Sigo como en una especie de estado de conmoción por la renuncia del Papa. Cuando leí la noticia sentí una mezcla de orfandad, abandono y decepción. Con los días, las ideas se van asentando, la perplejidad por las reacciones del personal creciendo y mi preocupación por el futuro tomando forma.
Y es que no comprendo, porque no puede comprenderse, que haya quien agradezca al Papa su marcha. Si es Cristo quien sostiene a la Iglesia, si Pelagio erró y es la Gracia y no nuestras fuerzas lo que salva y que el abandono en Dios es la vía para cumplir eficazmente su voluntad, la renuncia del Papa (y sus razones) debe, cuanto menos, generar confusión. Porque parto del hecho de que tenemos claro que solo cuando habla ex cathedra de fe y costumbres el Romano Pontífice es infalible, y que hacía tiempo que habíamos desterrado todo clericalismo acrítico.
El primer pensamiento tranquilizador que me viene a la conciencia tras la noticia es que solo el Espíritu Santo guía a la Iglesia, aunque acto seguido resuenan las palabras del mismo Cristo: "Tu es Petrus et super hanc petra edificabo Ecclesiam Meam". Si Pedro se va, la Iglesia, forzosamente, se tambalea. Solo el abandono en la Divina Misericordia y un "non prevalebunt" más necesario hoy que nunca, son capaces de sacarme de esta sensación de fracaso que me invade.
Por otro lado, ¿tanto ha cambiado el mundo y la Iglesia como para que el ejemplo de un Juan Pablo II agonizante sin fuerzas pero abrazado a la Cruz fuese motivo de edificación de los fieles del mismo modo que un Benedicto XVI que renuncia por falta de fuerzas? Algo falla en el criterio del mundo cuando la reacción de agradecimiento es la misma.
Dicho lo cual, confío enormemente en el juicio y discernimiento del Papa, que amarga y repetidamente nos ha hablado de los "lobos", dispuestos a poner palos en las ruedas, en el mejor de los casos, a la labor del Santo Padre. En su primera alocución como Pontífice nos rogó que rezásemos para que no huyera, y en la última homilía nos hablaba de los "golpes contra la unidad de la Iglesia". Entre medias, desobediencias y traiciones.
La conclusión que saco es que hemos fallado al Papa. No hemos rezado suficiente. No nos hemos mortificado como debiéramos. No hemos sido santos. La renuncia del Papa no es un triunfo, es un fracaso. Posiblemente no de él, que ha sido un gran Papa (¡de los más grandes!) sino de nosotros. Quizás el Papa nos ha hecho un gesto desesperado para que espabilemos. Son tiempos muy duros. Y los que vienen más. Solo queda una salida: Conversión.
Y por supuesto, ¡Viva el Papa!
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