18 mayo 2011

Sobre las acampadas, unos comentarios de urgencia

La actualidad nos está regalando uno de esos momentos que, para bien o para mal, se salen del guión, y con las improvisaciones del personal desconcertado se retratan tirios y troyanos. Me refiero, claro está, al tema de las acampadas o concentraciones que parecen tener su epicentro en Madrid. Twitter está siendo un hervidero de comentarios y noticias al respecto pero creo esto se merece una entrada, aunque en síntesis. “Los jóvenes” tienen un protagonismo evidente y, por edad (27 cumplidos este mayo), me siento impelido a hablar desde este punto de vista.

He de decir que siempre he sido muy crítico con mi generación y algunas de sus proclamas, aunque sí siento como propio su malestar, desde antes de la crisis. Ahora, con todo lo que está pasando, con mayor razón, pero me gustaría separar un poco el grano de la paja. Creo que no es paja sino grano de trigo el hartazgo creciente hacia la casta política y el sistema partitocrático que tenemos. La juventud tiene entre las virtudes una mayor independencia hacia lo comúnmente aceptado, su criticismo hacia lo establecido, y aunque me parece un grave error tomar esta actitud como universal y “oficial” (de ahí la obsesiva repetición de llamadas al “cambio” en el discurso político actual) en este caso tiene la ventaja de desdogmatizar de una vez el sistema democrático (*); y eso pone muy nerviosos a los que viven del establishment; para muestra de lo que digo, el botón de la opinión de Ignacio Camacho hoy en ABC. Ayer oí en la radio comentar o alertar de que “movimientos” como el nazismo, el fascismo o el comunismo habían nacido de descontentos como el actual. En una primera aproximación, no les falta razón, aunque entonces, a diferencia de lo que ocurre ahora, ideologías estructuradas recogieron el malestar general para unir a las masas hacia un objetivo totalizante. Ahora en cambio, no existe en principio una ideología previa que parezca capaz de encauzarla ni –al menos por el momento- este movimiento tiene una fuerza suficiente como para influir tanto en la historia. Esta circunstancia es, al mismo tiempo, una ventaja y un inconveniente. El inconveniente es la falta de solidez doctrinal suficiente; la ventaja es que en cierta forma empiezan a parecer superados ciertos conceptos de nuestra –a todas luces- deficiente democracia.

Hasta aquí el análisis “frío” de lo que está ocurriendo. No podemos obviar que en tres días la falta de ideología la está supliendo la izquierda más radical o utópica y eso lo estamos viendo en determinados comportamientos violentos y hacia quiénes están dirigidos. Intuyo que esto tiene que ver con lo ingenuo y verdadero de este movimiento. Verdadero porque el hartazgo nace de una situación objetiva de una crisis brutal que dista de ser sólo económica. E ingenuo porque realmente están pecando del mismo vicio que nos ha conducido al desastre actual, pues no olvidemos que la democracia liberal nació de otros indignados que hablaban francés, en el siglo XVIII, tomaron la cárcel de la Bastilla y esparcieron sus errores por toda Europa y América. Y tenían razón en responder al regalismo que desvirtuó la esencia de la monarquía; pero, bebiendo de su mismo error de fondo, crearon el monstruo de la revolución. Y así, todo "avance" desde entonces y todo descontento lo hemos arreglado con revoluciones que renovaban la esencia del error. “Tronos a las premisas, cadalsos a las consecuencias”, que decía aquél. O nada nuevo bajo el sol, que tanto da.

Y les diría a todos los de #democraciarealya (sin esperanza de ser oído): visto lo visto ¿y si probamos algo realmente distinto, no revolucionario, para renovar y regenerar lo que está podrido? ¿y si bebemos de la fuente del sistema político que alimentó nuestra derruida civilización? ¿Por qué no nos olvidamos de las utopías e ideales pseudo-mesiánicos, y contrarrevolucionamos de una vez (que no es hacer la “revolución al revés”)?

