Benedicto XVI ya se ha ido y la Sede Vacante aguarda al sucesor de San Pedro. En esta hora el pueblo cristiano espera ansioso la próxima entronización: el Papa se ha ido y el Cónclave todavía no ha comenzado. Por eso todavía es tiempo de hablar de un Pontificado, a mi juicio, fundamental en la historia de la Iglesia. Y es que tras el extraordinario Pontificado de Juan Pablo II, el de su sucesor pareció, a los ojos del mundo, predestinado a vivir a su sombra. Sin embargo, la humildad de Benedicto XVI y su altura teológica e intelectual, además de por su piedad, nos ha conquistado de una manera particular. En mi caso, además, podría decir que de una manera más profunda que con su predecesor, a quien tanto quise. Resumo cuatro anécdotas que me unen a Benedicto XVI de un modo particular.
1.- Mi primer conocimiento consciente del Cardenal Ratzinger se remonta a una Semana Santa en Roma. Era abril de 2001 y tuve el privilegio de vivir el Domingo de Resurrección en la Basílica de San Pedro. Todavía resuena en mis oídos, por cierto, el estremecedor intento de un Papa anciano, Juan Pablo II, que con un hilo de voz vacilante pero lleno de la fuerza del Espíritu Santo se esforzaba por entonar un Gloria in excelsis Deo... totalmente falto de entonación, nada armonioso en la música, casi sin vocalizar, diríase que patético pero profundamente edificante al personificar y encarnar en sí mismo el misterio de la Cruz de Cristo. A un adolescente como era yo, el Papa era il dolce Cristo in terra con la Cruz a cuestas, con la Iglesia a las espaldas y una imponente catequesis sobre qué significaba el "niéguese a sí mismo, cargue con su Cruz y me siga" (Mt. 16, 24). Pues bien, recuerdo la procesión de entrada que pude ver en primera fila del pasillo central, ver pasar en una Basílica de San Pedro jubilosa por la Resurrección del Señor, al anciano sucesor de San Pedro, seguido de un Cardenal cuyo nombre me sonaba como hoy me suenan tantos otros sin que sepa algo de ellos más que dos o tres datos biográficos o de los cargos que asumen. El Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ("SCDF") pasaba con las manos juntas, orante, y un amigo me soltó: "ahí está el próximo Papa". Me pareció un disparate, una boutade, otra tontería más de las que se dicen cuando se hacen quinielas sobre el próximo Pontífice. Y estando Juan Pablo II vivo (nos parecía eterno), más aún. Pero desde ese día Ratzinger ya no era un Cardenal más.
2.- Algunos años después, sobre Ratzinger leía toda clase de improperios. Comenzaba mi carrera universitaria, leía, quería formarme de manera autodidacta y "experimenté" algo más de lo recomendable. Políticamente me deslizaba ignorante hacia un nacionalismo y un progresismo incoherente que siempre chocaba con la fe que, gracias a Dios, nunca perdí. Así que tanteé lecturas sobre el personalismo de Mounier, el socialcristianismo o la Teología de la Liberación. Rechazaba de un modo inconsciente toda afirmación expresamente contraria al Magisterio pero me encontraba perdido. Leyendo críticas sobre la postura de la Iglesia sobre la Teología de la Liberación encontraba reproches de inmovilismo e incomprensión del "Vaticano" y concretamente del Prefecto Ratzinger. Ya le tenía casi etiquetado cuando me propuse ver en primera persona esa "intransigencia". No lo comprendía. Así que me agencié la Instrucción "Libertatis Nuntius", "sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación" de la SCDF en la que el Cardenal afirmaba no poder servir de "pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad e indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y la injusticia". Todavía guardo las notas de aquella Instrucción en las que, además, afirmaba que "todos los ricos son severamente llamados a su deber" o que "la nueva libertad, traída por la gracia de Cristo, debe tener necesariamente repercusiones en el plano social" y otras muchas enseñanzas que, más allá de la Verdad que mostraban, lo que me pusieron negro sobre blanco es la imagen distorsionada de aquel Cardenal que se mostraba conciliador pero firme y claro en la defensa de la Fe, profundo, empático y sobre todo humilde, lejos de la altivez o inmovilismo pretendidos. Se antojó cristalino dónde estaba el fanatismo y dónde la mansedumbre de la Verdad. Me descubrió el insondable campo de la Doctrina Social de la Iglesia, la falsedad los enemigos de la fe y los muchos vericuetos que se buscan para destruirla o falsearla de un modo u otro. Algo parecido le pasó a Peter Seewald.
