En realidad, la historia que cuento hoy no es propiamente de la crisis “Crisis”, es decir, de la que todo el mundo habla. Lo que hoy cuento podría haber pasado en cualquier momento y ocurre todos los días, pero son de esas historias que, a uno, que le gusta emocionarse, sorprenderse y aprender de las cosas sencillas, le hacen reflexionar.
Ocurrió el pasado viernes. Me disponía a coger el último metro en Madrid. Serían, por tanto, como cerca de la 1.30 de la madrugada. A mi lado, en el banco del andén se sentó una mujer con su niña pequeña. Tenían un aspecto muy modesto y humilde. Eran sudamericanas y la madre tenía aspecto mayor, bajita y con el pelo negro muy largo. Aunque a saber, pues a veces uno se lleva una sorpresa con la edad que se aparenta en Hispanoamérica. La pequeña no paraba de jugar con una cuerda azul, con pinta de haber “barrido” las calles de medio Madrid. Simplemente jugaba a tirarla y que la cuerda quedase extensa. Una y otra vez, la niña, que debía de tener unos cuatro años, no conseguía lanzar lo suficientemente lejos uno de los extremos del cabo como para quedarse satisfecha, para lo cual la madre se afanaba en enseñarle cómo lanzarla. Lo cierto es que era la típica escena que en el metro la gente se queda mirando con media sonrisa boba. A su derecha, otro chico, hispanoamericano también, se sentó. Tenía un aspecto amable, creo recordar que con gafas y ropa discreta. También a él le pareció simpática la escena. La chavalilla inquieta se levantaba, sentaba, tiraba la cuerda y la recogía. La madre le advirtió un par de veces que tuviera cuidado y que no fuera a molestar al “señor” (mal debe de andar la cosa cuando a uno le empiezan a llamar así. Debe de ser la barba, que me hace mayor). Advertiré, además, que la madre tenía aspecto fatigado y así se lamentaba cuando, tras llevar varios minutos esperando, vimos que aparecía en el cartel luminoso la señal de que quedaban 10 minutos hasta la llegada del tren. Entonces, entre las disculpas de la madre porque la niña me diera de vez en cuando con la cuerda y los lamentos por lo que tardaba en llegar el metro, se inició una conversación amigable entre el otro chaval, la madre y un servidor. Una conversación intrascendental pero que discurrió hasta que la mujer le contó al joven que eran de Toledo, habían venido a Madrid por una urgencia de la niña y ahora, cuando pasaban más de la 1.40 de la mañana, debían transportarse en metro hasta la estación de cercanías/regional que les llevara de vuelta a Toledo. El chico y yo nos miramos sorprendidos y admirados.
No sé más circunstancias de la historia. No sé el por qué no había padre ni la causa de la evidente humildad de sus protagonistas. Lo que sí sé es que hay cientos de historias en el mundo en que madres y padres se matan literalmente por sus hijos. Gente sencilla que no se lamenta de las limitaciones que encuentran sino que se enfrentan a ellas con valentía y arrojo. Niños que no poseen Nintendos ni Play Stations pero que son felices con el simple manejo de una cuerda, una peonza o unas canicas. El “primer” mundo ha vivido demasiado tiempo en Matrix. Demasiado hedonismo, demasiada comodidad, demasiado papás y mamás que nos dan lo que queremos, demasiada inmediatez, demasiado exceso y demasiada mentira. Es hora, y de algo ha de servir la crisis, de recuperar unas pocas virtudes anti-crisis: la laboriosidad, la templanza, la modestia, la humildad, el sacrificio y la renuncia de uno mismo por el bien común. Y si volviéramos a Dios… ¡Ay cuánta paz, si volviéramos a Dios!
Ocurrió el pasado viernes. Me disponía a coger el último metro en Madrid. Serían, por tanto, como cerca de la 1.30 de la madrugada. A mi lado, en el banco del andén se sentó una mujer con su niña pequeña. Tenían un aspecto muy modesto y humilde. Eran sudamericanas y la madre tenía aspecto mayor, bajita y con el pelo negro muy largo. Aunque a saber, pues a veces uno se lleva una sorpresa con la edad que se aparenta en Hispanoamérica. La pequeña no paraba de jugar con una cuerda azul, con pinta de haber “barrido” las calles de medio Madrid. Simplemente jugaba a tirarla y que la cuerda quedase extensa. Una y otra vez, la niña, que debía de tener unos cuatro años, no conseguía lanzar lo suficientemente lejos uno de los extremos del cabo como para quedarse satisfecha, para lo cual la madre se afanaba en enseñarle cómo lanzarla. Lo cierto es que era la típica escena que en el metro la gente se queda mirando con media sonrisa boba. A su derecha, otro chico, hispanoamericano también, se sentó. Tenía un aspecto amable, creo recordar que con gafas y ropa discreta. También a él le pareció simpática la escena. La chavalilla inquieta se levantaba, sentaba, tiraba la cuerda y la recogía. La madre le advirtió un par de veces que tuviera cuidado y que no fuera a molestar al “señor” (mal debe de andar la cosa cuando a uno le empiezan a llamar así. Debe de ser la barba, que me hace mayor). Advertiré, además, que la madre tenía aspecto fatigado y así se lamentaba cuando, tras llevar varios minutos esperando, vimos que aparecía en el cartel luminoso la señal de que quedaban 10 minutos hasta la llegada del tren. Entonces, entre las disculpas de la madre porque la niña me diera de vez en cuando con la cuerda y los lamentos por lo que tardaba en llegar el metro, se inició una conversación amigable entre el otro chaval, la madre y un servidor. Una conversación intrascendental pero que discurrió hasta que la mujer le contó al joven que eran de Toledo, habían venido a Madrid por una urgencia de la niña y ahora, cuando pasaban más de la 1.40 de la mañana, debían transportarse en metro hasta la estación de cercanías/regional que les llevara de vuelta a Toledo. El chico y yo nos miramos sorprendidos y admirados.
