Hace unos meses salí de Misa un tanto indignado con la homilía que acababa de escuchar. Lo que prometía ser una buena predicación contra la hipocresía se convirtió en un alegato contra el "formalismo" que derivó hacia un desprecio a la "forma" frente a lo "auténtico", que sería la intención o la disposición interior. Mis ojos se tornaron como platos al escuchar la burla hacia la antigua costumbre del luto, que incluso llevaba a muchachas jóvenes que debían contraer nupcias vestidas de negro si tenían la mala suerte de que, al tiempo de casarse, habían sufrido en su familia la muerte de un pariente cercano.
Como en los meses siguientes he puesto atención a argumentos de este tipo, que invocaban lo "auténtico" que sería la disposición interior frente a lo "falso" que es la forma exterior, he ido reparando en lo extenso de este errado pensamiento, mucho más arraigado de lo que creía.
El error de fondo y profundo tiene su raíz, por ir al meollo del asunto, en un olvido total de Santo Tomás de Aquino, que rescató el realismo aristotélico al pensamiento cristiano para superar el anquilosado platonismo -incluso si tamizado por el pensamiento agustiniano- que no lleva sino al dualismo, y en ocasiones dualismo maniqueo.
En efecto, en el hombre no existen como realidades separadas o independientes alma y cuerpo, como no lo están las ideas y la realidad, al modo que pretendía Platón. Por tanto, la verdad no está en la "idea" cuyo reflejo es el objeto. De igual modo, la abstracción de materia y forma como realidades independientes supone una ruptura de lo real en favor de lo idealista, o de lo que no se corresponde con la unicidad natural de las cosas. O mejor dicho: las cosas son reales y aunque se componen de "materia" y "forma", ambas forman una unidad necesaria que, al menos tienden a unirse. Anteponer la materia a la forma equivale a la traumática ruptura de la realidad que ya realizaban algunas sectas pitagóricas y se encuentra presente en toda forma de dualismo, como el maniqueismo de derechas e izquierdas.
En resumen, la forma ha de obedecer a la materia, igual que toda materia tiene una forma determinada.
Este neodualismo se ha infiltrado en tantas esferas del pensamiento cristiano actual, que el "guardar las formas" se ha convertido en sinónimo de hipocresía, como si el amor y el afecto a una persona fuesen compatibles con arrearle todos los días golpes en la sesera.
Se ha aplicado, por otra parte, a promover la falta del decoro en el vestir, a la desacralización de la liturgia en aras de una "sencillez" muy mal entendida, a la pérdida de los sacramentos, a la manera de hablar, de comportarse, a la devaluación del arte, el olvido de la belleza, la incapacidad para objetivizar lo bello, a la pérdida de la llamada "urbanidad de la piedad" y así un largo etcétera que, aniquilando la forma, va cercenando la materia porque, recordemos, las cosas son reales y existen como tales. Se da la paradoja de que, buscando la "sinceridad" se acaban desfigurando las cosas. Me recuerdan a aquellos que, proclamando ese "yo es que soy muy sincero y no me callo las cosas" lo que hacen es, una y otra vez, herir, importunar, cuando no blasfemar o, simplemente, alzar la voz por encima de quien tiene razón -unos cretinos, vaya.
Errores son -no está de más decirlo- tanto el formalismo hipócrita que bajo la máscara de la forma se oculta la suciedad, como el espiritualismo idealista que aspira a un mundo de "intenciones" alejado de las "formas". En ambos casos se da un desorden contra el que todo cristiano debe luchar.
Por último y por acabar, una pequeña reflexión en defensa de las "formas". ¡Cuantas veces la estructura es protectora de lo que contiene o debería contener! Las formas, en sociedad, crean costumbre, norma y constituyen un "educador", incluso de la moral. Hasta en el huevo, la cáscara que de poco vale, es imprescindible. Las virtudes, por su parte, nacen de "forzar" a realizar actos externos o formales contrarios a nuestra inclinación íntima, hasta que la inclinación o impulso interior se adecúa a lo bueno creando hábito: así la importancia de las formas contribuye a la mejora interior. Cuando falta la referencia externa, se hace más complicado la mejora porque lo interior adquiere valor en sí mismo. Se dice que el amor crece con los actos de amor, y no al revés. Recuerdo la historia de aquel marido harto de su esposa por la rutina y los años de matrimonio, que decide el divorcio justo en el momento en el que a ella le diagnostican un cáncer terminal. Decide entonces, por compasión y por "guardar las formas", comportarse como un marido enamorado, y acto tras acto, acaba por enamorarse de nuevo.
Hagamos que las cosas sean lo que son, parezcan lo que son y que sean lo que parezcan. Eso es lo cristiano.
2 comentarios:
Muy bien expresado. Las formas, así es, dan forma y contienen.
Es verdad que está arraigadísimo el desprecio por lo formal en beneficio de lo "auténtico", en el mayor de los casos producido por una encomiable buena fe encauzada por planteamientos intelectuales muy débiles. Bien está que sepan lo que tiene prioridad y no caigan en ritualismo fariseo, pero lo que a mí me deja boquiabierto es por qué ensalzar lo primero debe conllevar menospreciar lo segundo. Y a muchísima gente le parece natural. Como si las dos no tuvieran su lugar.
Sospecho que detrás de esto hay algo de lo que un autor norteamericano llamó la mentalidad "either-or" del protestantismo frente a la "both-and" católica: el afán excluyente de exagerar una cosa (que es verdad, al principio) hasta el punto de desfigurarla, frente al precioso equilibrio de convergencias que teje la armonía en la realidad de las cosas.
Es que la tentación maniquea siempre está presente, porque es muy cómodo partir el mundo en dos y echar la culpa de todos los males a la parte opuesta. Si soy empleado, todos los males son del jefe que tengo. Si soy jefe, los empleados solo quieren cobrar y quejarse. Si joven, los adultos. Si adulto, los jóvenes. Y así con todo. Francisco Canals Vidal lo explica muy bien. D.m., voy a seleccionar un texto para colgarlo en una próxima entrada.
Gracias por comentar!
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