3.- Pasó algo de tiempo y mi formación continuaba algo más seria, en especial en lo referente al campo social y político, donde los católicos se ven a menudo confundidos entre los lobos que trabajan por instaurar el mal en la sociedad. Necesitado no ya de respuestas sino del mismo camino, me preguntaba sobre la licitud moral de los sistemas políticos. ¿Es posible enjuiciar moralmente los sistemas políticos? ¿bajo qué criterios?, abundando en lo que había aprendido de Libertatis Nuntius ("la justicia con respecto a Dios y la justicia respecto a los hombres son inseparables") ¿cuál es la relación debida entre política y religión? ¿entre Iglesia y Estado? es más ¿deben tener alguna relación? Hasta el momento, lo que había encontrado fueron respuestas que no me satisfacían. Mi profesor de Constitucional me recomendaba asomarme al fenómeno conservador norteamericano (entre otras lecturas, esta o esta), pero entonces llegó a mis manos el libro del anteriormente Cardenal Ratzinger, "Verdad, Valores, Poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista" que, sobre todo, me alejó del peligro del liberalismo, me hizo las preguntas precisas y sirvió de cimiento sólido para mi formación. Y ese Cardenal humilde, sencillo y altísimo maestro, fue elegido Papa.
1.- Mi primer conocimiento consciente del Cardenal Ratzinger se remonta a una Semana Santa en Roma. Era abril de 2001 y tuve el privilegio de vivir el Domingo de Resurrección en la Basílica de San Pedro. Todavía resuena en mis oídos, por cierto, el estremecedor intento de un Papa anciano, Juan Pablo II, que con un hilo de voz vacilante pero lleno de la fuerza del Espíritu Santo se esforzaba por entonar un Gloria in excelsis Deo... totalmente falto de entonación, nada armonioso en la música, casi sin vocalizar, diríase que patético pero profundamente edificante al personificar y encarnar en sí mismo el misterio de la Cruz de Cristo. A un adolescente como era yo, el Papa era il dolce Cristo in terra con la Cruz a cuestas, con la Iglesia a las espaldas y una imponente catequesis sobre qué significaba el "niéguese a sí mismo, cargue con su Cruz y me siga" (Mt. 16, 24). Pues bien, recuerdo la procesión de entrada que pude ver en primera fila del pasillo central, ver pasar en una Basílica de San Pedro jubilosa por la Resurrección del Señor, al anciano sucesor de San Pedro, seguido de un Cardenal cuyo nombre me sonaba como hoy me suenan tantos otros sin que sepa algo de ellos más que dos o tres datos biográficos o de los cargos que asumen. El Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ("SCDF") pasaba con las manos juntas, orante, y un amigo me soltó: "ahí está el próximo Papa". Me pareció un disparate, una boutade, otra tontería más de las que se dicen cuando se hacen quinielas sobre el próximo Pontífice. Y estando Juan Pablo II vivo (nos parecía eterno), más aún. Pero desde ese día Ratzinger ya no era un Cardenal más.