Lo digo en serio, #Spanishcounterrevolution ya!

(*) Añado: aunque no lo crea Ignacio Camacho, que no apellidemos nuestra "democracia", no significa que no se apellide de ninguna manera. De hecho sí tiene un apellido: liberal. La verdadera democracia (participación del pueblo en la res pública) es algo muy distinto.

16 mayo 2011

Comunión de los Santos: sintámonos responsables

Desde un punto de vista geométrico pareciera como si la fe, en los últimos años -décadas- se hubiera transformado, de una dirección vertical (de Arriba a abajo, y viceversa) a un plano horizontal. Lo hemos visto en la Liturgia, en el vocabulario (la comunidad por encima de la relación personal con Dios), hasta en las manifestaciones externas en las que el católico se muestra en su identidad. En definitiva, aduciendo una supuesta prevalencia de la Verdad sobre la Caridad en el pasado, se pone ahora el énfasis en el otro, en la comunidad que se celebra a sí misma -el Papa dixit-, en la caridad sobre la verdad. Uno y otro enfoque (Verdad y Caridad), en sí mismos considerados, son buenos, siempre que no se excluyan mutuamente. Lo destructor es el maniqueísmo que antepone lo uno a lo otro: los que en su celo por la Verdad odiasen al infiel, como los que por una caridad descafeinada mitigan, matizan o directamente esconden la Verdad. Ni es católico el "amarás a Dios sobre todas las cosas" obviando deliberadamente "y al prójimo como a ti mismo", como no es católico el "amar al prójimo sobre todas las cosas y a dios como uno mismo".

Confieso que echo mucho de menos en las homilías dominicales los consejos de la vida espiritual que durante siglos han llevado a millones -o miles- de almas a una vida ascética de oración y santidad. Abundan, sin embargo, las reflexiones poéticas sobre las bondades del amor de Dios, sin tocar pies en tierra, sin llamadas a la confesión, a la oración personal, a la lectura espiritual, a la mortificación. Y sí muchas llamadas a la bondad, a la apertura a la comunidad, al servicio, a la alegría... como si hubiéramos pasado de una fe de virtudes -hábito práctico- a la fe de valores, de ideas, y surge la pregunta ¿es malo hablar de todo ello, de esas ideas? ¡Ni hablar! pero una fe sin obras... o mejor, una fe sin Gracia (sin sacramentos), es una fe muerta.

Y se me ocurre que ese "equilibrio", tradicionalmente se ha llamado "Comunión de los Santos", bendita realidad que una vez oí resumir así: "nadie se salva ni se condena solo". Por la Comunión de los Santos, sabemos que nuestra vida de santidad es fuente de Gracia para la Iglesia: un acto de penitencia revierte sobre los demás, aunque no seamos conscientes. Y al contrario, cada vez que para nuestros adentros hemos pecado o hemos murmurado, cedido en un pensamiento de impureza, de soberbia o de rencor, hemos puesto palos en las ruedas del carro de la Iglesia. Así, no hay santidad personal que no de frutos al prójimo aunque, de suyo, la oración impulsa al apostolado -otra olvidada palabra- y a la caridad con los más desfavorecidos, como lo hicieran Fray Escoba o la Madre Teresa.

A mí personalmente, siempre me ha ayudado considerar esta bendita Comunión de los Santos, pues te obliga a considerarte "pastor" de los demás, responsable directo de la salvación de muchos; así, cuando veamos que alguien no vive según la Ley de Dios, más que repetir las palabras de aquel fariseo, nos sentiremos responsables por no haber rezado con suficiente insistencia, sin perjuicio de que, como Cristo nos mandó, pongamos en práctica la corrección fraterna a la que nos obliga una de las obras de misericordia. "Un pensamiento te ayudará, en los momentos difíciles: cuanto más aumente mi fidelidad, mejor contribuiré a que otros crezcan en esta virtud. -¡Y resulta tan atrayente sentirse sostenidos unos por otros!" (S. Josemaría Escrivá. Surco, 948)