Sucede que te levantas y quieres
creer que todo fue un sueño; te desperezas con la esperanza de que todo esté en
orden, pero la resaca de sentimientos corroe la conciencia y te acuerdas de la
que has liado. A veces esa “resaca” es cosa de un momento, un renacer de la
conciencia a la realidad y se traduce en un abismo que se abre entre ti y el
entorno, y se das cuenta de tu pequeñez. Puede haber sido por el mal que has
hecho a un amigo, a un familiar, a uno mismo; una terrible equivocación, una
consecuencia desastrosa no bien calculada, una injusticia… en todos los casos,
la memoria y la conciencia irrumpen de pronto haciéndonoslo saber: no solo has
metido la pata, la has cagado, la has liado, y mucho. Y piensas, como en la
canción ¿Qué ** estaría yo pensando?
Oh it's so embarrasing
I'm this awkward and uncomfortable thing,
and I'm running out of places to hide
Quizás nunca
como en esos momentos somos más humanos. Y por humano debe entenderse en toda
su crudeza o sencillez la condición de criatura que, como tal, es limitada,
pequeña… ridícula. La desesperación no es más que un quijotismo mal entendido
en que nos vemos caballeros o damas impolutos sin mancha. Los horrores y
errores son para los demás. Pero ¡ay! Que a todos nos llega el día de la humillación.
Y bendita sea porque sobre ella se han cimentado las más altas cotas de
grandeza.
Cagarla,
además, tiene un punto de diversión, si se mira con el prisma correcto. En el
peor de los casos, impone una gran aventura, que es la penitencia.
Ser un Judas
hoy, es sinónimo de falso, pero un Judas debería ser alguien que no se
arrepiente. O quien se desespera. Judas sería hoy un gran santo si se hubiera
arrepentido después de traicionar a Jesús.
Por eso, soy
fan del arrepentimiento. Cada vez más. Y confieso mi debilidad ante las grandes
meteduras de pata. Y más ante los que no paran de cagarla y siempre se ríen –y
lloran- y tiran para adelante arreglando su desastre. Tal vez la vida no es más
que un arreglar entuertos, los de uno mismo y, si puede, los de su alrededor.
Lejos de ser triste, es la vida más maravillosa que puede haber, porque es
cómica y real y permite la redención final.
Creo que
todos, antes o después, llegamos a ese punto de resaca del que hablaba al
principio. El fracaso, con humildad, es reformador. Pero los hay que se han
inventado una historia cuyo hilo argumental navega entre la negación del mal o
del arrepentimiento. En ambos casos ese negacionismo inhumano, que es
verdaderamente triste, convierte la vida en una quimera desesperante. Por eso,
una vida tan humana, tan desastrosa y a la vez tan brillante como la de Édith Piaf no deja de maravillarme porque parece siempre tan cerca de la redención a
la que conduce el sufrimiento y al mismo tiempo no la alcanza.
Imagino un
final en que elle se regrette de tout,
avec l’espoir de Dieu y en que verdaderamente, esa vida del que commence avec toi sea verdaderamente la
de Él.
Pero en fin,
si hay una vida que me inspira cercanía y compasión, más cercana a la redención
como la entiendo sea la de un genio entre los genios como Johnny Cash, cuya
vida, por sobradamente conocida, no hace falta señalar.
Y con él cierro esta entrada, para recordarla en el éxito y en el
fracaso porque, en última instancia, no es a nosotros a quien corresponde la
gloria, sino a Él.
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