No hay manera de volver a darle ritmo de nuevo al blog,
ruego me disculpen. Además de la falta de ideas y tiempo, la inercia de la
inactividad bloguera hace estragos. No cejo en mi empeño. Lo que sí ha mejorado
últimamente es mi ritmo de lectura, gracias a Dios y a que, con motivo de mi último
cambio de domicilio, he aparcado definitivamente el coche, brindándome el
Cercanías una gran oportunidad de ir cumpliendo con mi interminable lista de
lecturas pendientes mientras me acerco al trabajo. Así que, entre lo uno y otro,
reanudo el blog con eso: mis lecturas.
El caso es que la susodicha lista va alcanzando una longitud
amenazante. Y los libros comprados, si bien en menor proporción, también, por
lo que se hacía perentorio escoger un criterio de selección u orden de prelación de
lecturas. Hacía tiempo que me había adentrado, y este blog es testigo en alguna medida, en la lectura de algunos de los
pensadores del tradicionalismo hispánico. Vázquez de Mella, pero
también Aparisi y Guijarro, Rafael Gambra o Francisco Canals. Y algo más de
Álvaro d’Ors. Debía leer algo de Santo Tomás de Aquino, y leí “De Regimine Principum” (o del gobierno
monárquico). Incluso pude leer algo de Castellani y Menéndez Pelayo (en ambos
casos, selección de textos). Sin embargo, no he tenido ocasión todavía de
adentrarme en Balmes; de Donoso Cortés había comenzado (y dejado a medias, a la
espera de volverlo a empezar) su "Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo" y tengo comprado “Defensa de la Hispanidad” de Ramiro de Maeztu. En
esas estábamos cuando una y otra vez se me ha recomendado la lectura del gran
(física e intelectualmente) G.K. Chesterton. Su agudeza en las citas que leo y
“retuiteo”, su lúcida apologética y socarronería inglesa, y muy especialmente
el asunto del Distributismo me cautivaban, pero algo me retenía, y es un cierto
remordimiento por no conocer a fondo los clásicos hispánicos. Dice Santo Tomás
de Aquino que la Caridad tiene un orden: quien no ama a su próximo no puede
amar al lejano. Quien no ama a sus padres terrenales difícilmente puede amar a
Dios o le amará mal: por ello, no podía darse que hubiera leído a Chesterton o
Shakespeare y no a Lope, a Cervantes o Garcilaso de la Vega. Pero el influjo
del gran príncipe de las paradojas me llamaba y su amor por España, siendo
inglés, de manera particular. El caso es que me propuse construir la casa por el
cimiento: leí algo de Lope de Vega (Fuenteovejuna y el Caballero de Olmedo) o
una antología poética de Manuel Machado, pero cuando me adentré en el aquinate
me rendí y decidí por fin leer el ensayo-biografía “Santo Tomás de Aquino” de
Chesterton, a pesar de las recomendaciones de mi amigo “Don Quijote” de
comenzar a leerle con otros libros más representativos. Lo cierto es que lo
devoré y me propuse finalmente adentrarme en el universo chestertoniano. Me
compré Ortodoxia, El Hombre Eterno y Lo que está mal en el mundo, pero antes,
siguiendo mi inicial propósito, me leí y disfruté enormemente la Primera Parte
del Quijote –sobre lo cual habrá ocasión de volver-. [NOTA: Sí, en efecto, es
un gran pecado, siendo español, pero especialmente por ser hijo, nieto, bisnieto y así para arriba, de
manchegos, no haberme adentrado en él mucho antes]. Por fin, la historia de la
humanidad, penetrada en su auténtico sentido y viajado por las entrañas de su
más profundo motor, tamizado por el agudísimo ingenio y finísima inteligencia,
El Hombre Eterno se fue deslizando por mis dedos y las hojas volaron una tras
otra dejando tras de sí su impronta imborrable en mi entendimiento, y de un modo
particular al mostrar el sentido común en toda su crudeza y lustre. Hasta ahora
ha sido mi última lectura terminada y sigo bajo su influjo. Intuyo que
continuaré un tiempo pensando en la habilidad de un hombre como Don Gilbert en
llevarnos sutilmente a través de paradojas, como de la mano, y aun a saltos,
por un camino que descubrimos nuevo pero que llevaba delante de nuestras
narices mucho tiempo. En Chesterton uno se cae del guindo. O mejor, hacemos el
salto inverso del abismo a tierra. En el tradicionalismo tenemos autores así.
Bueno, en realidad el tradicionalismo es eso: un baño de realidad y sentido
común. Lo particular de Chesterton es que te conduce sin que lo notes y desde
el otro lado, mientras piensas que juegas, cuando en realidad estás concluyendo
un negocio muy serio. Chesterton no ha viajado a la modernidad, vive en ella
por circunstancia coetánea y geográfica. La Inglaterra del siglo XX ya es una
sociedad a las puertas de la postmodernidad, al menos en las ideas que los
“intelectuales” de la época van delineando. En El Hombre Eterno se niega la
mayor sin necesidad de grandes volúmenes enciclopédicos a toda una cosmovisión
del hombre y su historia que aún hoy pervive. Chesterton responde en 1925 a las ideas
“fuerza” (como diría un cursi) en las que se mueve el hombre de hoy. Es
interesante porque el español medio (el que todavía piensa o quiere pensar) puede encontrar un
camino entretenido pero revelador de vuelta a la cordura y el sentido común.
Mientras, y antes de volver a la Segunda Parte del Quijote,
tras lo cual me espera quizá algo más de Aparisi o Mella (últimas adquisiciones
en la feria del libro viejo de Madrid), he hecho un alto en el camino para leer
a Tolkien. Lo que sí es seguro, es que me esperan “Ortodoxia”, “Lo que está mal
en el mundo” y “san Francisco de Asís”. Quién sabe si, quizás, alguno se cuele,
como el Chavo del 8, “sin querer queriendo”. Lo contaré aquí, D.m.
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