17 noviembre 2011

Los tecnócratas


Reconozco que me divierto mucho cuando en la escena política ocurre alguna circunstancia que, por decirlo de alguna manera, alborota el gallinero, hasta que se aclaran y adoptan la postura según el color que más convenga a su chiringuito. Y, como en un gallinero alborotado, las gallinas corren y cacarean ruidosamente sin orden ni sentido. Ocurrió al principio de lo de las “acampadas” en Sol y ahora con el nombramiento de un gabinete de “tecnócratas” en Italia. Al menos, opino por lo que he oído en radio mientras me como el atasco mañanero.

Resulta que algunos se llevan las manos a la cabeza porque en Italia los ministros no sean “políticos”. Algunos epítetos han sido: antidemocrático o dictatorial, “no elegido por los ciudadanos”, etc. Para muchos comentaristas españoles, que quienes dirigen nuestros destinos no pertenezcan a partidos políticos es una aberración “democrática”. No les importa que el pulcro respeto procedimental y parlamentario haya producido este resultado: en efecto, en Italia como en España, decir que el presidente del Gobierno es elegido por “el pueblo” es una falacia y una mentira desde el punto de vista estrictamente jurídico-político, ya que quien elige al presidente del Gobierno es el Parlamento. A Calvo-Sotelo (hijo) no lo eligió nadie más que las Cortes Generales, sin elecciones. Y a ninguno de dichos comentaristas se le ocurre decir –que podrían- que no fue presidente del Gobierno “democrático”. Vale, sí, pertenecía al partido gobernante, pero si opinamos con rigor, el presidente no salió de unas elecciones, sino de la decisión parlamentaria; y el presidente, con arreglo a la Constitución y las leyes, puede elegir a quien quiera, diputado o no, como ministro. Y digo todo esto, advirtiendo al lector que en nuestra sacrosanta transición española, uno de los modelos políticos (es especial para el asunto territorial, pero también para el sistema de partidos, aunque fuese como modelo negativo para corregirlo) de mayor referencia a la hora de redactar la Constitución fue el italiano. En definitiva, lo que deja patente este tema es hasta qué punto hemos identificado democracia con partidos políticos; es decir, hemos convertido el sistema en una pura y simple partitocracia.

No quisiera extenderme más, y acabo con una última reflexión: me asombra cómo las ideologías demoliberal y socialista han deformado la vida social y política en España, hasta que alguien considere que es más adecuado para un ministerio de Industria, pongamos por caso, un graduado escolar sin estudios superiores pero fiel al partido que un ingeniero con MBA sin partido. Y no es que piense que tener carrera o máster del universo sea garantía de competencia (a veces hasta precisamente lo contrario) pero creo que se entiende suficientemente lo que quiero decir. En cualquier caso, que conste que la tecnocracia no es garantía de nada y sigue teniendo el grave peligro de que la “técnica” impere sobre la moral o la justicia o pensar que sus consideraciones son independientes y preponderantes sobre los principios pre-políticos. Pero en fin, este es el sistema “que nos hemos dado” y el espectáculo debe continuar…

16 noviembre 2011

A propósito del 20-N (y II): la democracia

Sentado lo dicho sobre el mal menor, queda la pregunta del millón: ¿a quién votar en las elecciones? Y yo respondo con un revés, pues niego la mayor. Mucha gente de mi entorno, menos los que me conocen de verdad, se alarman ante la insinuación de que no iré a votar. Pero el hecho es que creo que considerar el voto como una cuestión primordial, primera, y donde el ciudadano asumiría el genuino protagonismo en política es ya una toma de posición ideológica que no por totalmente extendida es menos perniciosa. La auténtica democracia no es sufragista, sino tradicional, orgánica, concreta, de todos los días, foralista (o modernamente, subsidiaria), en una palabra: libre. Libre, sí, pero de una libertad concreta y real, y no utópica o idealista, abstracta, que imagina el individuo sin coyuntura ni concreciones o como nebulosa de ideas almacenadas en la chatarra del partido político; y es que no podemos ignorar la creciente obsolescencia de la ficción de la soberanía nacional, que atomiza la sociedad mediante el sufragio como mecanismo de elección de qué chatarra-partido político nos ha de regir los destinos durante cuatro años. Y mientras, a callar.