No sé más circunstancias de la historia. No sé el por qué no había padre ni la causa de la evidente humildad de sus protagonistas. Lo que sí sé es que hay cientos de historias en el mundo en que madres y padres se matan literalmente por sus hijos. Gente sencilla que no se lamenta de las limitaciones que encuentran sino que se enfrentan a ellas con valentía y arrojo. Niños que no poseen Nintendos ni Play Stations pero que son felices con el simple manejo de una cuerda, una peonza o unas canicas. El “primer” mundo ha vivido demasiado tiempo en Matrix. Demasiado hedonismo, demasiada comodidad, demasiado papás y mamás que nos dan lo que queremos, demasiada inmediatez, demasiado exceso y demasiada mentira. Es hora, y de algo ha de servir la crisis, de recuperar unas pocas virtudes anti-crisis: la laboriosidad, la templanza, la modestia, la humildad, el sacrificio y la renuncia de uno mismo por el bien común. Y si volviéramos a Dios… ¡Ay cuánta paz, si volviéramos a Dios!
4 comentarios:
Y la reciedumbre!!!....mucha reciedumbre. Virtud que ultimamente veo aflorar más en mujeres que en varones.
Yo no soy padre aún, pero espero serlo algún día. Ese día empezaré a saber que es dar la vida por un hijo y espero poder hacerlo lo mejor posible.
Esta gente, como la señora de tu relato real, es gente curtida por la vida, que sale adelante pese a múltiples adversidades,siempre con alegría y con mucho señorío. Si supiesemos realmente lo que han sufrido en la vida y todo lo que les ha faltado.
En el viejo continente muchos estamos amuermados.....dormidos en un sueño de pereza, desidía y señoritismo que nos aletarga minuto a minuto.
Seamos recios señores, arrimemos el hombro y frente a las dificultades y adversidades...mucha alegría, pero por encima de todo RECIEDUMBRE!.
Pues se me había pasado esta virtud, sinceramente! muchas gracias Gerardo.
Y sí, ¡la reciedumbre! hermosa y recia virtud, valga la redundancia.
Por cierto, me has recordado que algún día tengo que escribir sobre las "cruzadas" de san josemaría Escrivá. Primero la de "cruzada de virilidad y pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia" (Camino) y también la de Surco ("en una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y podridos, y los levante hacia El").
En todo caso, como siempre, gracias por comentar!
Gracias a ti!.
Me parece muy bune idea. Hoy en día hace falta una buena cruzada de virilidad y pureza. Es lamentable en lo que se ha convertido el ambiente por las noches cuando sales a tomar unas copas. Lo comentaba con un amigo esta tarde a la hora de comer....pero que animales en celo, confundiendo a la mujer con objeto de placer y conversaciones de lo más obscenas. Me va recordano al declive de Roma.
Espero nueva intervención!
Pues yo, fíjate, me recuerda más a la época del esplendor romano. Y me explico. El final de Roma estuvo marcado por el auge del cristianismo que hizo nacer la mayor y más grande civilización jamás existente, que es la Cristiandad.
Y digo el auge de Roma porque en aquella época y en otros pueblos, muchos de los supuestos "avances" que hoy se presentan como "progreso" ya existían. Por ejemplo, el cristianismo vino a erradicar el aborto y lo dejó atrás por "superado". Además, le dio a la mujer y al matrimonio un papel y una fuerza como jamás ha gozado en ninguna otra civilización de la tierra ni en la historia.
Por todo ello, cuando me presentan como progreso leyes que fueron superadas por el cristianismo, no puedo dejar de pensar la progresía como la vuelta de la caverna y el gobierno troglodita, porque no deja de ser el retorno a lo que hace miles de años quedó desfasado (homosexualidad, aborto, la mujer "liberada" y un largo etc.)
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