03 abril 2010

En defensa del Papa

"Seréis entregados por padres y hermanos y parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis muchas almas" (Lucas 21, 16-19)
"Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán" (Juan 15, 20)
"Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Tim. 3, 12) 
He traído estas tres citas del Evangelio para poner en contexto la oleada de acusaciones y difamaciones que estamos viviendo estos días contra el Papa y contra la Iglesia. No es un momento fácil. Los cristianos, más que nunca, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad.

Estos días me ha venido a la cabeza una frase de San Josemaría, que también me ha servido para comprender mejor lo sucedido con Marcial Maciel, el nefasto fundador de los Legionarios de Cristo: la enseñanza decía que, lejos de la gracia divina y abandonados en la lucha, todos somos capaces de los mayores errores y de los mayores horrores. Esta frase, que me pareció al principio una exageración, con los años he aprendido que es una verdad como un templo y que está en el origen de muchos de los males de la Iglesia. El propio Papa, en la paternal y magistral carta a los católicos de Irlanda, situó el abandono de la "confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales" como una de las causas principales de todo lo que estamos viviendo. Por eso, los culpables de abusos son responsables de sus actos y reos de la peor de las condenas, puesto que como sacerdotes tenían la gracia y los medios para una vida santa, pero en algún momento de su lucha se abandonaron al mal y éste les condujo al abismo de la perversión.

Pero aprovechando este grave mal que ha sido en ocasiones mal llevado por los pastores de la Iglesia, está sirviendo de pretexto para un ataque furibundo y falso al Papa y a toda la Iglesia, que está totalmente injustificado. Muchos y mucho mejor de lo que yo pudiera, han respondido el por qué: en Zenit.org, Rafael Navarro-Valls, Juan Manuel de Prada en el ABC, en el magnífico blog "La Iglesia en la Prensa", el propio juez que investigó el caso de los niños sordos de Milwakee, y muchos que han dado su opinión. Me remito a ellos para el grueso de los argumentos y los datos que ponen en evidencia la mala fe de quienes injustamente atacan al Papa.

Aún así, no me resisto a señalar la hipocresía y falsedad de los que asocian pederastia a la Iglesia Católica. Porque ese es el fin último: manchar a la propia institución, asociando de forma intrínseca la perversión e Iglesia. Algunos nos han casi prohibido que hablemos de porcentajes o comparemos dichos casos a los que se cometen por personas que no son sacerdotes, como si eso fuese escurrir el bulto. Pues no señor. En Alemania se hizo el estudio que comprobó que, del total de los casos, menos de un 0,5% eran cometidos por sacerdotes. ¿Qué hemos de extraer de ese dato? Pues negar la mayor: que la Iglesia es de la principal responsable de tales casos. Que es más grave por tratarse de sacerdotes: de acuerdo, pero cada cosa en su sitio. Algunos pastores cometieron errores en cómo los gestionaron y soy partidario de dureza y reparación a las víctimas más allá de lo estrictamente justo. Pero no hemos de tolerar que quienes no poseen autoridad moral para enseñar a la Iglesia se erijan en sus vergudos. Porque hay un hecho incontrovertido (o debería serlo): que si al mundo hoy le parece todavía un horror la pederastia es gracias al legado moral del cristianismo. Como muestra, el partido holandés que estuvo defendiendo durante años su legalización, o los "matrimonios" que se conciertan en el mundo musulmán entre ancianos y niñas pre-púberes.

En todo caso, como he leído recientemente, a la progresía atea le pareció muy mal la inquisición (o la caricatura que se montaron de ella), pero cuando supieron cómo utilizarla para su propio beneficio, bien que la están utilizando.

En conclusión, nosotros, fieles de a pie, únicamente nos queda rezar, tomar nota, defender al Papa y llevar una vida santa, santa y santa. No queda otra: santidad.

Oremus pro Papa: Dominus conservet eum, et vivíficet eum, et beautum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius

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