15 marzo 2013

El papado y San Francisco

A propósito del nuevo Papa, he ido dejando algunas reflexiones en twitter (@SerLibreHoy) estos días sobre la elección del nuevo Papa Francisco. Repasaba ayer la "Historia de la Iglesia" de Ludwig Hertling y me topé con un par de pasajes que considero apropiados en estos días:

A) Sobre Pío IX (que, por cierto, fue un Cardenal de nefastas ideas y acciones, que destacó como uno de los Papas que con mayor energía condenó las distintas herejías del siglo XIX, hoy Beato):
El Beato Pío Nono

Para los que no sean católicos, no es fácil hacerse una idea de lo que es el amor de los católicos hacia su papa, sobre todo del que sintieron a partir de Pío IX y siguen sintiendo hoy. El católico ama a la persona del papa por el cargo que ostenta, y ama el cargo por la persona que lo reviste.

Lo que por el papa siente es una veneración religiosa, sin necesidad de creerlo un ser de clase superior ni atribuirle facultades sobrenaturales. La postura de los católicos ante su papa es radicalmente distinta de la de las masas ante el caudillo del partido que los gobierna. Los católicos no esperan hazañas de su papa ni aguardan de él ningún beneficio. Su dicha consiste en poderle ofrecer algo. En cierto sentido, su amor tiene mucho de compasión. 

B) Sobre San Francisco de Asís:

Sobre la personalidad de San Francisco circulan muchas ideas erróneas. No era ni un iluso entusiástico ni un niño soñador que jugara con florecillas y rayos de sol. Era, al contrario, en todos los aspectos un hombre de cuerpo entero, sencillo, natural, sensato. No era un teólogo, pero poseía la fe sana y acendrada del pueblo católico. Era persona de pocas palabras y muy modesto. No tenía celos de que otros colaboraran en su fundación. En algunas de las anécdotas transmitidas aparece como un soñador carente de sentido práctico, pero en realidad era un hombre inteligente y cauto, un realista. Se entendió bien con las autoridades eclesiásticas. Era muy riguroso en sus exigencias ascéticas, tanto en las que se imponía a sí mismo como en las que exigía de sus discípulos, sobre todo en lo que toca a la pobreza. Pero no era un espíritu triste y obscuro, sino iluminado de bondad y mansedumbre, aunque no poseyera el ingenio chispeante o la gracia de un san Felipe Neri o un san Juan Bosco. A despecho de no ser ni un jurista ni un organizador, el movimiento popular que él despertó a la vida —pues se trataba de un auténtico movimiento del pueblo— nada tiene del desenfrenado entusiasmo de masas que caracteriza a tantos fundadores de religiones no cristianas. Este hombre modesto, de escasa apariencia física, cuenta sin duda alguna entre las más grandes personalidades de la historia universal. 

Se encuentra en él un grado de aproximación y vinculación a Dios, como nadie o muy pocos antes de él alcanzaron.
Me dieron que pensar estas reflexiones, mientras acababa de leer la primera homilía de nuestro recién elegido Santo Padre. Pensé que nuestro amado Papa, ahora emérito, Benedicto XVI había sufrido mucho, que esperábamos mucho de él y posiblemente dejamos que cargase con la Cruz sin ofrecernos de Cireneos. No cargamos suficientemente con la Cruz y dejamos que sucumbiera. Ahora tenemos otro Papa. Un Papa distinto, pero igual sucesor de Pedro. Un Papa que ha levantado no pocos desconciertos, pero que puso a rezar a toda la Iglesia en su primera aparición pública. Que rezó a la Virgen y ante Pío V en su primera visita y que en la primera homilía nos ha dicho que seamos intachables, que confesemos a Cristo pues otra cosa -dice- no tiene sentido; que habla del diablo y nos insta con sencillez a "caminar con la Cruz del Señor".

Es el Papa y nos toca el martirio de ser Iglesia, de aportar con nuestra oración y penitencia lo que falte al Papa. No hay excusas: 

Dominus conservet eum et vivíficet eum, et beatum faciat eum in terram, et non tradat eum in animam inimicorum ejus.


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