Los que, como un servidor de Uds., tengan la suerte de visitar Segovia, se encontrarán con este cartel que ilustra la presente entrada. Se encuentra en el lugar donde antaño se encontrara la Puerta de San Martín, es decir, una de las cinco puertas defensivas con que contaba su muralla. Se recuerda que, antes de poder entrar en la ciudad, los reyes de Castilla debían jurar los fueros. Le eché esta deficiente foto con el móvil, mientras pensaba en el contraste con nuestro sistema de derecho público actual, en el que una Constitución o ley orgánica apenas suponen cortapisa procedimental a los caprichos del gobernante de turno. Me acordé también del prólogo que alguien nada sospechoso de "ultramontanismo" como D. Vicente Boix escribiera en sus "Apuntes históricos sobre los Fueros del Antiguo Reino de Valencia", quejándose ya en 1855 de que "leyes, costumbres, tradiciones, dignidad; todo ha desaparecido en el fondo de esa laguna llamada centralización; en ella se ha confundido todo; y se va devorando silenciosamente la vida nacional"; y prosigue, pudiendo hacer nuestras estas palabras: "Se han acumulado sobre nosotros sistemas sobre sistemas. ¿Se ha fijado por eso el destino de nuestra España? Que respondan los partidos militantes". Que respondiera si pudiera, Cánovas del Castillo o quienes, en 1883 mandaran derrumbar la Puerta de San Martín de Segovia.
Los fueros, como creación jurídica auténtica no sólo suponen la verdadera libertad de las municipalidades, de las regiones y de la nación en su conjunto, por concreta, por espontánea y por viva; sino que son la garantía frente al despotismo. Con su juramento por parte de los reyes se nos da una lección de "declaración de derechos" mucho más eficaz que las que siguieron a 1776, pues de ahí nacen todas las constituciones modernas, positivistas y voluntaristas, papel mojado a las primeras de cambio.
Fuesen verdad o no aquellos fueros de Sobrarbe que obligaban a los reyes, como condición de su coronación, a jurar los fueros, y que "y si no, no", lo cierto en que por toda España podemos ver que nuestra constitución jurídica forjada por los siglos fue garantía de las más concretas libertades.
No soy amigo de arqueologías jurídicas, como quienes falsificando la historia y con el prisma tintado de ideología proclaman unos supuestos "derechos históricos" para justificar sus proyectos nacionalistas. Como tampoco creo en un sistema intrínsecamente positivista, que ni siquiera sería capaz de pasar hoy la prueba de "pureza", conforme con lo enseñó Kelsen. Vivimos pues, a los ojos de cualquiera que quiera ver, en un nuevo despotismo, ya no ilustrado, sino más bien iletrado y "profesional" en forma partitocrática, heredero directo, a través del triunfo del sistema liberal, de aquel regalismo hoy tan hipócritamente denostado por quienes beben de él.
Sí soy amigo, en cambio, de principios jurídicos probados como buenos. Principios que nacen de la realidad, de la vivencia orgánica de la nación y la Patria, y que son además buenos en su enunciación teórica. Llamadlo subsidiariedad, fueros, derecho consuetudinario, costumbres o leyes sancionadas, pero volvamos a ello.
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