Reconozco que me divierto mucho cuando en la escena política ocurre alguna circunstancia que, por decirlo de alguna manera, alborota el gallinero, hasta que se aclaran y adoptan la postura según el color que más convenga a su chiringuito. Y, como en un gallinero alborotado, las gallinas corren y cacarean ruidosamente sin orden ni sentido. Ocurrió al principio de lo de las “acampadas” en Sol y ahora con el nombramiento de un gabinete de “tecnócratas” en Italia. Al menos, opino por lo que he oído en radio mientras me como el atasco mañanero.
Resulta que algunos se llevan las manos a la cabeza porque en Italia los ministros no sean “políticos”. Algunos epítetos han sido: antidemocrático o dictatorial, “no elegido por los ciudadanos”, etc. Para muchos comentaristas españoles, que quienes dirigen nuestros destinos no pertenezcan a partidos políticos es una aberración “democrática”. No les importa que el pulcro respeto procedimental y parlamentario haya producido este resultado: en efecto, en Italia como en España, decir que el presidente del Gobierno es elegido por “el pueblo” es una falacia y una mentira desde el punto de vista estrictamente jurídico-político, ya que quien elige al presidente del Gobierno es el Parlamento. A Calvo-Sotelo (hijo) no lo eligió nadie más que las Cortes Generales, sin elecciones. Y a ninguno de dichos comentaristas se le ocurre decir –que podrían- que no fue presidente del Gobierno “democrático”. Vale, sí, pertenecía al partido gobernante, pero si opinamos con rigor, el presidente no salió de unas elecciones, sino de la decisión parlamentaria; y el presidente, con arreglo a la Constitución y las leyes, puede elegir a quien quiera, diputado o no, como ministro. Y digo todo esto, advirtiendo al lector que en nuestra sacrosanta transición española, uno de los modelos políticos (es especial para el asunto territorial, pero también para el sistema de partidos, aunque fuese como modelo negativo para corregirlo) de mayor referencia a la hora de redactar la Constitución fue el italiano. En definitiva, lo que deja patente este tema es hasta qué punto hemos identificado democracia con partidos políticos; es decir, hemos convertido el sistema en una pura y simple partitocracia.
No quisiera extenderme más, y acabo con una última reflexión: me asombra cómo las ideologías demoliberal y socialista han deformado la vida social y política en España, hasta que alguien considere que es más adecuado para un ministerio de Industria, pongamos por caso, un graduado escolar sin estudios superiores pero fiel al partido que un ingeniero con MBA sin partido. Y no es que piense que tener carrera o máster del universo sea garantía de competencia (a veces hasta precisamente lo contrario) pero creo que se entiende suficientemente lo que quiero decir. En cualquier caso, que conste que la tecnocracia no es garantía de nada y sigue teniendo el grave peligro de que la “técnica” impere sobre la moral o la justicia o pensar que sus consideraciones son independientes y preponderantes sobre los principios pre-políticos. Pero en fin, este es el sistema “que nos hemos dado” y el espectáculo debe continuar…
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