10 julio 2010

Del TC, la nación y los sentimientos nacionales

Resulta ilustrativo de cómo funciona el sistema "que nos hemos dado", las distintas reacciones que ha suscitado el conocimiento del texto de la sentencia del TC sobre el estatut. Llama bastante la atención que mientras unos consideran amputado un texto parido con tanta controversia, otros entienden intacto lo sustancial. Más claro: El PP se esconde y opina con la boca pequeña, el PSOE lo considera un fracaso del anterior y en Cataluña el stablishment nacionalista y los que ahora pasan por tales consideran atacado el corazón de lo que defienden. Y en el fondo de todo, el malhadado concepto de nación.

Y es que en la nación tenemos la mayor trampa mortal y el compendio de todos los errores de la teoría política desde el triunfo de la Revolución, que en suelo patrio data de 1812. Los hay que se escudan en el concepto "jurídico-constitucional" del término (la STC dixit), en virtud del cual la nación no es otra cosa que el sujeto de la "soberanía". Una vez que un papel considerado "constitucional" plasma y delimita el territorio, pueblo e instituciones que lo conforman, la discusión pretende ser ociosa (y no lo es en absoluto). Pero la realidad es que se necesita de ese texto, que pretende ser la fuente del mismo. En otras palabras: positivismo puro y duro. Y abundando: relativismo puro y duro impuesto por la mayoría en un papel que pretende ser definitivo. Y digo dos veces "pretende" porque no hay nada más pretencioso que considerar resuelto un problema con el concepto mismo que lo ha originado.

Y es verdad que lo ha originado, porque hubo un momento en la historia en que la histeria revolucionaria y la soberbia liberal creía haber superado una época en que la tradición y la autoridad moral de la Iglesia constituían para ellos un yugo demasiado pesado para sus ansias de crear algo nuevo, ex novo, en permanente "progreso" (sic) hacia la "modernidad". Y su primera víctima fue la patria, porque "ataba" a un legado sagrado, que es la herencia de los padres, y sobre todo, a la defensa de aquel espíritu -alma- que la había unido y dado vida. Nada podía interponerse al capricho de la casta política que nacía en ese momento, así que había que liquidar aquella "democracia de los muertos" o de las "generaciones" que suponía la tradición. Y entonces rescataron una palabra de orígenes ancestrales que nunca había significado lo que ellos querían que significara: la designación de la nación como el lugar de nacencia (y que en su origen lo mismo podía ser toledada que salmantina o catalana), significaba que a partir de ahora el cuerpo político que conformaba la comunidad era determinado por el nacimiento o nación. Ya no importaba el patres, patria porque lo importante era que la generación presente era dueña y señora del destino, abriéndose la puerta, sin que lo notaran. a que lo fuera también del pasado. Y hemos ahí el origen del nacionalismo, por mucho que ciertos liberales se empeñen ahora en negarlo, con el endeble argumento del conjunto de "ciudadanos libres e iguales".

Digámoslo claro: desde 1812, los que siguieron el legado de la Pepa están arrinconados en una única dirección: el nacionalismo. Porque desde que fue "rescatado" por la revolución, el concepto nación ha sufrido las especulaciones teóricas de unos y otros. Estuvieron los que la fundaron en un "plebiscito permanente" al albur del sentimiento del pueblo. Otros, conscientes del desorden que ello supone, buscaron fundarlo en algo que les diera más seguridad, como la raza, la sangre, la lengua y, más modernamente, la Constitución, que combinó ambas corrientes erróneas (por lo que es doblemente errónea) y alumbró con el paso del tiempo ese engendro del "patriotismo constitucional", en el cual no me voy a detener.

De todo lo anterior se deriva una concepción, más o menos radical, de "una nación, una lengua" o el liberal (aunque no lo digan así) "una nación, un sólo mercado". En el fondo, todos son nacionalistas, porque beben de una misma fuente, que es el concepto revolucionario de nación opuesta al de patria, que exige necesariamente la tradición. Podría decirse que quienes defienden a España (verdadera patria) no pueden ser nacionalistas, pero lo son en la medida que fundan la existencia de nuestra patria en la Constitución (sea la de 1978 o la de 1812, que tanto le gusta a Rajoy), en la "voluntad del pueblo" o incluso en la lengua castellana (por más que "toleren" las lenguas regionales). Ellos sólo consideran "nacionalista" al que quiere separar una porción del pueblo del conjunto o a los que beben directamente del Romanticismo, pero en realidad están discriminando entre tipos de nacionalismo o en distintas fases del mismo, porque el nacionalismo es separatista per se en origen y uniformador en su aplicación, y faltando por innecesario el elemento separatista, sólo queda el uniformador, que lo puede ser por muchas vías. Por otro lado, el concepto de soberanía nacional que nace de la voluntad y sentimiento del pueblo en el que ellos basan la nación conduce directamente al problema de los nacionalismos que hoy tenemos en nuestra patria, por mucho que nieguen su propio origen al proclamar arbitrariamente (como todo lo que proclama el relativismo) la "unidad e indivisibilidad". Por eso, que el TC nos diga ahora que sólo hay una Nación (lo ponen en mayúsculas) desde el punto de vista "jurídico-constitucional" es verdad, pero no resuelve todo el problema, que sigue y seguirá ahí, en tanto en cuanto el nacionalismo catalán no puede entender que lo que dice ser la base de la nación española (el sentimiento español) no lo sea también de la suya (el sentimiento catalán-ista), y nos lleva a donde estamos hoy: a la esquizofrenia del actual sistema constitucional que no concede ningún resquicio jurídico-procesal para las aspiraciones del nacionalismo catalán, cuando al mismo tiempo se fundamenta en los mismos errores que lo alimentan. 

En conclusión, estamos ante un grave problema, complejo e irresoluble si seguimos en la mentira y dinámica del sistema liberal y revolucionario "que nos hemos dado", pero resoluble si recuperamos la cordura de la España -las españas- tradicional y regional, en la que tantos y tantos catalanes, vascos, gallegos o valencianos defendieron hasta con su propia vida la unidad de la patria española, su religión y sus libertades. A mí me costó años entenderlo, pero se puede.

Como se ha dicho recientemente, gracias al gol de Puyol o el juego brillante de Xavi Hernández: Visca Espanya! y ¡Viva Cataluña!

2 comentarios:

Conrad López dijo...

Muy buena entrada, si señor.

Pero, además de lo que mencionas (que siempre será un obstáculo para el desarrollo orgánico de la sociedad) está el problema de que la nación moderna fundamenta su existencia en un pacto implítcito al que ni siquiera los católicos quieren sustraerse. el de mantener al margen de la vida pública la eclesialidad de nuestra fe, desencarnándola y "desactivando" la unidad de vida eucarística de la comunidad. Vivimos una ficción repugnante de la que nadie quiere despertar.

Jorge P dijo...

Gracias Séneka!

En efecto, la concepción moderna de nación, en tanto que opuesta a la de patria, ha excluido un pilar fundamental de la sociedad, que es la Iglesia. Por eso, lo "oficial" de hoy es tan falso y postizo que estuvo muy bien quien tuvo la ocurrencia de hablar del "matrix", que más que progre es generalizado.