Hemos visto ya (
parte I y
parte II) que no son pocos los lazos de unión entre italianos y españoles, pero conviene continuar acotando. Podría decirse que España ha tenido históricos nexos de unión, claro está, con toda la Cristiandad: desde Aquisgrán a Dublín, pasando por Praga, Viena y Bruselas. La historia de nuestra Patria está plagada de periodos de enfrentamiento y periodos de amistad con alemanes, franceses e ingleses. Enemistades seculares e intereses dinásticos, guerras y tratados que, a grandes rasgos, encontramos ausente entre Italia y España. Lógicamente, porque Italia, como reino unificado, no existió, pero además, porque, salvo contiendas concretas, españoles e italianos (o, si se prefiere, napolitanos, genoveses, sicilianos o parmesanos) estuvimos siempre de un mismo "bando". Baste recordar las grandes empresas comunes de las Cruzadas o, más avanzado en la historia, la Contrarreforma. Una vez más, una ciudad italiana, Trento, figura en lo más relevante de nuestro horizonte exterior.
España e Italia tiene en común, además, que siendo dos pueblos formados en la diversidad y personalidad de sus diferentes reinos, integraban la Patria en la comunión de una misma fe. No en vano, allá en el 1414, Italia y España fueron dos de las naciones que, agrupadas como tales, participaron en el Concilio de Constanza.
Pero hablábamos de Roma y es que la Roma católica está intrínsecamente unida a nuestro ser español. Roma es el origen y el destino de España. Origen, puesto que romanos son nuestros sustratos. Y Destino, porque romana es la Iglesia Católica, civilizadora y alma de nuestra Patria.
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D. Alfonso Carlos I, Zuavo Pontificio |
Por eso mismo, la última presencia en Italia de España está marcada por la defensa del Papado y de los estados pontificios ante la barbarie revolucionaria de los Manzini, Garibaldi y Victor Manuel. Es, por consiguiente, coincidiendo con el principio del ocaso de España y la construcción en Italia de un engendro revolucionario, cuando Italia y España comienzan a darse la espalda. Son sus almas, rotas, las que se repelen y toman rumbos separados. Ilustrativos resultan los vaivenes que los reyes carlistas D. Carlos VII y D. Alfonso Carlos I sufrieron en su infancia, huyendo de la tea revolucionaria por toda Europa, y sobre todo tras las caídas de Parma y Módena. Es, en el lapso de tiempo en que se restaura el tradicional Ducado de Módena bajo Francisco V, restituido al trono, donde transcurre la infancia de estos dos egregios monarcas. Años después, D. Alfonso Carlos gallardamente sirvió al Pontífice en los Zuavos Pontificios. También en Italia, en Trieste, se encuentra el panteón donde responsan los restos de la mayoría de nuestros españolísimos reyes carlistas y un santo italiano, milanés, San Carlos Borromeo, su patrón e intercesor ante el Altísimo.
En la historia posterior, dos únicos momentos, el de la participación italiana en la Cruzada de Liberación de 1936, que más tuvo que ver con el fenómeno paralelo del auge del fascismo italiano y el nacionalsindicalismo en España, que sería un tema a tratar en sí mismo y que queda fuera del propósito de esa serie; y, posiblemente, la participación de italianos y españoles en la División Azul. Más allá,
la historia de la Europa que se construye en oposición a la Cristiandad.
¿Conclusión a todo ello? Mejor en una cuarta (y última) entrada...
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