18 noviembre 2009

La Fe que vacila y la confianza en Dios


Hoy he leído dos magníficos textos en InfoCatólica. El primero, de Luis Fernando, sobre el sufrimiento y la Cruz. El segundo, del sacerdote Don. Guillermo Juan Morado, titulado “Fe y depresión”. Os los recomiendo vivamente, sobretodo el de Luis Fernando. Me ha recordado otro que yo mismo escribí hace un poco más de tres años. Estaba entonces afrontando una situación familiar muy difícil que, mezclado con otras circunstancias personales, me hizo atravesar un momento realmente delicado. El título fue el que encabeza esta entrada y el texto fue el que sigue y que copio por si a alguien resulta de ánimo o utilidad:

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A veces parece que la vida se ha olvidado de nosotros. Que estamos solos a pesar de la gente de alrededor y que lo que menos parece es que las cosas vayan a salir bien. En estas circunstancias, uno intenta confiar en Dios y “hacer uso” de lo que la fe nos aporta. Pero en esas ocasiones, incluso, lo que creemos que es la voluntad de Dios no se cumple, y las cosas acaban por salir de un modo totalmente inesperado. El sufrimiento ante determinadas circunstancias acaba por dejarnos en la soledad e incertidumbre de no poder conocer la solución a los problemas. Y la fe puede llegar a tambalearse. ¿Es justo quejarse? Pues ya adelanto que opino que sí. Y en el mismo Evangelio tenemos ejemplos probados. Pero también adelanto que para superar estas pruebas que Dios nos pone hemos de tener bien claro que, al fin y al cabo, somos nosotros las criaturas y Él el Creador, que sabe lo que hace.

Jesús, en tanto que Hombre, sufrió la soledad, el abandono de todos sus seres queridos. Recordemos que Jesús era un Hombre capaz de emocionarse, que lloró por la muerte de su amigo Lázaro, y no todos los hombres lloran, ni siquiera ante la muerte de seres queridos. No era frío. De hecho, no fue ajeno a tanta gente que acudió a Él sufriendo, como el centurión romano que pidió desesperado una ayuda para su criado y, a pesar de no ser de “las ovejas descarriadas de Israel”, Jesús se conmovió y le curó. Ese carácter demostrado por Jesús, nos enseña a un Hombre sensible (no sensiblero), lo que inevitablemente lleva aparejado el sufrir por los demás. Además, en tanto que Dios, hay que decir que su Corazón ama infinitamente, y cuando se ama infinitamente y uno no es correspondido, el sufrimiento es inmenso. Eso es lo que Él sintió en sus últimas horas en el huerto de los olivos: el peso de toda una humanidad a la que Él amaba, y tantas ofensas, abandonos e indiferencias. Y todo eso a la vez. Si tantos, incluso puede que nosotros, se desesperan ante el desamor de una sola persona, ¡cuánto debió –y debe- de ser el sufrimiento por el desamor de todas las personas a los largo de la historia!

Jesús, cuando sintió todas aquellas cosas, pidió al Padre que “alejara ese cáliz”, y en la cruz grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Jesús parece que se desespera, pero cumple la voluntad del Padre, porque su amor es más grande que su sufrimiento.

Por tanto, quejarse es legítimo y que vacile nuestra fe ante el sufrimiento, comprensible. Pero es ése precisamente el momento en que más perfectamente participamos del mayor de los Amores: el redentor, el sacrificado. Si nos fijamos en Jesús, junto a esa prueba para la fe, está la confianza en quien nos Ama más que nosotros podamos en toda nuestra vida y que necesariamente ha de darnos lo mejor. ¡Qué descanso saber que tenemos un Dios que Ama hasta el infinito y que vela por nosotros en cada instante!. Si sabemos eso, y que para los Hijos de Dios, todo es para bien (aunque tardemos años en verlo), podemos repetir con Jesús, “mas no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesús se desesperó un instante y creyó que el Padre le había abandonado. ¡Cómo puede uno pensar que la soledad más absoluta, el desprecio de quien amas y el destino fatal de la muerte ignominiosa puede ser algo bueno! Jesús así lo pensaría, pero su confianza en Dios Padre es mayor, y el resultado es una Resurrección Gloriosa y un Reinado Perpetuo en la historia. Jesús venció al pecado y a la muerte, y con su muerte nos ganó la Vida. ¡Aprendamos!, yo lo intento, y cuando mi voluntad se ve negada, lo que creo que es voluntad de Dios no se cumple y veo que Dios, en teoría, no escucha mis constantes e intensas oraciones para que se cumpla lo que me gustaría que pasara, sufro como es lógico, y no voy a decir que poco. Ya siento hablar en primera persona, pero sólo puedo hablar desde mi experiencia, subjetiva y particular, pero así son todos los testimonios, sin pretender sino ser de alguna utilidad a alguien. Es en medio de ese sufrimiento que llega mi fe a decir, ¿pero Dios sigue ahí? E inmediatamente pienso en Jesús, diciendo que “no se haga mi voluntad sino la tuya”, a pesar de preguntar el por qué Dios me “ha abandonado”. Pero como sé que el final que Él quiere es inimaginable para mi humana y limitada inteligencia, repito las palabras “hágase tu voluntad, no la mía”. Y el saber que “ni ojo vio, ni oído oyó lo que tiene Dios preparado para los que le aman” es ya un punto de ánimo y descargo de mi confianza en Dios. Él sabe más, infinitamente más. ¿A que compensa recobrar la alegría?.

Madrid, 21 de agosto de 2006

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosas palabras. Me ayudaron mucho. Gracias...