Pero admitamos que el mecanismo sufragista se pueda tolerar y que la participación en ella de opciones realmente regeneradoras y restauradoras del orden natural nos pueda llevar a la participación. Entonces, vayamos a examinar la campaña, y sacaremos conclusiones elocuentes. Para comenzar, la enmienda que los partidos del sistema se han sacado de la manga para reformar la Ley Orgánica de Régimen Electoral General (LOREG) en cuyo artículo 169.3 se exige a los partidos sin representación que obtengan para presentarse avales por el 0,1% del censo electoral. Mejor manera para plantar en la conciencia de una persona más o menos formada la semilla de la desconfianza (cuanto menos) hacia los partidos mayoritarios, no existe. Curioso que PP y PSOE se pongan tan rápido de acuerdo cuando ven peligrar el chiringuito: para unos el 15-M y a los otros les debió de entrar urticaria cuando el anterior Arzobispo de Pamplona Monseñor Sebastián nombró a algunos partidos a los que  poder votar, ejerciendo de verdadero Pastor de la mies desnortada

Y por último, el enésimo intento generosísimo de la Comunión Tradicionalista Carlista de construir una alianza electoral con algunos partidos defensores de principios No Negociables. Y por enésima vez, salvo por AES, ha recibido la negativa por respuesta. 

Conclusión: salvo la presencia aislada de algún partido en alguna circunscripción, simplemente, no hay opción.

O sí, el compromiso vocacional del católico, que busca el servicio a la sociedad por Dios, trabajando día a día en la regeneración social y por el Reinado Social de Jesucristo, cuya fiesta próximamente celebraremos. Y en esas me he comprometido.

¡Vamos 

14 noviembre 2011

A propósito del 20-N (I): malmenoritis reloaded

A pesar de que cada vez me convenzo más de que la democracia -la participación del pueblo en la cosa pública- tiene poco que ver con las elecciones sufragistas, no quisiera dejar de comentar algo sobre las próximas del 20 de noviembre. Y para ello, rescato y actualizo esta pequeña reflexión sobre la licitud del mal menor, a la luz de las enseñanzas magisteriales pontificias y episcopales:

¿Cuántos que hablan de mal menor saben que Juan Pablo II condenó el "error proporcionalista" de creer legítima la elección de cualquier mal sólo por tener enfrente a otro mayor? Cuando un partido defiende el aborto, cuando un partido aprueba la píldora del aborto libre, cuando un partido se carga a los objetores de conciencia frente a Educación para la Ciudadanía, y un largo etc (no hablo del PSOE), uno le podrá votar, sí, pero no podrá decir que lo hace "en conciencia".

En este sentido, me gustaría recordar  la Nota que la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe emitió el pasado día 21 de diciembre de 2010, a propósito de algunas lecturas de "Luz del mundo". Pues bien, la Nota, además de recordar precisamente el peligro "proporcionalista" en la interpretación de la teoría del mal menor, recuerda por un lado que "no es lícito querer una acción que es mala por su objeto, aunque se trate de un mal menor". Cita en su apoyo la Encíclica Veritatis Splendor, que a su vez cita a Pablo VI en la Humanae Vitae. Y algunos alertarán de las barbaridades en ingeniería social del PSOE, obviando las subvenciones al aborto en comunidades como Madrid o Valencia. Pues bien, dice el Magisterio perenne de la Iglesia:
"En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, hacer el mal para conseguir el bien no es lícito,  (cf. Rm 3, 8)"
Nótese que dice "alguna vez tolerar", y no que "siempre" sea lícito tolerar, ni mucho menos dice que siempre sea lícito el mal menor. Al contrario, desde decir que "sería lícito en algún caso tolerar un mal menor" hasta "hay que querer el mal menor" hay una gran diferencia.

