11 enero 2010

¡Vivan las caenas!


Ayer por la tarde tuve que recorrer Madrid en coche de una punta a la otra. Había pensado tomármelo con calma cuando me di cuenta de la que estaba cayendo. Estaba nevando fuerte y la calle ya estaba recubierta de un manto blanco, bonito de lejos, al tiempo que amenazaba mi inminente viaje. Salí antes de la hora prevista, no fuera que más tarde hubiese problemas. Algunos hubo: un semáforo de Alberto Aguilera me obligó a frenar un poco más brusco y el coche me patinó unos metros. Nada grave. Los que esperaban el paso de peatones, ataviados con bufandas, paraguas –en este caso paranieves- y toda clase de abrigos debieron flipar ante semejante aterrizaje. Luego fui a tomar la Carretera de Extremadura y yo iba rezando “Acordaos” uno tras otro, mientras la radio anunciaba que en varias carreteras se obligaba al uso de cadenas. ¡Vivan las caenas! –Pensé-.

Este mañana, preparado para ir al trabajo (siempre en transporte público), el panorama era entre cómico y absurdo. Personas hechas y derechas asumiendo la condición de pingüinos para no desayunar hielo. A punto he estado un par de veces de acompañar mi café mañanero con un suplemento de hielo solar (de suelo), pero mi pericia en bailar la jota (o lo que sea el baile que ha evitado que me cayera de bruces) lo ha evitado. ¡Quién tuviera caenas para los zapatos!

Reconozco mi aversión a la nieve. Toda la sangre castellana que me corre por las venas (de las dos Castillas y por las dos ramas familiares) se pliega ante mi querencia al sol, quizás por el hecho biográfico de que nací a orillas del mediterráneo. Por mucho tiempo, la nieve fue un acontecimiento lejano, extraordinario, que alguna vez vimos en Madrid cuando veníamos a pasar las navidades. Fue cuando, ya viviendo en la capital de las Españas, la señora nieve y yo nos conocimos en el día a día (en fin, que nos vemos las caras de tanto en tanto) y la relación se enturbió para siempre.

Por eso hoy, y reconociendo que el argumento lo traigo un poco por lo pelos, me ha venido a la cabeza una reflexión que une el temporal siberiano que tenemos encima y aquel grito ultramontano, españolísimo y necesario que ante la Pepa –otra señora que se las trae- se alzó: ¡Vivan las caenas! Y es que resulta que a nuestro mundo, a nuestra sociedad y a nuestra España le han robado lo que le da vida y la calienta: Dios. Si en algunas religiones paganas el dios sol era el principal sería por alguna verdad intuida. Porque en efecto, sin Dios, la vida es como una tierra sin sol. Así, el mundo se puede recubrir de un manto supuestamente blanco, ligero, bonito que, precisamente por serlo, contiene la nada en sí misma. La nieve que recubre la sociedad post-moderna que nos ha tocado en suerte vivir, no es otra cosa que el relativismo que hiela el alma del mundo y causa el caos que experimenta ahora todo el hemisferio norte de este nuestro planeta. El agua, tan necesaria, se pudre sin sol y se congela sin calor, donde no surge la vida. Han quitado a Dios y se han alegrado con los primeros copos de libertad, igualdad y fraternidad. Los han visto posarse en nuestras calles, en nuestra política, y los adultos se han convertido en chavales sin cole que juegan y viven ajenos al carajal que se ha montado. La sal que nos pedía Cristo que fuéramos, además de para potenciar lo bueno en el mundo, fue para deshelar los corazones, para que pudiéramos andar y crecer en la justicia y en la fe. Las caenas que permiten pisar en firme son aquellos principios inmutables y fuertes que nos permitirán pasar por encima del hielo resbaladizo y acercarnos a Dios. Hasta que Él mismo nos libere y nos permita, con su Gracia y Luz, pisar libres y permanecer en la verdad. ¡Vivan las caenas!

3 comentarios:

Conrad López dijo...

Me ha encantado la reflexión, Jorge. Pero a mi (que soy castellano de naciencia y ascendencia) me apasiona la nieve.

Tampoco está nada mal esta otra nívea metáfora: http://laudetur-iesus.blogspot.com/2010/01/nieve.html

Saludete.

Rut dijo...

Genial reflexión JorgePé!!
Y sí, quien tuviera cadenas para todo...
Sé de una que ayer desayunó hielo camino del trabajo... jejejeje.
Un beso

Jorge P dijo...

¡Muchas gracias a los dos!

Séneka: reconozco que la nieve da para mucho material poético y supongo que a cada uno le sugerirá cosas distintas, en función de su aversión/pasión. A mí de lejos sí, el problema es cuando te toca lidiar con las inclemencias.. En todo caso, te agradezco la empatía!

Por cierto, muy chula la que me copias.

Rut: para todo, todo, no sé! pero seguro que te habría ahorrado el porrazo, jeje Ya me contarás!

Un beso