Es una necesidad de toda exposición de ideas (y más si quieres hacer algo con ellas) acotar e identificar bien de qué se habla. En otras palabras, separar el trigo de la paja y no confundirlas con lo mismo. Trigo y paja sería, por ejemplo, el libre mercado y el capitalismo; democracia y sufragio; descentralización y autonomías; libertad y “estado social y democrático de derecho” (art. 1.1 de la Constitución Española).
Hoy, el simplismo del pensamiento moderno nos ha hecho comulgar con ruedas de molino, y esta rueda dice que tenemos todas esas cosas. En realidad, tenemos las segundas (capitalismo, sufragio, autonomías y estado social y tal y cual…). Las primeras (libre mercado, democracia, descentralización y libertad), no sólo no las tenemos, sino que nos han vendido su antítesis.
Sobre el libre mercado y capitalismo, prometo un comentario más extenso, al hilo de mi admirado Álvaro d’Ors sobre las premisas morales para un nuevo planteamiento de la economía. Baste por ahora enunciar la diferenciación básica entre economía y crematística. La economía como administración de los bienes y la crematística como arte de enriquecerse sin límites. Es evidente que hoy por la primera se entiende la segunda. Al final, se trata de decidir entre una ciencia de la pobreza o de la riqueza (y creo que de esta última algo deberíamos haber aprendido).
Sobre los dos últimos conceptos es evidente que cuanto más “social y democrático” quiere ser el estado, menos libertades nos quedan. Cuando el estado no conoce límites para imponer el “paraíso” (laico, por supuesto) en tierra, menos responsables se sienten las personas del destino y bienestar de los demás, que ya únicamente reaccionan ante catástrofes dantescas (y Dios quiera que no dejemos de hacerlo).
Por último, los medios de comunicación y los políticos se pueden tirar (como llevan) años y años hablando de descentralización o democracia pero los hechos son tozudos. Ha triunfado tanto el marxismo (el de Groucho, pero el otro también) que los principios a la mínima de cambio los han mercadeado por los que mejor convenían a sus intereses: el controvertido tema de los “cementerios nucleares”, ante los cuales no poseo una posición demasiado definida (me harían falta conocimientos de los que carezco) nos ha brindado una muestra más del verdadero cariz del régimen que tenemos encima.
La democracia española es una falacia que esconde una brutal dictadura repartida llamada partitocracia. La voluntad suprema del partido se alza en una robada e íntima identidad con el interés de la nación imaginada (española o catalana) y eso mismo lo hemos visto en las intolerables presiones (me da igual el motivo que ellos aleguen) e incluso sanciones que se han apresurado en lanzar CiU y PP contra quienes en los ayuntamientos de Ascó (Tarragona) y Yebra (Guadalajara) ven en la instalación del centro nuclear una salida al paro que la casta política ha propiciado y una posible vía de desarrollo. En todo caso, más acá del debate, el primer plano del asunto nos enseña la escena en que quien, según sus postulados, tiene la representación popular por haber sido elegido en las urnas, sin embargo se ve impedido, ordenado y sancionado en una total falta de independencia por quien ni tiene esa representatividad ni ha sido elegido: los dirigentes de los partidos políticos en Madrid (PP y PSOE) y Barcelona (CiU).
Todo ello demuestra la hipocresía sobre la que se asienta el modelo político español: un gran conjunto de contradicciones desde las ideas básicas hasta en la praxis cotidiana. Responsables de no darse cuenta son la izquierda, pero quizás en mayor medida la derecha, que de tanto ir detrás de aquélla, asumen tarde sus postulados, cuando ya se han demostrados caducos. Hete aquí que nos vienen con un referendum que obliga a elegir entre una ley abortista y otra ley abortista. Lo último es intentar culparnos a los que todavía creemos en los “no negociables” de la muerte de los niños no nacidos, mientras ellos se ponen la venda en los ojos para defender lo indefendible y el buenismo por montera. Lo que les decía al principio, trigo y paja.
Por favor, dejen de hacer el ridículo.
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