(argumentario a continuación de la entrada de ayer): 2 de 3
GRUPO 2: Argumento aconfesional o del “no mezclar cosas”:
- En primero lugar, no sé cómo un católico puede seguir siéndolo y querer “separar” la vida y Dios, o reservar algún espacio en el que dejarle de lado “porque Dios no tiene nada que decir en este ámbito”. A parte de aquello de “ora comáis, ora bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios” (I Cor. 10, 31), podemos decir que ese argumento ya fue superado hace muchísimos años, aunque ahora muchos lo presenten como paradigma del “progreso”. En efecto, tanto Guillermo de Occam como los seguidores de Averroes, allá por los siglos XIII y XIV defendían posturas parecidas, en las que mediante teorías varias como la de la “doble verdad” o, en definitiva, la ruptura de lo temporal con lo espiritual secularizaban el orden civil y sentaron las bases del moderno progresismo (el relativismo en general), que finalmente nos condujo al aborto. Para profundizar en este punto recomiendo encarecidamente el texto enlazado.
- Me queda la duda de si en esa idea del “no mezclar” no subyace en el fondo una cierta idea de “autosuficiencia” de la razón frente a la fe, lo cual sería ciertamente un grave error, tal y como incansablemente han enseñado los últimos Papas, en especial Juan Pablo II (vid. Encíclica “Fides et Ratio”) como Benedicto XVI (vid. El tristemente famoso “discurso de Ratisbona”). Tan error, como si prescindiéramos de la razón para explicar la fe. Uno y otro extremo deben ser evitados, puesto que nos dan una visión muy parcial de la realidad y nos conducen, bien al horror racionalista que tuvo en Hitler su máximo exponente, o a la irracionalidad del fundamentalismo religioso, ya sea islamista o protestante.
- Y por fin, el argumento de la "sinceridad”. Que un católico diga defender la Vida, y lo haga sólo con argumentos científicos o racionales, o bien no conoce lo que es ser cristiano o está siendo un falso y engañando a su interlocutor, puesto que, si es un católico formado, sabe que la Vida tiene valor por ser creación de Dios, y que nuestra libertad ha sido conquistada a un “gran precio” con la sangre del Redentor. Callarse esto, a parte de muy fuerte, es injusto, no sólo para con Dios, sino para con quien estamos hablando, porque no le estamos diciendo “toda” la verdad de lo que pensamos.
- La "aconfesionalidad" oficial no puede ser una excusa para no hablar de Dios. Es más, urge aún con mayor necesidad en un Estado que no le reconoce como fuente y origen de la autoridad. Dice el Concilio Vaticano II que "a la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena" (Gaudium et Spes). Si los católicos somos minoría en la sociedad, razón de más para ser "luz" y "sal" del mundo.
- CONCLUSIÓN: Los argumentos de la ciencia y del sentido común, que son muy necesarios y hay que darlos, no tendrían sentido sin lo anterior. Darlos es necesario. Como también es necesario completar esa visión, real pero parcial de la realidad, con la igualmente real de la Creación divina (salvo que no creamos en ella, claro, pero seguro que no es el caso de ningún católico).
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