la historia y sustrato común que compartimos, me lleva a una tesis principal que es hora de sintetizar, a saber, la necesidad para España de una relación preferencial con Italia, más allá de coyunturas penosas como la actual, en la que nuestros pueblos se ven juntos en una encrucijada que nos lleva al desastre económico. 

Una muestra de la crisis profunda que sufre nuestra Patria es la pérdida de un horizonte claro y coherente en política exterior, consecuencia directa del sistema liberal que tenemos, que sacrificó los principios y el alma de España en aras al interés plutocrático perpetuado gracias a los partidos. ¡Cómo no va a ser así si los políticos han dado la espalda y abandonado los dogmas nacionales, metas fundamentales de toda nuestra acción exterior, es decir, la recuperación de la soberanía sobre el estrecho de Gibraltar, la unión con Portugal y la Hispanidad! No obstante, si bien el año pasado traje a colación lo expuesto magistralmente por Vázquez de Mella al respecto, ahora es mi propósito situar esta relación entre italianos y españoles en el horizonte de nuestra acción exterior, no como dogma nacional, ni mucho menos, pero sí como un objetivo coherente, no sólo con nuestra tradición sino en conexión con nuestros intereses actuales en el mundo (entre otras cosas, porque los dogmas nacionales inciden en nuestro mismo ser como Patria, que alcanza su esencia en la Hispanidad. Las Españas no son las Españas sin la Hispanidad).

No así ocurre con Italia, claro está. Pero, si es necesidad de toda persona, como ser esencialmente sociable, entablar lazos de amistad con sus semejantes, y los padres procuran a sus hijos amigos con quienes poder crear "comunidad", así España debe procurarse amistad con quienes sabe que comparte unos mismos principios y sabe que su interrelación es una buena influencia. No en vano cuando allá por el siglo XV  colaboramos con un italiano de Génova, Cristóbal Colón, España descubrió el Nuevo Mundo.

La pena es que, como dijimos en la anterior entrada sobre la revolucionaria unificación italiana, y desde que en 1812 y 1833 los españoles nos dimos la espalda a nosotros mismos, nuestras naciones adolecen de la misma enfermedad liberal. Por eso, haber leído sobre el reciente encuentro entre el secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista, Javier Garisoaín y Nino Sala, del Partito Tradizional Popolare, me ha alegrado enormemente como gran noticia que es en línea con lo que he propuesto en estos días.

Por supuesto, que España e Italia recuperen los fuertes lazos que nos unen, más allá de los que entablemos a nivel particular, pasa por que nuestras naciones redescubran y se reconcilien con su propia tradición política, profunda y esencialmente católica; pero también es cierto que señalar desde ahora nuestras metas más inmediatas, en este caso en relación a nuestra política exterior, nos situará en la senda para que nuestra Patria recupere el norte, que falta nos hace.

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06 agosto 2012

Españoles e italianos (III)


Hemos visto ya (parte I y parte II) que no son pocos los lazos de unión entre italianos y españoles, pero conviene continuar acotando. Podría decirse que España ha tenido históricos nexos de unión, claro está, con toda la Cristiandad: desde Aquisgrán a Dublín, pasando por Praga, Viena y Bruselas. La historia de nuestra Patria está plagada de periodos de enfrentamiento y periodos de amistad con alemanes, franceses e ingleses. Enemistades seculares e intereses dinásticos, guerras y tratados que, a grandes rasgos, encontramos ausente entre Italia y España. Lógicamente, porque Italia, como reino unificado, no existió, pero además, porque, salvo contiendas concretas, españoles e italianos (o, si se prefiere, napolitanos, genoveses, sicilianos o parmesanos) estuvimos siempre de un mismo "bando". Baste recordar las grandes empresas comunes de las Cruzadas o, más avanzado en la historia, la Contrarreforma. Una vez más, una ciudad italiana, Trento, figura en lo más relevante de nuestro horizonte exterior.

España e Italia tiene en común, además, que siendo dos pueblos formados en la diversidad y personalidad de sus diferentes reinos, integraban la Patria en la comunión de una misma fe. No en vano, allá en el 1414, Italia y España fueron dos de las naciones que, agrupadas como tales, participaron en el Concilio de Constanza.

Pero hablábamos de Roma y es que la Roma católica está intrínsecamente unida a nuestro ser español. Roma es el origen y el destino de España. Origen, puesto que romanos son nuestros sustratos. Y Destino, porque romana es la Iglesia Católica, civilizadora y alma de nuestra Patria.

D. Alfonso Carlos I,
Zuavo Pontificio
Por eso mismo, la última presencia en Italia de España está marcada por la defensa del Papado y de los estados pontificios ante la barbarie revolucionaria de los Manzini, Garibaldi y Victor Manuel. Es, por consiguiente, coincidiendo con el principio del ocaso de España y la construcción en Italia de un engendro revolucionario, cuando Italia y España comienzan a darse la espalda. Son sus almas, rotas, las que se repelen y toman rumbos separados. Ilustrativos resultan los vaivenes que los reyes carlistas D. Carlos VII y D. Alfonso Carlos I sufrieron en su infancia, huyendo de la tea revolucionaria por toda Europa, y sobre todo tras las caídas de Parma y Módena. Es, en el lapso de tiempo en que se restaura el tradicional Ducado de Módena bajo Francisco V, restituido al trono, donde transcurre la infancia de estos dos egregios monarcas. Años después, D. Alfonso Carlos gallardamente sirvió al Pontífice en los Zuavos Pontificios. También en Italia, en Trieste, se encuentra el panteón donde responsan los restos de la mayoría de nuestros españolísimos reyes carlistas y un santo italiano, milanés, San Carlos Borromeo, su patrón e intercesor ante el Altísimo.

En la historia posterior, dos únicos momentos, el de la participación italiana en la Cruzada de Liberación de 1936, que más tuvo que ver con el fenómeno paralelo del auge del fascismo italiano y el nacionalsindicalismo en España, que sería un tema a tratar en sí mismo y que queda fuera del propósito de esa serie; y, posiblemente, la participación de italianos y españoles en la División Azul. Más allá, la historia de la Europa que se construye en oposición a la Cristiandad.

¿Conclusión a todo ello? Mejor en una cuarta (y última) entrada...