23 enero 2010

Con permiso, sobre la liturgia de la Santa Misa (I)


He dudado mucho en si dedicar una entrada de este blog a la cuestión litúrgica en la Iglesia. En primer lugar porque mi formación en este aspecto no pasa de básica. Tal vez sea superior a la media (por lo general, en España se enseña poco o nada sobre la naturaleza de la liturgia, ni en las catequesis ni en otros medios de formación). Quiero dejar esto claro para no pontificar. Nada más lejos de mi intención. En segundo lugar, porque se ha hablado demasiado y a menudo desde posiciones que más parecen trinchera y defensa a ultranza de sensibilidades personales que otra cosa.

Aunque la idea me rondaba desde que el Papa Benedicto XVI publicó el Motu Proprio Summorum Pontificum autorizando la libre celebración de la liturgia de la Santa Misa tradicional (es decir, según los libros anteriores al Concilio Vaticano II) si al final me he decidido es al leer diversas opiniones y noticias hace unas semanas: sobre el concepto de tradicionalismo: blog The Wanderer; Lo que sucedió en Évreux (Francia); Y, en fin, numerosas noticias y opiniones que abundan en la red sobre la cuestión. Pero para opinar sobre el tema debo mezclar algunos datos personales que explican mi posición.

Por diversas circunstancias, desde muy pequeño desarrollé cierta sensibilidad litúrgica. Recuerdo el bautismo de uno de mis primos, cuando yo debía tener unos cinco ó seis años. Fue en una parroquia de Madrid y la celebración un esperpento de cánticos, discursos del sacerdote, guitarras y poco que se pareciera a una Misa (ni siquiera a "la de la parroquia" de al lado de mi casa). Mis hermanos -soy el mayor- y yo nos pasamos años riéndonos de aquellos cantos. Eso es la anécdota. Lo cierto es que en mi progresiva comprensión del mundo fui pensando que había dos tipos de Misa: la del cole y la de la parroquia. Comparaba por ejemplo el Cáliz. De metal uno, de barro el otro. Me llamaba mucho la atención el uso del manutergio, con el que se agarraba, por ejemplo, el Copón, para no tocarlo con nuestras manos. Luego estaba la bandeja para comulgar, de modo que ni una partícula de Jesús en la Eucaristía se cayera al suelo. Un día me fijé en que los sacerdotes del cole, después de tocar a Jesús en la Consagración, juntaban pulgar e índice y ya no los despegaban hasta que se lavaban con agua. Se arrodillaban pausadamente ante Jesús, después de que una campanilla me anunciara que Dios se estaba haciendo presente. Desde ese momento, ya no había que mirar a la cara del cura, no por nada, sino porque delante de él, encima del Altar estaba de verdad Jesús. Otros detalles eran, por ejemplo, el velo que cubría el sagrario. Cuando no era verde, preguntaba que qué "fiesta" era y aprendí que cuando estuviera rojo, se recordaba a alguien que dio su Vida por Jesús.

