21 julio 2011

La política exterior española según Vázquez de Mella (III): la Hispanidad

Los Tlaxcaltecas vieron en los españoles a sus libertadores
Del mismo modo que cuando en 1492 los españoles culminamos la empresa de la Reconquista no vimos en el mar sino la puerta para llevar la Evangelización más allá de nuestras fronteras naturales, así Vázquez de Mella entendió el "requerimiento a los pueblos americanos" como una consecuencia de la unidad geográfica de España. Y es que para él, "la cordillera Cantábrica es un brazo de España, y termina en Galicia su mano, y tiene un índice, Finisterre, que, con la sombra temblorosa que proyecta en el mar, está señalando a América"*. 

Su propuesta venía muy clara, con un mensaje fácil de entender que no pretendía poner sobre la mesa una forma política concreta sino el referente inmediato de su objetivo: "formemos los Estados Unidos españoles de América del Sur, para contrapesar los Estados Unidos sajones del Norte."

Pero en fin, de forma más profunda e íntima que una mera confederación en sentido moderno, su visión entroncaba con lo más auténtico del concepto de Hispanidad pues "cuando hablamos de cuestiones internacionales, no debemos apartar nunca de nuestra mente y de nuestro corazón a América". Así, impelía al político "verdaderamente español" a que se dirigiese a todos los pueblos americanos y les dijese: "os hemos dado nuestra fe, os hemos dado nuestras costumbres, porque nosotros os hemos llevado hasta el Gobierno representativo y hemos celebrado las primeras Cortes del Nuevo Mundo. Nosotros os hemos dado aquel Municipio Glorioso de las Ordenanzas seculares de Alonso de Cárdenas, que sirvieron, en el siglo XVIII, de base al de los Estados Unidos y del cual nosotros sacábamos la copia, sin saber que el original lo teníamos en la propia casa; nosotros os hemos dado las leyes inmortales de Indias que no había dado jamás ningún pueblo; aquellas leyes en las cuales, en todos los litigios, se prefería al indigena sobre el peninsular, y que establecieron en el siglo XVI la jornada de ocho horas para los indios mejicanos; nosotros hemos cubierto en poco más de un siglo, desde la época del descubrimiento, de Universidades y de escuelas el Continente americano, en tal forma, que su catálogo, todavía incompleto, produce verdadero asombro; nosotros os hemos dado nuestro carácter con sus virtudes y sus defectos, y la sangre española que corrió durante siglos y siglos, despoblando el patrio solar; y, por manos de apóstoles y de héroes, hemos arrancado del tronco peninsular ramas frondosas y las hemos insertado en las razas indígenas, a las que hemos sellado con el sello indeleble de nuestra civilización, de tal manera, que si un cataclismo geológico hundiera parte del Continente americano, no podrían las olas cubrir la Cruz de nuestros misioneros, ni el murmullo de esas olas apagar las estrofas de nuestra lengua, y todavía andarían errantes sobre ellas las sombras de Hernán Cortés y de Balboa, para decir a los supervivientes que, en la hora en que la madre Patria disminuye de vida, tienen ellos la obligación de devolvernos algo de lo que les dimos y de fundir su vida con la nuestra para formar un imperio espiritual que sea todavía más ilustre y más grande que nuestro antiguo Imperio" **.

Y volvía al principio, pues de nada serviría la llamada, ya que "ellos (los pueblos de Hispanoamérica) no podrán ver bien, si sobre la frente de España está proyectada la sombra de servidumbre que lanza la bandera de Inglaterra izada en Gibraltar" **

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* Discurso en el Congreso de los Diputados, 28 de mayo de 1914
** Discurso en el Teatro de la Zarzuela, 31 de mayo de 1915

Los dogmas nacionales: la soberanía en el Estrecho, la unión con Portugal, y la Hispanidad.

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