2.- Algunos años después, sobre Ratzinger leía toda clase de improperios. Comenzaba mi carrera universitaria, leía, quería formarme de manera autodidacta y "experimenté" algo más de lo recomendable. Políticamente me deslizaba ignorante hacia un nacionalismo y un progresismo incoherente que siempre chocaba con la fe que, gracias a Dios, nunca perdí. Así que tanteé lecturas sobre el personalismo de Mounier, el socialcristianismo o la Teología de la Liberación. Rechazaba de un modo inconsciente toda afirmación expresamente contraria al Magisterio pero me encontraba perdido. Leyendo críticas sobre la postura de la Iglesia sobre la Teología de la Liberación encontraba reproches de inmovilismo e incomprensión del "Vaticano" y concretamente del Prefecto Ratzinger. Ya le tenía casi etiquetado cuando me propuse ver en primera persona esa "intransigencia". No lo comprendía. Así que me agencié la Instrucción "Libertatis Nuntius", "sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación" de la SCDF en la que el Cardenal afirmaba no poder servir de "pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad e indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y la injusticia". Todavía guardo las notas de aquella Instrucción en las que, además, afirmaba que "todos los ricos son severamente llamados a su deber" o que "la nueva libertad, traída por la gracia de Cristo, debe tener necesariamente repercusiones en el plano social" y otras muchas enseñanzas que, más allá de la Verdad que mostraban, lo que me pusieron negro sobre blanco es la imagen distorsionada de aquel Cardenal que se mostraba conciliador pero firme y claro en la defensa de la Fe, profundo, empático y sobre todo humilde, lejos de la altivez o inmovilismo pretendidos. Se antojó cristalino dónde estaba el fanatismo y dónde la mansedumbre de la Verdad. Me descubrió el insondable campo de la Doctrina Social de la Iglesia, la falsedad los enemigos de la fe y los muchos vericuetos que se buscan para destruirla o falsearla de un modo u otro. Algo parecido le pasó a Peter Seewald.
3.- Pasó algo de tiempo y mi formación continuaba algo más seria, en especial en lo referente al campo social y político, donde los católicos se ven a menudo confundidos entre los lobos que trabajan por instaurar el mal en la sociedad. Necesitado no ya de respuestas sino del mismo camino, me preguntaba sobre la licitud moral de los sistemas políticos. ¿Es posible enjuiciar moralmente los sistemas políticos? ¿bajo qué criterios?, abundando en lo que había aprendido de Libertatis Nuntius ("la justicia con respecto a Dios y la justicia respecto a los hombres son inseparables") ¿cuál es la relación debida entre política y religión? ¿entre Iglesia y Estado? es más ¿deben tener alguna relación? Hasta el momento, lo que había encontrado fueron respuestas que no me satisfacían. Mi profesor de Constitucional me recomendaba asomarme al fenómeno conservador norteamericano (entre otras lecturas, esta o esta), pero entonces llegó a mis manos el libro del anteriormente Cardenal Ratzinger, "Verdad, Valores, Poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista" que, sobre todo, me alejó del peligro del liberalismo, me hizo las preguntas precisas y sirvió de cimiento sólido para mi formación. Y ese Cardenal humilde, sencillo y altísimo maestro, fue elegido Papa.
4.- Como ya he comentado otras veces, siento una particular veneración por la liturgia tradicional previa al Concilio Vaticano II por su silencio, por su recogimiento, su solemnidad, porque me hace sentir más visiblemente mi poquedad ante Dios, porque me une en especial comunión a los grandes santos que bebieron de la piedad eucarística según la misma riqueza litúrgica y al orbe entero que, con una misma lengua, como hermanos, adoramos a Dios de forma universal, católica y finalmente porque sé perfectamente que no me voy a encontrar sorpresas en la Misa lo cual, a mi entender, favorece la piedad. Pues bien, recuerdo asistir a la Santa Misa tradicional cuando era algo prácticamente clandestino, había que buscar donde se celebrase con todas las debidas licencias eclesiásticas. En Madrid se celebraba en San Luis de los Franceses y en España era prácticamente imposible encontrar donde se celebrase con el beneplácito del Obispo de turno. Y entonces el Papa nos regaló el Motu Proprio Summorum Pontificum tan importante como desobedecido, incumplido y despreciado. Pero el Papa lo hizo no como "concesión" sino de una propia convicción personal, expresada innumerables veces cuando era Cardenal y luego con su ejemplo personal.
Y luego han estado sus pláticas, sus Encíclicas, sus homilías, sus motus proprios, su Magisterio... Benedicto XVI ha sido, si cabe, más mi Papa de lo que hubiera imaginado. Aunque solo haya conocido a dos, y dos queridísimos, el humilde Benedicto ha sido mi maestro, mi guía, mi Pastor, mi Pedro, aunque se haya ido. Por eso el shock, por eso mi pena y mi desconcierto. Pero es el Papa que me ha confirmado en la fe. El Pontífice que ha iluminado mis pasos, en quien he confiado. Por eso siempre ocupará un lugar predilecto en mi corazón. Una gratitud infinita y verdadera.
¡Hasta siempre, Santo Padre!
Sede Vacante |
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