Y en todo caso, tenemos lo que dijo en el año 2002 la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en su Nota sobre el compromiso y la conducta de los católicos en la vida política:
"La conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral"
Para mayor aclaración todavía, el Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis definió y concretó cuáles eran los principios que él denominó "no negociables":
"El respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas."
Y por terminar, que todavía he oído alguna objeción más a todo esto (si es que es posible), de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe:
El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad
 Además, 
"Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona."
 Y más recientemente, en su habitual y calculadamente críptico lenguaje, la Conferencia Episcopal de España señalaba el pasado mes de octubre que:
3. No se podría hablar de decisiones políticas morales o inmorales, justas o injustas, si el criterio exclusivo o determinante para su calificación fuera el del éxito electoral o el del beneficio material. Esto supondría la subordinación del derecho al poder. Las decisiones políticas deben ser morales y justas, no sólo consensuadas o eficaces; por tanto, deben fundamentarse en la razón acorde con la naturaleza del ser humano. No es cierto que las disposiciones legales sean siempre morales y justas por el mero hecho de que emanen de organismos políticamente legítimos.
En definitiva, el mal menor, que alguna vez puede ser tolerado, no vale siempre, y en todo caso, subordinado a la Ley Natural.

Quien tenga oídos para oír, que oiga, porque está muy claro ¿no?

01 noviembre 2011

Más allá del Jalogüín (II)

En la resaca del Jalogüín, se impone alguna reflexión que va más allá (nunca mejor dicho) del simple hecho "esotérico-festivo", que es lo que apuntaba en la anterior entrada, sobre la aplastante uniformización cultural que padecemos, aunque parezca por "libre" adhesión. Una fusión por absorción que se viene fraguando por descapitalización y devaluación de nuestros más preciados activos -y perdonadme el símil empresarial-, es decir, la debilidad cultural española por olvido y debilitación de lo propio es causa de que modas tan ajenas a nuestro ser se implanten con entusiasmo en suelo patrio, llámese Jalogüín o Papá Noel (y hasta que al Corte Inglés a algún gran Centro Comercial se le ocurra celebrar Thanksgiving o Martin Luther King).

No obvio el fenómeno de la interconexión creciente entre sociedades, por el progreso tecnológico, que ha favorecido el mutuo conocimiento. Pero hemos de destacar que la mutua influencia no conlleva necesariamente (contra lo que se suele afirmar) un enriquecimiento mutuo. De hecho, la experiencia nos está demostrando lo contrario. El fenómeno meramente tecnológico ha coincidido en la historia con un derrumbe moral e intelectual de lo que se suele llamar "occidente" que ha favorecido una globalización por asimilación pasiva de premisas ideológicas contrarias, seguramente por inercia, a los principios morales y religiosos que sustentaron la Cristiandad. 

Mantengo la teoría de que sólo desde la afirmación de lo propio puede uno enriquecerse con lo ajeno. Sin embargo asistimos a un fenómeno que pretende supuestamente construir mediante la destrucción de lo propio. Es la misma idea subyacente en la concepción relativista de la sociedad que funda el estado democrático por negación de las verdades eternas, de modo que por la tolerancia (que es realmente indiferentismo) se llegue a la pacífica (yo diría muerta) convivencia (o co-yacimiento). Decía Rafael Gambra que el conformismo moderno se manifiesta en una entrega total del individuo y las sociedades a la dictadura de "Los Tiempos", algo que de alguna manera vislumbró sin verlo del todo Ortega y Gasset en la Rebelión de las Masas. El inconformismo (el verdadero hombre libre) sería aquel que huye de esa dictadura para buscar la solidez de la Mansión donde poder construir y heredar (en definitiva, progresar). Por eso, Jalogüín es más que un mero divertimento, en el mejor de los casos. Jalogüín es la claudicación del hombre y la sociedad libre a la masa y a Los Tiempos.