A partir de esta noche entramos en la vigilia de Todos los Santos y, paradójicamente, comienzan a aparecer por doquier personas que van por la calle con extraños atuendos, siniestros vestidos (vestidos que son siniestros y siniestros que van vestidos) y los locales de todo tipo (pubs, restaurantes y centros comerciales) tímidamente al principio, sin descaro en la actualidad, se "customizan" para la ocasión: es Jalogüín o, siendo fieles a su origen, Halloween.
Confieso mi aversión a esta "celebración". El año pasado fui invitado a una fiesta a la que me negué a ir a pesar de que asistirían muchos de mis amigos, y mi plan se limitó a ir a un restaurante vasco de pintxos con mi novia, la acompañé a su casa y, de vuelta a casa en metro, el espectáculo era dantesco, por esperpéntico. Confieso también que no sé qué pensar sobre su origen: Juanjo Romero asegura que tiene origen católico, y yo no tengo elementos para poder dudarlo. Como tampoco pienso que hay que desoír las advertencias del Episcopado de Hispanoamérica (donde su práctica está más extendida) o el español. Lo que tengo claro son dos cosas: que la fiesta, hoy, es pagana (y con un punto de esoterismo) y que no es española. Y esto último es lo que quiero comentar.
A pesar de mi juventud, lo de Jalogüín me parece algo totalmente extraño, algo en lo que nunca en mi infancia participé. Haciendo memoria, creo que la primera referencia a la que llego en las profundidades de los recuerdos de infancia, es la película E.T., donde al pobre alien disfrazan para no ser descubierto. Pero en los últimos años (¿cinco?, ¿seis?) si bien se viniera ya celebrando con anterioridad, Jalogüín comienza a ser algo totalmente extendido y normal, en colegios católicos, privados, públicos, laicos, etc., abrazando una moda que nos es ajena, desarmados de un escudo y madurez cultural que nos permita españolizar el evento y olvidándonos pronto de lo que por generaciones hemos celebrado.
Y aunque no es plan de mantenerse hermético ante lo extranjero (sería caer en un paralizante nacionalismo), lo que sí es cierto es que la tendencia mundial (y europea en particular) a la homogeneización cultural parte indudablemente de la pérdida de las raíces culturales y espirituales que han sentado las bases de las patrias que formaron la Cristiandad, afectando a cuestiones tan dispares como la integración de los inmigrantes, como al rumbo de la política exterior. En definitiva, la apertura necesaria a lo ajeno debe partir de una afirmación consciente de lo propio. Sólo desde una personalidad propia puede uno enriquecerse y enriquecer. Y en estas estamos: mientras España no redescubra su Fe, como fuente creadora de civilización y cultura que fue, el rodillo de la globalización uniformadora nos aplastará. Y Jalogüín, en lugar de integrarse como una oportunidad de acercarse al fenómeno natural de la muerte que la sociedad hedonista lucha por evitar, se convertirá en la noche de los espíritus malignos que andan por el mundo tratando de perder a las almas.
Yo, por de pronto, me encomiendo a Todos los Santos, que falta me hace. A tanto santo que no tiene lugar en el calendario pero que vivió su vida como María, con santidad callada, divinizando el día a día con su quehacer cristiano, discreto y entregado, sin laureles, sin estigmas, sin milagros, dedicando una vida que no es nada, si no nos lleva hacia la Vida, cuya puerta es la muerte. Sí, la muerte.
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