Como cada 11 de septiembre los catalanes celebran su "Diada", en recuerdo de la rendición de la ciudad de Barcelona en la guerra de sucesión, que significó la victoria de las tropas de Felipe V frente al Archiduque Carlos. La misma fiesta en la que se rinde ofrenda floral como adalid de una supuesta resistencia "nacional catalana" a Rafael Casanova, obviando deliberadamente que el Conseller en Cap resistió el sitio "por el rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España", así como el jefe de la defensa, el general Villaroel que "por toda la nación española combatimos".
Pero este año, la Diada viene precedida, si cabe, por un ambiente independentista mayor que antaño. Referendums, declaraciones unilaterales de independencia por parte de algún pueblo, la petición de rescate financiero de la región y, para rematar la faena, las declaraciones imprudentes de algún Bisbe desorientando a la feligresía al declarar moralmente inocua la opción por el independentismo.
El caso es que el nacionalismo va consiguiendo sus objetivos de transformación del futuro mediante la manipulación y tergiversación del pasado. Pero es que el caldo de cultivo está listo, al haber asumido todo el espectro político las ideas desintegradoras del liberalismo. Ya he explicado anteriormente estos entresijos ideológicos por lo que a ello me remito. En estos tiempos, además, el nacionalismo posee una componente (falsamente) esperanzadora, que dota a una sociedad desnortada la posibilidad de culpar al "opresor" de todos sus males y tiene en la consecución de sus objetivos (sea la Hacienda propia o la independencia final) un modo de desviar la atención hacia un punto alejado de los problemas reales. Por eso el nacionalismo, allá donde ha triunfado, ha tenido en las situaciones de crisis o depresión colectiva su oportunidad de avanzar en su proyecto suicida. Ese componente mesiánico funciona como una auténtica religión civil y no en balde, como dice el profesor José Morales "el nacionalismo más o menos extremo tiende a instrumentalizar la religión para sus propios fines".
El único combate posible, me parece a mí, además de desenmascarando la mentira y sus resortes ideológicos, es amar intensamente lo que el nacionalismo, so pretexto de un falso amor, diviniza idolátricamente (la "nación"). Por eso admiro la Cataluña de los verdaderos maulets, de los malcontents, de los matiners, y en fin, la Cataluña grande que cultivó su maravillosa lengua, la de Ramón Muntaner, Jacint Verdaguer o incluso de Josep Pla (a quien nunca está de más leer). La Cataluña que luchó por las auténticas libertades frente a la uniformización y centralismo liberales. Nunca estará de más recordar que, de vivir en 1714, lo progresista y moderno sería, sin ningún tipo de duda, el bando botifler (de Felipe V).
Que no nos roben la auténtica Cataluña, la Cataluña hispánica y tradicional, defensora de sus libertades y las de todas las Españas, catalana, católica y universal. Por eso, parafraseando al gran Mossèn Cinto, me permito esta licencia sin ningún tipo de pretensión ortodoxa en la forma, pero sí en el contenido:
Dolça Catalunya, Pàtria del nostre cor,
Quan de nosaltres et sentim allunyar-te,
la nostra ànima s'esmicola pel dolor.
Pàtria catalana, filla de Montserrat,
escut de les Espanyes, bella terra
en veure't patir el cor prorromp en esclat.
No et deixis ensibornar pels qui no et volen
sinó per construir el seu feu particular
Nosaltres, el teus germans d'arreu la Hispanitat, sí t'estimem!
(Traducción: Dulce Cataluña, Patria de nuestro corazón / Cuando de nosotros te sentimos alejarte / nuestra alma se rompe en pedazos de dolor / Patria catalana, hija de Montserrat, escudo de las Españas, bella tierra / al verte sufrir el corazón prorrumpe en estallido / no te dejes embaucar por los que no te quieren / sino para construir su feudo particular / ¡Nosotros, tus hermanos de toda la Hispanidad, sí te amamos!)
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