17 julio 2012

Los errores económicos ocultos bajo la crisis

Es difícil, si me voy a referir a la crisis económica actual, decir algo que suene a nuevo. Es difícil, si voy a manifestar algún tipo de sentimiento, mostrar alguno distinto al de indignación. Y más difícil aún, me parece a mí, hablar y mostrarme en un tono que no caiga en el pesimismo. Además, soy de la convencida opinión de que la crisis económica no es sino consecuencia, no causa, de una crisis más profunda, que podríamos resumir en crisis de civilización. Así que ya adelanto: no diré nada nuevo ni falto de crudo realismo, pero es una particular forma de verlo: la mía.

Vaya por delante que me gustaría que "esto" pase pronto. No sólo algunos proyectos personales se ven influenciados directamente, sino que alguna de las consecuencias de un empeoramiento de la situación (como por ejemplo la eventual salida del euro) se traducirían en graves, si no definitivos, daños laborales.


Pero no veo cómo salir de ésta sin que vayamos a peor. Y me explico: parto de la base de que el sistema capitalista actual se basa fundamentalmente, por un lado, en el concepto de la responsabilidad limitada, en el que el eje principal de la actividad empresarial viró desde la responsabilidad personal a la del capital, de modo que la propiedad de la empresa pasó de ser de quienes en ella se dejaban la vida a los que únicamente ansían el rendimiento de su capital. Ello, que hoy vemos tan "normal", produjo un cambio radical en la vida económica y social, en donde la profesión dejó de significar la realización del oficio adquirido mediante un aprendizaje paulatino y en el que los profesionales, en gremios, tenían un peso específico en la vida pública, para pasar a ser meros elementos secundarios de un fin primordial, que es el beneficio de los socios y accionistas. No en balde, en el estado actual de la doctrina mercantil, se va perfilando una distinción que va más allá de la Sociedad Anónima o Limitada, de ahí que en 2010 se publicase como texto refundido la Ley de Sociedades de Capital, que agrupa a las figuras jurídicas que, a día de hoy, forman la práctica totalidad de la vida económica. 

La restauración de la propiedad:
fin del distributismo
Por otro lado, y unido al anterior, el sistema capitalista ha tenido su desarrollo gracias al concepto de "deuda". El endeudamiento se denomina, en contabilidad, apalancamiento, y es un buen término que nos acerca a la verdad de las cosas, puesto que la deuda actúa como "palanca" de la actividad, es decir, que lejos de darle vida, fuerza la naturaleza de las cosas. La deuda permite adquirir lo que no se puede adquirir, por lo que, en sí mismo, es ya una ficción. Al mismo tiempo, hay un pequeño detalle psicológico en ello que ha moldeado profundamente la fisonomía de la sociedad y es que se invierten los términos del orden natural en la adquisición de los bienes, pues el esfuerzo se postpone al disfrute del bien: de "esforzarse" (léase ahorro) para adquirir, hoy se disfruta inmediatamente y el "esfuerzo" es la necesaria consecuencia fastidiosa. Se pierde, así, el sentido del esfuerzo como medio para un fin y se ve como una mala consecuencia que estorba el disfrute inmediato del bien. Si se objetara que sin endeudamiento, sería imposible, por ejemplo, adquirir una vivienda, le respondo con el clásico del huevo y la gallina, y es que, lo veo claro, el propio endeudamiento crea inflación y, por tanto, mayor necesidad de endeudamiento (es un círculo vicioso que se retroalimenta). Con lo informados que estamos hoy en día con la Prima de Riesgo y el Bono a 10 años (que mientras escrito esto se acercan peligrosamente, una vez más, a niveles de rescate financiero de España), no es difícil entender este efecto en dramática espiral. Además, por incidir en las consecuencias psico-sociales de este fenómeno, intuyo que relacionados con esta inversión del orden (esfuerzo primero, disfrute después), está la pérdida de la capacidad de sufrimiento en la sociedad y la ascética, la pérdida de la paciencia (agravado por la sociedad de las tecnologías y la era digital), la renuncia a los proyectos a largo plazo, la entrega a la improvisación y al apresuramiento y, en fin, el trueque de la "construcción" por el "disfrute".

En sí mismos considerados, juntar unos capitales para afrontar un fin no es algo malo. Y endeudarse, o prestar dinero, tampoco. Lo es cuando forman el eje de un sistema basado en la irresponsabilidad y el endeudamiento, porque el capital llama al capital (y a su acumulación), la deuda a la deuda, y ello a la inflación, la inflación al encarecimiento de los bienes, el encarecimiento de los bienes hace necesario el endeudamiento para adquirirlos, y al adquirirlos mediante endeudamiento, crea ficción de riqueza, y el ansia de riqueza genera especulación y la especulación las burbujas económicas. Cuando las burbujas estallan no hay que perder de vista, de nuevo, que lo que estalla es una burbuja, es decir, una exageración que no contiene dentro sino aire, por lo que pretender rehacerla mediante más endeudamiento es propio de niños o locos. Y eso es lo que observamos hoy: la economía en su conjunto ha vivido la ficción de la riqueza falsa, porque gozábamos de bienes (desde el estado hasta la familia que pedía un crédito para irse de vacaciones) y dejamos para después el pagarlos. Hoy España no puede pagar su deuda, y la salida en último término es un rescate que no es otra cosa que más  deuda. El interés usurero del conjunto es la pérdida de la soberanía y la esclavitud: como ocurrió originariamente con las empresas, la "propiedad" de España es ya de sus acreedores.

Y tan lejos veo que cambiemos de paradigma que a veces pienso que, si salimos de ésta, qué no le esperará a nuestros hijos o nietos cuando les estalle de nuevo, cada vez más agresiva, cada vez más cruel, y todos cada vez más sumisos, más esclavos, más masa, menos pueblo, menos libertad y más totalitarismo. Si esta no es la definitiva, dudo que no lo sea la que venga.

El escenario es apocalíptico, no lo dudo, pero como en el Apocalipsis, una gran verdad recorre todos los acontecimientos y es un aliento de esperanza (que no de optimismo). Afortunadamente, el hombre no es hijo del dinero sino que aspira a un Fin que le trasciende y que es su mismo Origen. El amigo Conrad lo ha reflejado estupendamente en su blog. Si el dinero disminuye y escasea hasta que nos demos cuenta de ello, bienvenido sea (y lo digo temblando). Nunca renunciaré, de todos modos, por mi "militancia" carlista, a denunciar los errores y a esperar una acción de la misericordia que mude el corazón de mis compatriotas a fin de que sí se produzca una vuelta a los principios que hacen posible una economía basada en el orden natural, evitando la catástrofe. Propuestas hay y existen, ya sea el distributismo o la economía de comunión. Lo bueno es que nunca hemos de esperar nada de nosotros, sino que todo lo esperamos de Él. Eso sí, no pararemos de dar con el mazo: eso nunca.

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