A la parroquia iba con mis padres y para ellos la liturgia de allí no era nada especial, aunque yo veía muchas cosas distintas. Un domingo de Resurección, con ocho o nueve años, ayudé a Misa en la parroquia. A partir de ese día empecé a ser el monaguillo de la misa de tarde de los domingos. Me llevaba muy bien con el sacerdote, don Pedro, de unos cincuenta años, que vestía "de calle", lo cual era un escándalo para mí, pero  lo mantuve callado hasta que un día, en mi inocencia de niño, le dije que si era cura, no entendía por qué no llevaba sotana. Se lo tomó muy bien, y me enseñó fotos de una celebración con el Obispo en el que sí llevaba alzacuellos. Pero no recuerdo que me diera mayores explicaciones. Así estuve unos dos años, siendo el monaguillo de la parroquia y ahí me dí más cuenta todavía de la diferencia que había entre ayudar a Misa como lo hacía siempre con don Pedro a cómo era en el colegio y en el de mis hermanas. La diferencia estaba en múltiples detalles, que yo veía en uno y otro lado. Y realmente me conmovía la forma y el respeto en que se vivía en el colegio. Se veía que Dios estaba muy presente y se le trataba de conformidad con su presencia real. En la parroquia, sin embargo, en Misa de 12 se cantaban canciones con la guitarra que aún recuerdo. Especialmente una que se cantaba en valenciano: "l'esperiiit del Senyooor vindrà a nosaltres, no tingueu por d'obrir de bat a bat, el vostre cor al seu Amor." Con nueve años hice la Comunión y yo ya sabía perfectamente que una y otra eran la misma Misa, pero los detalles eran tantos y tan diferentes que parecían distintas. Debo decir que lo mismo ocurría en la comparación entre la Misa de mi colegio o el de mis hermanas con el de la mayoría de las parroquias a las que, por uno u otro motivo, asistía. Y no era sólo el tema de la Casulla, del uso del manutergio, de la campanilla o de la cruz sobre el Altar, pues hubo una cosa que, andando el tiempo, situé en el origen de todo ese totum revolutum: en el cole, el sacerdote miraba siempre y con mucho detenimiento el Misal y me enseñó la existencia y el significado de las rúbricas. Sólo apartaba los ojos del Misal para mirar a Dios en la Eucaristía, para cerrar los ojos en oración o para mirar no por mucho tiempo al "pueblo". En cambio, veía en la parroquia que el sacerdote, sobretodo, miraba a la gente. Yo estaba -y estoy- seguro de que don Pedro era un buen sacerdote, que amaba a Jesús y a la Iglesia. Pero es de justicia reconocer que aprendí más sobre la fe y me impulsaba más a querer adorar a Dios y ser santo al ver la liturgia "del cole". Ni que decir tiene que ambas liturgias eran en castellano, según el Novus Ordo Missae y de cara al pueblo.

Lo siguiente fue unos pocos años después, ya en Madrid. Por otras circunstancias que no vienen al caso tuve la suerte de poder ir durante unos tres o cuatro años a Misa todos los días a un pequeño oratorio en el que, por espacio, el Altar estaba mirando al Sagrario. Cuando ya llevaba yendo un tiempo, la Misa empezó a ser latín y aprendí a manejar con soltura el Misal. Ello me enseñó, no sólo a comprender mejor la Santa Misa, a leer todo lo que en Ella se decía sino precisamente por eso, a distraerme muchísimo menos. En definitiva, a que el ir a Misa fuera realmente enriquecedor. Era Igualica que siempre, Novus Ordo, las mismas rúbricas y oraciones, pero en latín, el cura mirando al sagrario, el mismo cuidado y detalles que he descrito antes para la Misa del cole. Ni que decir tiene tampoco que las diferencias entre ir a Misa allí o a muchas de las parroquias de Madrid estaban en esos múltiples detalles que hacían, de una misma cosa, algo totalmente distinto, sin contar cuántas veces he asistido después a alguna iglesia sin reclinatorios, el sagrario escondido o en un lugar aparte.

El siguiente salto nos sitúa en el momento actual, desde hace unos cinco años. Fue cuando empecé a leer en libros, en prensa o internet la controversia entre defensores y detractores de la liturgia tradicional y de la "nueva". Me llamó la atención, por ejemplo, estas palabras del Papa Benedicto XVI en relación al Novus Ordo y la prohibición del misal antiguo:
"comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas"
Empecé a formarme un poco mejor sobre la liturgia, y a dar forma a una sensibilidad litúrgica que me venía de chaval. Comprendí muchas cosas, como que la liturgia es fundamentalmente un don de Dios y que, en la sacralidad de la liturgia la Iglesia se une a su Esposo. Por tanto, la desacralización de la liturgia, la improvisación o el mayor protagonismo del sacerdote en la celebración no pueden más que romper la unidad de la Iglesia, no sólo en el presente o con respecto al pasado, sino en cierta medida también con Dios.

Ello no me lleva todavía al punto al que quiero llegar: la actual convivencia entre Rito Ordinario y Extraordinario de la Santa Misa, pero dada la longitud que ya ha adquirido esta entrada dejaré el resto para mañana o el lunes.

7 comentarios:

Embajador dijo...

