23 mayo 2009

Mi humilde exaltación de la tauromaquia

Lo voy a reconocer: hace casi dos años, a mí los toros no me gustaban. Durante tiempo busqué argumentos para estar en contra sin caer en el absurdo del sentimentalismo ñoño, zoófilo y pedante de quienes ven en la suerte suprema una muestra de barbarismo. Y digo sin caer en ello porque hoy, además, hablaría de ignorancia y estulticia supinas. Más bien consideraba ininteligible y circense el deleite en la matanza en forma de juego. Ni malo ni peor, sino "estúpido" y sin sentido.

Y entonces llegó él... entre otros. Hablo de Morante de la Puebla, aunque bien le debo la afición incipiente a un buen amigo aficionado, de quien me contagié de un mundo que me llamaba a gritos. El ligero impulso inquisitivo de la curiosidad se topó con una realidad inopinada por la que descubrí eso mismo: que había un mundo que yo no conocía. Un mundo que era rico, que había sabiduría, tradición, arte, pasión, sentimiento, sentido, arrojo, valor, belleza, entrega, sacrificio, paciencia, virtud, señorío, elegancia, brillantez, exigencia, superación, respeto, admiración, familia, liturgia, enseñanza y conocimiento. No sólo eso, había mucho más. Pero entonces me pregunté, ¿cómo es posible despreciar algo tan valioso? ¿qué estaba haciendo? La atracción de ese mundo se hacía fuerte con sólo mirarlo, y el estudiar, leer, conocer, aprender... se convirtieron en imperativo. Las suertes, los tercios de la lidia, el toro, el torero, el arte o la técnica. Lo cierto es que sigo en ello, y en ello andaré. Tauromaquia añeja o novel, esencia de España y lazo preciosísimo de unión cultural entre nuestra patria con hispanoamérica, Francia o Portugal, admiración del mundo entero, poso de herencia ancestral viva.

Para otro día, batalla de ideas. Hoy, deleitémonos con una faena inolvidable (Las Ventas, 21 de mayo de 2009).

Morante conquista Madrid from Rosa Jiménez Cano on Vimeo.



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