25 enero 2014

Hablemos de economía y catolicismo

¿Mi próxima lectura? Tal vez...
Con el tiempo voy constatando con cierta preocupación la falta de valentía de los católicos (me permito la generalización) ante lo que llamaré la “cuestión económica”. Conforme se adentra uno en la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, en aquellos valientes que la han aterrizado al mundo de las propuestas concretas (pienso por ejemplo en Thibon, Lovinfosse, Belloc o Chesterton) uno se va indignando de verdad, agravándose la perplejidad por la ausencia de respuesta contundente ante los graves problemas sociales que la actual crisis nos está dejando.

Vivimos en una cárcel intelectual que si en el terreno político ha hecho estragos con ese desgarro imposible que la maniquea y falsa brecha entre derecha e izquierda ha producido, en el terreno económico las conciencias andan en coma. Y sobre todo pecamos de pereza, cobardía y tibieza, cuando no de ceguera.

Entre los (mal llamados) cristianos por el socialismo (preocupados justamente por la cuestión social) y los cristianos liberales o capitalistas (preocupados justamente por la libertad y la espontaneidad de la vida económica) se encuentran los barrotes de una prisión de la que es urgente salir.

Porque no es lo mismo libertad de mercado que capitalismo. No es lo mismo justicia social que redistribución de la riqueza. No es lo mismo bien común que conjunto de bienes individuales. No es lo mismo caridad que solidaridad. No es lo mismo preocupación por los pobres que paternalismo de estado. No es lo mismo responsabilidad social de los ricos que lucha de clases. No es lo mismo propiedad privada que liberalismo. No es lo mismo iniciativa privada que individualismo. No es lo mismo salario justo que intervencionismo. No es lo mismo sistema social justo que socialismo. Como no lo es sociedalismo que socialismo o distributismo que comunismo.

Por eso es tan errado compaginar capitalismo con catolicismo, como mezclar catolicismo y socialismo. La civilización cristiana ha desaparecido pero no se nos ha ido el cerebro. No podemos tampoco intentar equilibrios imposibles entre liberalismo y socialismo, entre derecha e izquierda, cayendo en un centro todavía más deplorable. Hemos de estrujarnos el cerebro. La Verdad le queda grande a las teorías económicas nacidas de filosofías erradas, ya sea el individualismo o el materialismo. La Doctrina de la Iglesia sobre los gobernantes y las responsabilidades sociales del poder y los pudientes, o sobre los más desfavorecidos huyen de simplismos, de etiquetas o de banalidades. La Doctrina Social de la Iglesia no se ha empequeñecido, se ha empequeñecido nuestro intelecto. El mundo se ha secularizado, se ha agnostizado, pero nuestra Doctrina luce esperando concreción. No la guardemos bajo un celemín. Seamos sal y dejémonos de falsos realismos cobardes y perezosos. No hay que optar entre capitalismo o comunismo. No hay centro posible entre dos errores. Hay una Verdad misericordiosa que ha renovado todas las cosas, también las sociales. Así que, católicos, seamos valientes. Pensemos. Propongamos, intentemos, probemos y recemos.

Leamos primero el Magisterio perenne de los papas. Leamos el jugo que le sacaron los autores antes citados. Y trabajemos por su Reino. No hay excusas.

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