Titulábamos la anterior entrada con la fecha del día: 6 de diciembre. Y terminaba con un punto. Y era esa fecha sin exclamaciones, seca, estéril. Por el contrario, hoy, 8 de diciembre, es un día que luce con luz propia en la historia de la Iglesia. Se celebra hoy el dogma de la Inmaculada concepción. Como todo el mundo sabe, la proclamación del dogma no supone el nacimiento de una verdad de fe. La diferencia es sustancial. Que María fue concebida en Gracia de Dios, y así permaneció -y permanece- toda su Vida, es algo que los cristianos siempre tuvieron por verdadero. Con la solemne proclamación del dogma se está concediendo un premio al pueblo de Dios a modo de lucero, de guía, faro que ilumina el camino hacia el Cielo. Con la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, la Iglesia protege un tesoro de la fe, explicándolo mejor y alejando toda posible duda sobre una verdad conocida y reconocida desde los primeros tiempos del cristianismo. Fue un 8 de diciembre de 1854 cuando el Papa Pío IX, con la bula Ineffabilis Deus, regaló a toda la humanidad el dogma de la Inmaculada Concepción.
Y fuera el mismo Papa, el 8 de diciembre de 1864, es decir, diez años después de la proclamación de la Inmaculada Concepción, que nos regaló otra joya paternal: la Encíclica Quanta Cura, que pulía y aclaraba aquellos aspectos de la fe que se hallaban más atacados con los nuevos aires modernistas que empezaban a afectar a más de un católico. Nuevamente, el Papa embellecía el Magisterio, no innovando ni inventándose nada desde ideas preconcebidas o elaboradas por hombre. Mas al contrario, rescató del Depósito de la Fe lo que siempre fue objeto de la misma, enterrada por el polvo del caminar de los siglos y el embate de aires ajenos al mensaje de Cristo. Así, el Papa advertía, condenaba y hablaba proféticamente:
Y como, cuando en la sociedad civil es desterrada la religión y aún repudiada la doctrina y autoridad de la misma revelación, también se oscurece y aun se pierde la verdadera idea de la justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia, claramente se ve por qué ciertos hombres, despreciando en absoluto y dejando a un lado los principios más firmes de la sana razón, se atreven a proclamar que "la voluntad del pueblo manifestada por la llamada opinión pública o de otro modo, constituye una suprema ley, libre de todo derecho divino o humano; y que en el orden político los hechos consumados, por lo mismo que son consumados, tienen ya valor de derecho". Pero ¿quién no ve y no siente claramente que una sociedad, sustraída a las leyes de la religión y de la verdadera justicia, no puede tener otro ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley, en todos sus actos, que un insaciable deseo de satisfacer la indómita concupiscencia del espíritu sirviendo tan solo a sus propios placeres e intereses?
Es revelador la actualidad de dichas advertencias y lo olvidadas que están en el conocimiento de los cristianos de a pie. Que la Virgen Inmaculada nos ayude en este día y nos ilumine para que la fe que el mismo Cristo nos dio no se vea enturbiada por aditivos humanos que, lejos de hacer resplandecer su grandeza, la oscurecen y la empequeñecen en la poquedad de la inventiva (limitada en capacidad e ilimitada en estulticia) de los hombres.
Fiat!
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