Se me ocurre, rescatando aquel paralelismo con la íntima y esencial unidad -que no confusión- entre alma y cuerpo en la persona, que atribuir el deber de adorar y confesar a Dios a la Iglesia pero negarlo al Estado, es equivalente a justificar una fe despojada de piedad -de obras-; a pretender una Gracia sin Sacramentos; una esquizofrenia, en fin, injustificable para cualquier católico, que sabe y conoce, como reza la sabiduría popular, que cuando no se vive como se piensa se acaba pensando como se vive. Concluyo esta pequeña reflexión deduciendo de ello que, siendo necesario que el cuerpo obedezca a la confesión de fe que el alma realiza -acto interior o espiritual-, poniéndose de rodillas -acto exterior o terrenal-, así el Estado que no quiera perderse por caminos de impiedad, ha de confesar a Dios, Fuente de Gracia y Amor, Salvación y única paz entre los hombres.
2 comentarios:
Amén, amén y amén.
Eso si, cuidadín ... porque un estado confesional para una sociedad que no es cristiana ... ¿no acabará derivando en algo como lo que tenemos?
No creo, y menos teniendo en cuenta que lo que tenemos ahora es precisamente consecuencia de la renuncia a la Unidad Católica de España.
El problema de la realidad plural en lo religioso de la sociedad, en todo caso justificaría como tolerable la existencia de un estado no católico, pero en modo alguno exime de ese deber. El tema radica en que hoy hay demasiado católico que más que tolerar, acepta sin remilgos la aconfesionalidad. Y no saben el daño que hacen.
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