"Cuando yo le hablaba de Guzmán el Bueno sacrificando a su hijo en aras de la Religión y de la Patria; cuando le contaba las proezas del Cid Campeador; cuando le encarecía los talentos de Alfonso el Sabio; cuando le pintaba el noble esfuerzo de Pelayo y le describía la sublima cueva de Covagonda; cuando le encarecía los actos de justicia de D. Pedro I; cuando le presentaba a los Reyes Católicos concluyendo con el islamismo y amparando a Colón; a Carlos V venciendo al Rey de Francia en Pavía; a D. Juan de Austria en Lepanto; a Felipe II viéndose retratado en El Escorial; a Felipe IV rodeado de poetas y pintores; a Felipe V conquistando con su valor el corazón de los españoles, ¡ah! Entonces sus ojos negros brillaban, sus mejillas se encendían y, poseído de un entusiasmo que le hacía presentir la gloria, «¡Qué hermoso es ser español!», exclamaba."
El tutor del joven (tenía unos ocho años) D. Carlos de Borbón y Austria-Este, futuro Carlos VII, Francisco Ignacio Cabrera y Aguilar a su pupilo, recogido en el libro “Carlos VII, Duque de Madrid”, del Conde de Rodezno.
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