13 julio 2011

La democracia, esa palabra (-ota)

"La democracia es buena". Si rascásemos un poco, esta afirmación es tanto como decir "este palo es bueno". Pues si te doy en la cabeza con él, seguro que no opinas lo mismo. O sí, si lo que quieres es resaltar que ha cumplido el fin para que lo he usado: darte un mamporro para que pienses. La "democracia" permite que decidamos sin follones a qué restaurante vamos a ir los amigos, antes de irnos de vacaciones: votamos, y hacemos lo que salga por mayoría. Hasta la Santa Madre Iglesia reúne en Cónclave a sus Príncipes para que elijan democráticamente quién será el próximo sucesor de San Pedro. Pero ahora bien, ¿y si votamos democráticamente que con el palo te arreemos una somanta que te deje en la cuneta? (perdonad la chabacanería). O ¿podemos votar democráticamente que la ley de la gravedad haga que los cuerpos se repelan? Sería gravemente antidemocrático pensar que estas dos últimas votaciones son ridículas, que eso no se vota. Sería, repito, gravemente antidemocrático, pero estaríamos recuperando algo del sentido común de cuya falta tan bien alertaba D. Álvaro d'Ors. Decir que no se puede someter todo a la decisión democrática es antidemocrático, pero es lo correcto, lo sensato y el primer paso para regenerar esta sociedad.

Pero para desenmarañar un poco, entiendo que existen tres acepciones de democracia: a) como participación ciudadana en la vida pública; b) como método de elección de los gobernantes; y c) como sistema político de la soberanía popular, heredera de la Ilustración y la Revolución francesa. La primera implica el concepto de libertades, de que las personas y habitantes de un país vivan realmente como responsables solidarios del conjunto de la sociedad, pero esto, que no sólo es bueno, sino imperativo moral de nuestra naturaleza de animales políticos (zoon politikón), no es determinista a priori, ni de forma universal, de ningún sistema político concreto, ya que permite numerosas articulaciones de dicha participación*. La tercera daría -y da- para un tratado, pero me quedo con la explicación que Carlos Ibáñez Quintana nos ha regalado recientemente. 

La segunda es la que me interesa ahora, ¿es buena o es mala esa democracia? Pues creo que casi he respondido al principio, pero lo haré ahora con ejemplo deliberadamente sencillo y concreto: si se ha de elegir entre dos opciones buenas, la democracia es buena como método para elegir. Si elegimos entre una buena y otra mala, la democracia deja de ser algo bueno en sí, y sólo podría tolerarse en el supuesto de que fuera el único medio plausible y real al alcance para que el bien se imponga al mal. Pero si las dos opciones son malas, siendo incluso una menos mala, o mejor que la mala de remate, pues la democracia es perversa. Y en esas estamos, ¿no es así?

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* No tenemos mejor muestra que nuestro tradicional sistema foral, con la Monarquía representativa, que ha sido, y es, la forma en la que hemos dado forma concreta y libre a la democracia en Las Españas.

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