Recoge InfoCatólica las diferentes (por no decir casi idénticas) reacciones por parte de los grupos políticos representados en las Cortes Generales antes las recientes declaraciones de Monseñor Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal Española, en las que se limitaba a recordar que el político que apoya con su voto la ley del aborto incurre en grave pecado mortal. Como todo el mundo en España sabe, siquiera sea por el mínimo de cultura católica que aún permanece, no se puede recibir la Comunión sin estar en Gracia de Dios, es decir, con todos y cada uno de los pecados mortales cometidos debidamente confesados, uno a uno o por su frecuencia, perfectamente arrepentido de su comisión y firmemente dispuesto a no cometerlos ya nunca más. Además, el sacerdote está obligado a negar la Comunión cuando es público y notorio que alguien, político o no, se acerca a recibir el Sacramento sin las debidas disposiciones. Esto es de ahora y lo ha sido siempre. Por tanto, es pura hipocresía todo lo que han proferido estos señores. Ni excusas sobre una supuesta temible Inquisición ni una supuesta vuelta a tiempos pasados. Lo que es volver a tiempos pasados es, ni más ni menos, el apoyo al aborto, una práctica bárbara (amén de otras cosas peores) y antiquísima (que se lo digan a los romanos), que precisamente fue superándose conforme la sociedad progresaba y se civilizaba de mano de la fe cristiana que iluminaba al mundo.
Adicionalmente, esta cuestión pone de relieve más asuntos. Por ejemplo, la burda mentira de la representatividad parlamentaria en la democracia actual. Los diputados son representantes de la opinión del partido y del stablishment, en la cual los ciudadanos no tienen ni voz ni voto. No son representantes de la sociedad, pues es evidente que el porcentaje de católicos fieles a la doctrina eterna y, de momento, bimilenaria de la Iglesia exigiría poseer al menos unos cuantos diputados y senadores libres (del partido) y atados (al voto del ciudadano) que pusieran un poco de cordura en las innumerables intromisiones de los poderes legislativo y ejecutivo en áreas que exceden, y mucho, de sus legítimas competencias (i.e. Adoctrinamiento para el Ateísmo – EpC, el divorcio, el aborto, las uniones gays y un largo etcétera). El sistema, sin embargo, da un poder enormemente desmesurado a los partidos que convierte la democracia, de hecho, en una oligarquía partitocrática e intrínsecamente relativista, pues las ideas y principios se convierten en mercancía barata, utilizada a los exclusivos fines de capturar el voto del ciudadano medio (y no tan medio) bajo un aluvión de promesas y dádivas tramposas cuyo mensaje subliminal es claro: “chavales, sin nosotros (los partidos) no sois nada.” Ante esto, también es evidente que la Iglesia es el enemigo a batir. La libertad política, desde antiguo, se fraguó gracias a que el poder estaba equilibrado. La tensión entre el poder terrenal (el Estado) y el espiritual (la Iglesia) asegura que cada uno se ciña a sus funciones o, al menos, evite excesos. En cuanto bajo la falacia de la “separación”, se quiere eliminar a uno de ellos (i.e. cuando Calvino implantó la teocracia en Ginebra, o ahora, cuando el Estado dicta la moral pública), entonces el totalitarismo está servido. He ahí el por qué molesta tanto a todos los partidos con representación parlamentaria que la Iglesia tenga voz pública, porque es el último reducto de las libertades concretas y, por tanto, el último escollo a salvar antes de que puedan meter mano, sin cortapisas, a nuestras vidas, nuestros bolsillos, nuestras conciencias, nuestro pasado y nuestro futuro.
Para otro día, quizás, dejamos el hecho de que Martínez Camino se dejara en el camino la importancia del voto y la igualmente ilicitud moral de votar por un partido que apoya, mantiene o promueve el asesinato de niños indefensos bajo eufemísticos apodos que soslayan la realidad. Y, cómo no, que de ello no se salva ninguno de los partidos que, a día de hoy, se reparten el pastel.
Adicionalmente, esta cuestión pone de relieve más asuntos. Por ejemplo, la burda mentira de la representatividad parlamentaria en la democracia actual. Los diputados son representantes de la opinión del partido y del stablishment, en la cual los ciudadanos no tienen ni voz ni voto. No son representantes de la sociedad, pues es evidente que el porcentaje de católicos fieles a la doctrina eterna y, de momento, bimilenaria de la Iglesia exigiría poseer al menos unos cuantos diputados y senadores libres (del partido) y atados (al voto del ciudadano) que pusieran un poco de cordura en las innumerables intromisiones de los poderes legislativo y ejecutivo en áreas que exceden, y mucho, de sus legítimas competencias (i.e. Adoctrinamiento para el Ateísmo – EpC, el divorcio, el aborto, las uniones gays y un largo etcétera). El sistema, sin embargo, da un poder enormemente desmesurado a los partidos que convierte la democracia, de hecho, en una oligarquía partitocrática e intrínsecamente relativista, pues las ideas y principios se convierten en mercancía barata, utilizada a los exclusivos fines de capturar el voto del ciudadano medio (y no tan medio) bajo un aluvión de promesas y dádivas tramposas cuyo mensaje subliminal es claro: “chavales, sin nosotros (los partidos) no sois nada.” Ante esto, también es evidente que la Iglesia es el enemigo a batir. La libertad política, desde antiguo, se fraguó gracias a que el poder estaba equilibrado. La tensión entre el poder terrenal (el Estado) y el espiritual (la Iglesia) asegura que cada uno se ciña a sus funciones o, al menos, evite excesos. En cuanto bajo la falacia de la “separación”, se quiere eliminar a uno de ellos (i.e. cuando Calvino implantó la teocracia en Ginebra, o ahora, cuando el Estado dicta la moral pública), entonces el totalitarismo está servido. He ahí el por qué molesta tanto a todos los partidos con representación parlamentaria que la Iglesia tenga voz pública, porque es el último reducto de las libertades concretas y, por tanto, el último escollo a salvar antes de que puedan meter mano, sin cortapisas, a nuestras vidas, nuestros bolsillos, nuestras conciencias, nuestro pasado y nuestro futuro.
Para otro día, quizás, dejamos el hecho de que Martínez Camino se dejara en el camino la importancia del voto y la igualmente ilicitud moral de votar por un partido que apoya, mantiene o promueve el asesinato de niños indefensos bajo eufemísticos apodos que soslayan la realidad. Y, cómo no, que de ello no se salva ninguno de los partidos que, a día de hoy, se reparten el pastel.
2 comentarios:
Item más ... estando clara (¿?) la posición de monseñor (¿cabría decir de la CEE o no?) respecto a la eucaristía ... ¿que hay respecto a la doctrina sobre excomunión laete sententiae presuntamente aplicable en estos casos?. Los obispos usianos parecen tenerlo más claro que monseñor.
Un abrazo.
En USA es que los Obispos empiezan a estar curados de espanto (no todos, pero en fin). Mientras aquí, todavía muchos están dándose cuenta del espanto que tenemos encima.
Pero oye, por algo se empieza.
Un abrazo!
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