Es un misterio insondable para el hombre la Encarnación virginal del Hijo de Dios en el seno puro de la más excelsa de las mujeres, su Madre y Madre Nuestra, Santa María. Y sorprendente para los esquemas pobres de nosotros pecadores, que el Rey del universo, Cristo Jesús, anduviera la víspera de su nacimiento en busca de cobijo para venir al mundo. Tanto más triste y estremecedor es que la pureza inmaculada de la Virgen encinta encontrase rechazo en las más variadas posadas del lugar por donde sus santos pies pisaban. Hasta el asno reconoció a su Señora, la más generosa y entregada de las criaturas del Padre, y le ofreció su lomo para que aquella Custodia, más preciosa que todo el oro del mundo, tuviese donde apoyarse en el largo camino que recorría para encontrarle al Niño-Redentor un humilde pesebre donde limpiar a la humanidad pecadora de sus horrendos crímenes.
La espera es al tiempo dichosa y enternecedora, que el Salvador viene a darse por entero, el más inocente de los corderos, a sacrificarse en redención de los culpables, y no tiene más que un pobre pesebre para nacer. San José acondiciona el rincón para tan ilustres huéspedes que él tiene misión de guardar y proteger. La escena es estremecedora. Es tan infinito el abismo que separa al Justo de los culpables, al Santísimo de los pecadores, que aparentemente no era necesario explicitar más aún la indignidad humana pecadora con un lugar tan impropio del Rey de reyes. Y es que Dios, el Verbo encarnado, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad nos enseña su corazón misericordioso desde su Niñez amorosísima. Resulta tan abrumador el contraste de la deformada forma y fealdad del pecado cometido por el hombre en su naturaleza corrompida, con la Majestad infinita del Creador, que parece insalvable a los ojos humanos.
Sin embargo, nace el Divino Niño en el pajar de un establo, para que los hombres no tuviesemos razón al pensar que en nuestra miseria no podemos albergar al Mesías que nos salva del pecado. ¡No! El Verbo encarnado se hizo Niño y nació en un pesebre para que nada nos impidiese regresar cuantas veces necesitemos al Agua redentora del Salvador. El Rey se hace Niño para que nosotros, que estamos ensoberbecidos por nuestro pecado, al descubrir nuestra pequeñez por acción de la Gracia vayamos humildes a adorar a Dios. Ya no hay excusas para alegrarnos, pues nuestra miseria, por muy grande que sea, siempre será una minucia frente a la Misericordia y Amor de un Dios que adopta la naturaleza humana para redimirla de su culpa. El niño siempre se ensucia, siempre tropieza, siempre cae. Que nos humillemos, que nos abajemos, que volvamos al pesebre y veamos al Niño y a su Madre Purísima que nos acogen en su humilde morada, para que nos pongamos junto a los animales del establo, nos limpiemos con ese Agua divina, nos sequemos con la toalla que nos da José y, de su mano, vayamos a ver al Nacido y a su Madre que se recuestan para que le adoremos, más niños que nadie, más pobres que nadie, más felices que nadie...
¡¡FELIZ NAVIDAD!!
2 comentarios:
Feliz Navidad, don Jorge. Espero que tenga una buena noche y que siga escribiendo tan bien como lo ha hecho hoy.
¡Feliz Navidad y muchas gracias!
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