17 julio 2009

¿Y de lo mío qué?


Observar el espectáculo que supone la negociación del sistema de financiación autonómica incluso el de los Presupuestos Generales del Estado debe de ser un divertimento entretenido para un amigo foráneo. Para un español, sin embargo, no deja de ser un bochorno que clama por encontrar un sistema alternativo que nos evite cada año este penoso trance.

Porque resulta descorazonador (cuanto menos) que las regiones de un país se enfrenten unas a otras, máxime cuando en lugar un sano debate en el que cada Autonomía expusiera sus necesidades y, en función de lo de cada una, se realizara un reparto, lo que ocurre en la práctica es un tira y afloja viciado con el arrojo de piedras verbales sobre absurdas “catalanofobias” o “andalucifobias” (Chaves “inventavit” et dixit) que ni ayudan ni solucionan nada.

Lo cierto es que, dejando a parte la obviedad de que este modelo autonómico es un despropósito se mire por donde se mire, podríamos sugerir algunas reformillas que, si bien no nos solucionan la cuestión, al menos la palien. El ejemplo más evidente de todos es el Senado. Constitucionalmente, es una Cámara de Representación territorial que no lo ha sido nunca, ni siquiera desde su ideación, dado que resulta incongruente pretender que así sea, cuando su elección se produce mediante la misma circunscripción que el Congreso. Eso, si añadimos la circunstancia de que las sábanas que sirven de papeleta para la elección de los “representantes” más bien obstruyen la votación, tenemos lo que tenemos.

Pero es que ni siquiera competencialmente, pues hoy en día el Senado no tiene unas competencias definidas, sino en cuanto al trámite parlamentario de una norma. En la práctica eso se traduce en que del Congreso, la ley pasa al Senado, que si decide no aprobarla, se devuelve a donde vino, pudiendo el Congreso aprobarla de todas maneras, aunque con modificaciones.

Sin embargo, una verdadera Cámara de Representación Territorial debería serlo en cuanto a su composición (representación proporcional de las regiones) y en cuanto a las competencias. Un modelo, por ejemplo, podría ser el norteamericano. De lo que se trataría es que las regiones ahí representadas fueran las encargadas de discutir y enmendar todo lo concerniente al modelo territorial, como los estatutos de autonomía o la financiación. Se evitaría así este circo de cada autonomía tirando del gobierno central y éste concediendo en función de la necesidad partidista (doy primero a los míos y a los que me votan o apoyan). Por el contrario, si fueran todas las regiones las que debieran, ellas solas cara a cara y con la necesidad de obtener el acuerdo de la mayoría, el debate sería mucho más honesto y más técnico, pues se evitaría esa bilateralidad estado-autonomía (partido político, en realidad) que levanta tantas suspicacias y rencores.

Por supuesto, esta no es la mega-solución ni evitaría todos los problemas, pues podríamos hablar del centralismo autonómico al que hemos pasado (de un solo estado centralista a 17 mini-estados centralistas), del nacionalismo egocéntrico, de la solidaridad y de tantas otras cosas que nos llevarían por derroteros (y hojas del Word) mucho más pesados y largos. Así, que, por hoy, dejo ahí mi propuesta, que no es mía, todo sea dicho.

No hay comentarios: