04 abril 2012

Aprendiendo de Aparisi y Guijarro

"No se leen ya en el mundo obras voluminosas; el espíritu humano, cansado de sí mismo, y arrebatado a la vez por diferentes objetos, lleva impreso el carácter de un siglo en que todo se precipita con increíble rapidez, sin que sea dado fijar su atención, ni un solo momento, en ninguna cuestión, por importante que sea. Empero hay cuestiones que no pueden explicarse ni comprenderse tan apresuradamente y, sin embargo, son las más importantes al hombre. Esta precipitación, en la que nada se detiene, nada se medita, bastaría por sí sola a debilitar, y con el tiempo a destruir de todo punto la razón humana."

Me gusta leer a Aparisi y Guijarro. Cada vez más. Y tal vez sea porque leerle es un aprendizaje continuo de la sencillez del sentido común, que por nada malvende la Verdad sino que nos la ofrece de un modo sutil, pero clara e inequívoca, también ruda, claro que sí. Leyéndole me siento más discípulo aún del Maestro. Encuentro en sus discursos la expresión perfecta de lo que uno quizás ya conoce, tal vez sin que hubiese reparado en ello. Y cuando más veo que nos reprende, que nos hace ver el error dejando relucir en sus palabras la Verdad, más resuenan en mí las palabras del Apóstol: "no es propio de uno que sirve al Señor pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, paciente, que corrija con mansedumbre a los rebeldes por si Dios les da un arrepentimiento que les lleve a reconocer la Verdad (2 Tim II, 24-25)".

La cita que reproduzco es toda una llamada a detectar uno de los grandes obstáculos que encontramos en el mundo de hoy para reconocer la Verdad: hemos perdido la paciencia, la mansedumbre (quizás por la falta de paz interior que todo lo agita), el valor del silencio, la oración personal, tú a Tú con Dios, solos, sin ruido... y así nos va.

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