09 agosto 2012

Españoles e italianos (y IV)

Santa María la Mayor (Roma),
muy vinculada históricamente con España
Hemos establecido en las tres entregas los nexos de unión entre españoles e italianos, sin que ninguno sea de mayor peso que el de la catolicidad de ambas naciones añadida al hecho fundamental de Roma como Sede de Pedro, que se encuentra en suelo italiano, como italianos fueron los estados pontificios. Ello, añadido a la historia y sustrato común que compartimos, me lleva a una tesis principal que es hora de sintetizar, a saber, la necesidad para España de una relación preferencial con Italia, más allá de coyunturas penosas como la actual, en la que nuestros pueblos se ven juntos en una encrucijada que nos lleva al desastre económico. 

Una muestra de la crisis profunda que sufre nuestra Patria es la pérdida de un horizonte claro y coherente en política exterior, consecuencia directa del sistema liberal que tenemos, que sacrificó los principios y el alma de España en aras al interés plutocrático perpetuado gracias a los partidos. ¡Cómo no va a ser así si los políticos han dado la espalda y abandonado los dogmas nacionales, metas fundamentales de toda nuestra acción exterior, es decir, la recuperación de la soberanía sobre el estrecho de Gibraltar, la unión con Portugal y la Hispanidad! No obstante, si bien el año pasado traje a colación lo expuesto magistralmente por Vázquez de Mella al respecto, ahora es mi propósito situar esta relación entre italianos y españoles en el horizonte de nuestra acción exterior, no como dogma nacional, ni mucho menos, pero sí como un objetivo coherente, no sólo con nuestra tradición sino en conexión con nuestros intereses actuales en el mundo (entre otras cosas, porque los dogmas nacionales inciden en nuestro mismo ser como Patria, que alcanza su esencia en la Hispanidad. Las Españas no son las Españas sin la Hispanidad).

No así ocurre con Italia, claro está. Pero, si es necesidad de toda persona, como ser esencialmente sociable, entablar lazos de amistad con sus semejantes, y los padres procuran a sus hijos amigos con quienes poder crear "comunidad", así España debe procurarse amistad con quienes sabe que comparte unos mismos principios y sabe que su interrelación es una buena influencia. No en vano cuando allá por el siglo XV  colaboramos con un italiano de Génova, Cristóbal Colón, España descubrió el Nuevo Mundo.

La pena es que, como dijimos en la anterior entrada sobre la revolucionaria unificación italiana, y desde que en 1812 y 1833 los españoles nos dimos la espalda a nosotros mismos, nuestras naciones adolecen de la misma enfermedad liberal. Por eso, haber leído sobre el reciente encuentro entre el secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista, Javier Garisoaín y Nino Sala, del Partito Tradizional Popolare, me ha alegrado enormemente como gran noticia que es en línea con lo que he propuesto en estos días.

Por supuesto, que España e Italia recuperen los fuertes lazos que nos unen, más allá de los que entablemos a nivel particular, pasa por que nuestras naciones redescubran y se reconcilien con su propia tradición política, profunda y esencialmente católica; pero también es cierto que señalar desde ahora nuestras metas más inmediatas, en este caso en relación a nuestra política exterior, nos situará en la senda para que nuestra Patria recupere el norte, que falta nos hace.

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2 comentarios:

Firmus et Rusticus dijo...

Enhorabuena por la serie, Jorge. Yo quizá sí que me atrevería a incluir los territorios italianos antaño españoles en la Hispanidad, si entendemos ésta en su auténtico sentido político y no solo cultural-lingüístico, como la concibió Ramiro de Maeztu. Evidentemente no podemos llamar propiamente hispanos a esos territorios que no están en la demarcación romana de Hispania, pero sí podemos hacerlo del mismo modo que con las Indias, aunque de una manera más desdibujada, puesto que el trabajo de asimilación cultural que se hizo en ellas, aventuro yo, fue funcional con respecto a la evangelización, que ya estaba hecha en Italia. No obstante, yo creo que la convivencia de varios siglos en una misma Monarquía basta para crear un sustrato político común que permita incluir la Italia española en eso que hoy llamamos Hispanidad.

¿Dogma nacional? No tanto, estoy de acuerdo. Porque, sin aceptar el nacionalismo que convierte la afinidad cultural en política, es verdad que dos siglos de liberalismo y uno de enciclopedismo han de influir necesariamente en esa noción de afinidad cultural, de modo que hoy sea un poco más realidad que antes la existencia de esa "nación" que hoy llamamos España, para la cual se predican los dogmas, y que poco tienen que ver con aquella otra "nación" fabricada: la italiana. Pero sospecho que si Italia no es un dogma nacional para España, España sí debería serlo para Italia.

Espero que me perdones si me he pasado de vueltas rizando el rizo, que esto es empezar y no parar. Un fuerte abrazo.

Jorge P dijo...

Muy interesante la reflexión Firmus, aunque no acabo de ver la idea central. Con la Hispanidad, España cumplió su misión evangelizadora como extensión, incluso cronológica, de nuestra Reconquista. Fuimos cuna de civilización para las Indias y su derecho se conformó a partir del nuestro. Las diferencias son importantes, no sólo desde un punto de vista lingüístico. Casi mayor sentido tendría, creo yo, incluir a las Filipinas.

Me ha faltado en la serie tratar sobre el papel que hemos de tener en relación con otros países que también llevan nuestra impronta (Flandes, el Franco Condado, las mismas Filipinas, etc), en el que creo que, aun con una relevancia especial, debemos incluir a Italia.

En lo que concuerdo totalmente contigo es en que probablemente nosotros sí deberíamos ser dogma nacional para Italia.

Un abrazo!