Lo que cuentas es exactamente igual a mi "vida" litúrgica. Bien es cierto que incluso en el colegio algunos detalles se han ido aparcando. Como eres más joven que yo y no los mencionas supongo que no los viviste, igual estoy equivocado. Me refiero en concreto a la palmatoria que se ponía en el altar al comenzar la Consagración y que utilizaba para dar la Comunión (en una mano la bandeja y en otra la palmatoria si solo había un monaguillo).

En fin, todo lo demás (incluido lo de ayudar a Misa en la parroquia, y lo del pequeño oratorio con la Misa en latín) igualico, igualico.

Añadiré que en la Misa parroquial uno se sentí parte del espectáculo y se contagiaba del ambiente "ligero". En el colegio estabas en tensión (en el buen sentido) durante toda la Misa, perfectamente atento a todos los detalles porque tenías la sensación de que un fallo o un error tenía más importancia que el simple "corte" que podías pasar. Viendo como hacía el cura las cosas, era bien claro que tu tenías que estar a la altura, que aquello era una cosa muy seria. De hecho mi padre me reconvino alguna vez cuando hice de monaguillo en la Parroquia, por estar a por uvas. En el colegio jamás me ocurrió nada de eso.

El siguiente paso fue asistir a la Misa Tridentina después de repensarmelo ochenta veces y hacer jurar a mi hermano (que fue el que me llevó) que aquello tenía todos los permisos, dictámenes, indultos y beneplácitos del Arzobispo. Es otra historia.

Jorge P dijo...

No fastidies, Embajador! lo de tener que estar a la altura del cura, eso mismo me ocurría. Recuerdo de hecho una bronca (bueno, bronquilla) que me echó el cura después de Misa porque al colocar las formas para consagrar, conté mal los asistentes y tuvo que dar de comulgar a los cuatro últimos de la fila con cuartas partes de la última Forma Consagrada. Anécdotas a parte, es cierto que todos aquellos detalles le hacían a uno rezar mejor y empaparse más de la belleza litúrgica. Efectivamente, uno tenía que estar "a la altura". Ni que decir tiene que esa exigencia en la parroquia no existía.

En cuanto a la Misa tridentina, espera lo de mañana, que ya me troncho, pues eso mismo (más o menos) tengo escrito.

A lo de la palmatoria ya no llegué, pero siempre me contaron la anécdota de aquel feligrés que se marchaba siempre de Misa justo después de comulgar, y un día el cura mandó a uno de los monaguillos seguirle con una vela y una campanilla a la salida, de modo que se diera cuenta que, después de comulgar, se lleva a Dios mismo en el cuerpo.

Embajador dijo...

Siempre me he preguntado que narices pasó para que desapareciera la palmatoria.

Conrad López dijo...

Salvo la experiencia de monaguillo que contais, la mías es absolutamente paralela. Las diferencias son tan grandes que no creo que se necesita mucha sensibilidad para ser consciente de ellas. El problema es que el personal va a misa en un plan borreguil tal que ni lo ve ni le importa.

Jorge P dijo...

Embajador: La palmatoria y tantas otras cosas.

Séneka Es que falta mucha formación, y sobretodo me permito decir que ejemplo de los sacerdotes. ¿cuántos sacerdotes vemos por ahí que están totalmente recogidos en oración durante la Misa? Con un poco de ejemplo, al menos la gente se preguntaría que qué hace el cura mirando todo el rato a la Sagrada Forma, pero claro, si ni siquiera el sacerdote la adora con la genuflexión después de la Consagración, ¿cómo va a pensar el rebaño que ahí estamos antes un acontecimiento de gran magnitud?

Embajador dijo...

Acabo de volver de las Salesas. Es la primera vez que vamos la familia al completo. Hemos estado de pie por llegar tarde y con la pequeña dando por saco. La parienta ha dicho luego: "A pesar de todo el follón, lo bueno que tiene esta misa es que parece que has ido a misa"

Jorge P dijo...

En efecto, embajador, la Sra. embajadora ha dado en el clavo: además de ir a misa, te vas con la sensación de haber cumplido realmente con un precepto sagrado.

Todavía a estas alturas no he ido a las Salesas desde que empezó a celebrarse allí. A ver si un domingo de estos...

Saludos