28 julio 2012

Españoles e italianos (I)

Italianos y españoles estamos hoy en el punto de mira de muchas miradas, y no fue solo protagonizar la final de la última Eurocopa de fútbol. Vernos exhibidos en el escaparate internacional renace viejos desdenes, y máxime si la competición no consiste precisamente en alzarse con un trofeo deportivo sino en conseguir un diferencial mayor con el Bono alemán a diez años, esto es, en ver qué país lo tiene peor para financiarse en el inmoral mercado de deuda soberana. En uno y otro, en fútbol y en riesgo de quiebra, vamos ganando. 

Siempre he pensado que ese desdén que los españoles mostramos a menudo por los italianos es un tanto paradójico. Les acusamos de ruidosos, de caóticos, mafiosos, marrulleros y hábiles en el engaño. Pero quizás si juntásemos a dos españoles y dos italianos, pongamos por caso: un onubense, un navarro, un piamontés y un siciliano quizás las comparaciones serían más confusas de lo que el tópico nos puede presentar. Si quien acusa al vecino de marrullero es el país de la picaresca, tal vez lo que ha de considerar es la posibilidad de encontrar primero la viga que posiblemente le esté obstruyendo la mirada. Lo cual no obsta para que los pecados que ellos cometan contra nosotros reciban su propia enmienda.

Y es que los españoles compartimos con los italianos algo más que un mar. Una introspección básica a nuestra historia nos lleva, de algún modo u otro, a la península itálica y a sus gentes. Empezando por el nombre, España no es otra cosa, etimológicamente, que la Hispania romana, de donde nuestra historia recoge el firme y los cimientos para que la Evangelización asentara en nuestro suelo la gran civilización cristiana que da sentido a nuestra existencia. El Imperio romano toma el nombre de su capital, que está en Lacio, de donde son los latinos y su lengua, capital de la actual república de Italia. De ellos tomamos el nombre: hispanos somos e Hispanidad son las Españas de aquende y allende los mares. De los romanos, pues, tomamos la lengua que nos comunica con el mundo, vehículo de cultura, civilización y Salvación Eterna. Romanos son nuestros teatros y romanas las calzadas y acueductos. Mérida, Cartagena y Segovia nos lo atestiguan. Un emperador romano, Caracalla, nos otorgó la ciudadanía en el 212 d.C. y su derecho fue el que moldeó las conciencias jurídicas de los pueblos hispanos, ordenando su existencia cotidiana bajo sus leyes y principios. 

Por supuesto, si en algo se ha caracterizado el español es en su "raza" entendida no como elucubración étnica sino pasional: como "furia", dado su carácter indómito, casi anárquico, irreductible en el combate. Por eso Numancia y por eso Hispania fue motor del Imperio. No sólo Quintiliano y Séneca engrandecieron las letras latinas; de tierras hispanas surgieron emperadores como Trajano y Adriano. A lo que se ve, el camino entre itálicos e hispánicos, parece de ida y de vuelta.


Es, finalmente, tras la caída del Imperio cuando la semilla está plantada para el nacimiento de España. No olvidemos que los reyes visigodos aún gobernaron bajo la autoridad romana a la que recurrían como refuerzo de su potestad. El derecho germánico y las costumbres de los pueblos peninsulares fueron ingrediente del mayor de todos que fue el romano. Sus lenguas y vocablos, huella perenne en el cuerpo principal, otra vez: romano.

Aunque ahí no termina la cosa, pues las Españas que nacían en ese siglo VI d.C. aún tuvieron que ver  con los italianos. Pero eso, si Dios quiere, lo dejamos para la siguiente entrada.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que bueno Jorge, me quito el sombrero.

Jorge P dijo...

Muchas gracias Javier! A ver qué da de sí esta serie..